«Probablemente, una de las cuestiones de más difícil comprensión en la trayectoria artística de Jorge Oteiza sea el abandono del trabajo plástico, de lenguaje aparentemente fluido, y la construcción tortuosa de una obra escrita desigual, llena de mucha oscuridad y de intuiciones excesivas».
Así lo plantea el filósofo Amador Vega en el prólogo de la nueva edición de Quousque tandem...! (rescatado ahora por la Fundación Museo Jorge Oteiza con versiones paralelas en español y euskara), la más monumental de las obras escritas por el escultor de Orio. Y sus frases marcan la percepción del pesado documento que está en manos del lector.
Quousque tandem...! (queda marginado el viejo subtítulo Ensayo e interpretación estética del alma vasca) se convierte entonces en un acertijo existencial, en un laberinto a veces agotador en cuya salida se intuye que debe de estar la clave que explica el atormentado carácter de Jorge Oteiza.
¡Y cuidado con las pistas falsas!, por mucho que algunas de ellas resulten hoy encantadoras. Por ejemplo, el informe que un censor firmó el 23 de marzo de 1963 (e incluida en esta nueva edición): «[El libro es una] vindicación literaria del pretendido credo estético de un escultor desafortunado, puesto al empeño de autorizarlo invocando a trochemoche los nombres de los más ilustres representantes de las tendencias existencialistas. Este ejemplo de confusión mental, difícilmente superable, desacreditaría por sí solo la presunción racista de superioridad vasca en que el autor se complace. [...] La obra, que no ataca a la moral, no acusa tendencia política reprobable ni ostenta -por desgracia- asomo alguno de mérito literario, puede autorizarse como un inocuo desahogo personal».
Aquel censor, parece obvio ahora, no se enteró de nada. A cualquiera le puede pasar lo mismo, si se tiene en cuenta que la primera frase de Oteiza en Quousque tandem...! dice así: «Escribo hacia atrás. Miro adelante, pero voy retrocediendo, caminando hacia atrás».
La declaración, sin embargo, tiene todo el sentido: en las siguientes páginas espera una sucesión de artículos intrincados, ideas expresadas entre borrones y fotografías absolutamente diversas que, en efecto, intentan desandar lo andado hacia la cueva (la de los vascos, sí, pero la de la Humanidad entera también) con la mirada puesta en los lienzos de Mark Rothko, Picasso y el arte del neolítico.
Y así escribe el propio Oteiza en un apunte con apariencia de entrada de diccionario: «Auriñaciense: primera gran edad del arte prehistórico [...]. Nace aquí la escultura con unas prodigiosas venus adiposas (ligadas a una magia de la fecundidad) y que caben en la palma de la mano, como la de Lespunge (Aquitania) en marfil. Cuando se imprime por primera vez en el muro una mano manchada de rojo. Cuando luego se multiplican las manos (generalmente la izquierda) en negativo, dentro de un círculo rojo de pintura espolvoreada [...] con una pared única por su repertorio misterioso de signos. Frente a esa pared he estado uno de estos días recostado con fervor».
Oteiza había emprendido semejante redacción, hecha de retazos salvajes, en 1961, dos años después de que el escultor decidiera, súbitamente, en 1959, no volver nunca más a tomar una lámina de hierro con sus manos. Justo cuando su trabajo tenía más puertas abiertas, más caminos por los que avanzar en su plástica.
La tesis que sostiene Amador Vega en su prólogo es que, en realidad, no hay tal zanja entre el trabajo plástico de Oteiza y su obra literaria: «¿Hasta qué punto Jorge Oteiza no continuó con el trabajo de escultor en su torpe escritura? Si fuéramos capaces de situar en un mismo plano ambos lenguajes, como dos modos de ser-en-el-mundo, podríamos observar de qué modo, en la obra de Oteiza, escultura y escritura se rebelan contra el gesto excesivo del arte y aspiran a aquel grito fundador, cuyo único exceso es la entrega de la propia vida». Es decir, volver a la cueva.
Ésa sí que puede ser la pista buena. Entendido como un desesperado grito, Quosque tandem...! puede ser descifrado más allá del tema vasco, que seguramente no le importe mucho a la mayoría de los admiradores de Oteiza; más allá, también, de sus aturulladas ideas y de sus sintáxis confusas (el prólogo de la segunda edición reconoce que, al encargar una traducción del texto original -en español- al euskara, se consideró la posibilidad de encargar una traducción del mismo al español); más allá de todo, como la vida del propio Oteiza.
Dice el nuevo prólogo de Quosque tandem...!, en definitiva, que Jorge Oteiza escribió con la misma furia visual con la que trabajó la materia y el vacío. Sus frases rugosas (reproducidas con las notas manuscritas del escultor), parecen la mejor demostración de esa tesis.