Martes, 17 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6330.
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 MADRID
Cuesta Moyano
Los libros vuelven a su hogar
La mayoría de los libreros con puestos en el paseo del Prado se mudó ayer a su lugar de origen, la calle dedicada a Claudio Moyano, la misma que tuvieron que abandonar en 2004 para que se construyera una subestación eléctrica
LUIGI BENEDICTO BORGES

Los libreros de la Cuesta de Moyano están de mudanza. Cajas y cajas, blancas y marrones, de entre 20 y 50 kilogramos de peso cada una, se amontonan por fuera de los puestos, en la verja del Jardín Botánico que da al paseo del Prado. Allí es donde han estado ubicados de manera provisional desde otoño de 2004, cuando en la cuesta comenzaron las obras de una subestación eléctrica destinada a sustituir a la que en julio de ese año se incendió en la calle de Almadén.

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Ahora, con más de dos años de retraso sobre el tiempo estipulado, los libreros especializados en obras antiguas y descatalogadas podrán volver a vender ejemplares en el mismo sitio en el que comenzaron a hacerlo sus antepasados hace más de 80 años. No por nada se trata de un negocio familiar y tradicional.

La tardanza de Unión Fenosa a la hora de colocar los dos transformadores subterráneos y las polémicas sobre cómo iba a afectar la reforma Prado-Recoletos a las casetas han acabado con la paciencia de muchos. Ése es el motivo por el que ayer, día en el que se mudó la mayor parte, las opiniones no se referían precisamente a lo bonita que quedaba la estatua de Baroja presidiendo la nueva calle peatonal o al contraste entre las modernas farolas diseñadas por Alvaro Siza y los castaños de Indias maduros. «En 24 horas hemos tenido que ordenar y empaquetar», explicaba ayer Francisco Moncada, con las manos negras de mover tanto papel, el mismo que le había provocado innumerables cortes en los brazos. Regente del puesto 19, habituado a abrir las mañanas de todos los días del año y a cerrar cuando mande el sol, para él el exilio ha provocado «un annus horribilis tras otro».

«El invierno ha sido horrible, hacía mucho frío y todos hemos quedado mal de los oídos», se quejaba. Sus palabras eran refrendadas por una de sus dependientes, harta del estrés del paseo del Prado. «Es una zona de paso, de gente que, aunque mira mucho, no se caracteriza por ser apasionada de la lectura y sólo curiosea. Y mejor no hablar del ruido o el humo del tráfico», decía la chica. Por eso ambos estaban encantados de «volver al hogar».

Armando Castrillo, al frente del puesto 29, cambiaba el adjetivo «encantado» por el de «ilusionado». Pese a que su puesto fue «recolocado» cerca de la boca de Metro de Atocha y de una parada de autobús, lo que le aseguraba más gente que a los demás, Castrillo no ve la hora de que este jueves se inaugure la nueva Cuesta de Claudio Moyano.

«La primera época en el paseo del Prado fue muy buena, porque con la novedad venía mucha gente. En medio tocó otra época más o menos razonable, pero ya la última fue un desastre, lo que acrecentó aún más el deseo de volver», aseguraba el librero mientras extendía un plástico para proteger las obras que tenía colocadas fuera de la caseta. Había comenzado a llover, pero siguió haciendo calor, lo que no hizo más placentero eso de cargar cajas atestadas de libros.

Así daban fe los operarios de Mudanzas Alce, la empresa contratada por Unión Fenosa, que corre con los gastos del traslado. «Lo peor, lo peor-peor, para cambiar de sitio son los libros», comentaba uno de los trabajadores al que sólo se le veía el pelo detrás de las cuatro cajas que había apilado en su carretilla. A su lado, Paco y Consuelo ignoraban el ajetreo. Él, porque bastante tenía metiendo en dos bolsas de plástico los cuatro libros de la Enciclopedia de Andalucía que no habían sobrevivido a la mudanza de una caseta. Ella, porque el tomo de Iniciación a la Fotografía que encontró en una caja abandonada era demasiado pesado para llevárselo a casa y prefería leerlo allí mismo. Apoyándolo en un cubo de basura, claro.

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