Chico conoce a chica. Chica y chico se enamoran. Chica se enfada con chico. Chico hace una locura para que la chica vuelva. Así es el esqueleto de Tú la letra, yo la música, la comedia romántica que Hugh Grant presentó ayer en Barcelona y que se estrena el próximo viernes con los años 80 -imposible no aprovechar el filón de ese retorno- como fondo.
Hugh Grant en realidad no hace de chico en la película: encarna a Alex Fletcher, un antiguo ídolo de masas de un grupo pop de los 80 -una especie de Wham!- que vive en la sombra que llegó a proyectar y que actúa en fiestas de antiguos alumnos de institutos, ferias y parques de atracciones, explotando el famoso golpe de cadera que le hizo famoso cuando tenía 20 años menos -y más soltura-.
La chica es Sophie Fisher (Drew Barrymore), una joven excéntrica y enamoradiza que le riega las plantas al músico. Y el músico, por casualidad, se halla en un aprieto (además de los que encuentra en sus propios pantalones): debe escribir una canción en 48 horas para una diva teen, del estilo Britney Spears. Hace siglos que no escribe una canción y está en blanco, hasta que oye como la muchacha canturrea unos versos mientras alimenta las plantas de su salón. Y se convierten en un equipo: él compone la música y ella le pone letra.
El momento estelar del filme, sin embargo, no pertenece a la historia de amor. Se trata del vídeo musical con el que el grupo pop, del que Fletcher formaba parte, triunfó en todo el mundo: sintetizadores a tope, cinturones con tachuelas, pantalones pitillo de color blanco nuclear y coreografías aptas para robocops. «Me molestó tener que aparentar 26 años. Me dijeron que podrían conseguirlo, pero cuando miro el vídeo veo a cinco jóvenes y a una prostituta vieja con maquillaje», confesó ayer Hugh Grant, con humor propio.
Y la película, de hecho, puede leerse también como una autoparodia: «Podría interpretarse así, porque Alex Fletcher también es demasiado mayor para actuar».
En alguna ocasión, Grant ha dicho que ésta (y alguna de las anteriores) era su última película, pero no quiso confirmar el dato y se refugió en una vaguedad: «Me avergüenzo de haber dicho tantas veces que hago mi última película, porque luego nunca es así. Y aunque siempre digo que me retiro, probablemente no lo haré, a pesar de que me siento mayor cada vez que voy a maquillaje y quiero tiempo para escribir mi libro, una comedia negra muy oscura, y dirigir una película».
Si pudiera, regresaría a los 80. Y no por los pelos cardados, sino para revivir aquellos días felices en los que «hacía una comedia en la tele con dos amigos. Escribíamos, actuábamos y nos sentíamos muy realizados... Era feliz en aquellos años», continuó Grant, «era joven y tenía esperanzas. 1986 fue el año más feliz. Desde entonces, todo ha ido hacia abajo». Es difícil saber si Grant habla en serio, porque desde fuera no parece que todo le haya ido tan mal, pero, lo cierto es que no se le movió ni una pestaña cuando dijo que «nunca me sentí tan satisfecho como entonces, cuando escribía sobre comida para perros para anuncios en la radio».
Menos mal que lo suyo es la comedia, porque el tono empezaba a ser deprimente... «La verdad es que no sé cómo he llegado a hacer tantas comedias. Me disculpo por ello. En realidad, no tengo un afecto concreto por ellas», dijo el actor de Cuatro bodas y un funeral.
Desde aquel éxito, poco se le ha visto a Grant en otra tesitura que la de querer ser motivo de risa. «Quizás me debería haber arriesgado más. Muchos actores tienen como prioridad demostrar su versatilidad. Pero la mía es entretener a la gente. Y no es fácil, lo prometo. Sería fácil hacer Hamlet o un asesino en serie, pero entonces no estaría entreteniendo a nadie», afirmó.
En Tú la letra, yo la música -dirigida por Marc Lawrence-, para entretener ha tenido que tomar clases de música y baile. Las de música -un poco de piano y otro poco de entrenamiento de las cuerdas vocales- le resultaron más placenteras que las de baile. Pero, como siempre, Grant anda entre la mentira y la broma: «Para cantar me entrenaron como a un animal de circo. Luego, el ordenador hace el resto. Lo de aprender a bailar fue una pesadilla».