'Heads of tales'
Compañía: Galili Dance. / Dirección y coreografía: Itzik Galili. / Música: Precosa. / Escenografía: Janco van Varneveld. / Luces: Yaron Abulafia. / Escenario: Teatro Albéniz. / Fecha: 13 de abril.
Calificación: **
'Otehtzari birak (Girando a Oterza)'
Compañía: Kukai-Tanttaka. / Dirección: Mireia Gabilondo. / Coreografía: Jon Maya. / Música: Mikel Urdargarin, Bigen Mendizábal y otros. / Escenografía: Fernando Barnués. / Luces: Xavier Lozano. / Escenario: Auditorio San Lorenzo de El Escorial. / Fecha: 14 de abril.
Calificación: ***
MADRID.- Dos obras de muy distinto calibre, opuestas en el arco de la sofisticación escénica, nos ponen frente a lo dual: el yo colectivo y el individuo. Las dos con su carga de enfrentamiento unida a la conciencia de derrota del segundo. Se ven como las dos caras de la misma moneda -la entidad-, aun siendo tan diferentes en paisajes vitales -lo urbano y lo primitivo- siempre forjadores de verdades. Y de cada una se valoran los elementos más distintos.
La primera cuenta con 20 bailarines y un gran despliegue de medios y deja más poso por su energía física que por sus borrosos mensajes, eso sí, adornados con vestuario ultramoderno, efectos de luz, sonido provocador y palabra usada como fuente de humor.
La otra es una miniatura, delicada y austera, que rinde homenaje a la apabullante personalidad del escultor Jorge Oteiza. En ella hay una conmovedora virginidad. Está hecha desde sus raíces: el folclore vasco, los materiales -luz, vacío, piedra y madera-, son la sustancia única de un trabajo de aproximación desde lo simple, que sin embargo explica la complejidad y gallardía de ese país y de su artista más representativo. Un grupo de jóvenes estudiantes lo consigue.
En el israelí, afincado en Los Países Bajos Itzik Galili seguimos viendo al creador eficaz. Es un maestro de la combinatoria de pasos técnicos y gestos naturales. Desde una variación básica, que se repite y se desarrolla en el espacio y el tiempo, es capaz de generar el máximo de energía escénica. Su estilo es dinámico y con márgenes de libertad, de forma que los bailarines pueden compactar aunque tengan diferente grado técnico.
Esto convence en la segunda parte del programa, donde el creador de vitalidad escénica llega a detallar lo depurado y lo primario, hace lucir a los mejores elementos y redondear la comercialidad de su escritura. La primera parte es teatralmente pretenciosa pero hueca, y deja demasiado a un juego con lamparillas.
La estética y el concepto de Galili le empareja con otros coreógrafos destacados como Forsythe, Naharin, o Duato, cuando hablan acerca de lo real y lo pensado, y de los imperativos que atormentan al individuo. Aquí un ángel plateado espera a los espectadores en la boca de la escena. Es el que manejará al hombre, despegado del colectivo, en la escena más interesante y sugerente.