Martes, 17 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6330.
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«Disparó a voleo y sin mediar palabra»
«Creo que llegó a alcanzar a 10 o 15 en mi clase. A mí me dio en el brazo. Tuve suerte... Creo que otros han muerto», asegura Dereck O'Dell, de 19 años
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- Dereck O'Dell llegó a verle la cara al asesino: «Era un tipo joven, de veintipocos años, de origen asiático... Vestía una cazadora negra y disparó con la pistola a voleo, sin mediar palabra. Creo que llegó alcanzar a 10 o 15 en mi clase. A mí me dio en el brazo. Tuve suerte... Creo que otros han muerto».

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O'Dell, de 19 años, relataba así su experiencia a la cadena NBC desde la cama del hospital en Blacksburg. El aula de ingeniería mecánica fue uno de los primeros objetivos del pistolero en Norris Hall, con la sangre aún reciente del tiroteo madrugador en los dormitorios del West Ambler Johnston Hall.

«Escuchamos el aviso en megafonía de que había un pistolero en el campus y nos parapetamos en la clase», declaró O'Dell. «Hicimos una barricada con mesas y sillas y la pusimos contra la puerta, pero el pistolero logró entrar y se puso a disparar a discreción, sin mirarnos siquiera».

Bajo los efectos de los sedantes y sin acabar de haber superado la conmoción, O'Dell recordó cómo se tiró al suelo antes de escuchar el disparo que le perforó la parte superior del brazo... «Aquello se llenó de sangre en el acto. No quedó nadie en pie. Algunos se hicieron el muerto y creo que eso los salvó. Cuando se quedó sin balas, el pistolero salió al pasillo y reemprendió su camino».

Nicholas Macko estaba también en clase, a eso de las 9.40, cuando sonaron disparos. Una compañera suya cerró instintivamente la puerta, y al poco tiempo volvió a abrirla y se asomó: el pistolero venía en aquella dirección.

«Volvimos a cerrar la puerta y tres estudiantes movieron una mesa pesada para bloquear la entrada», relató Macko a la web de la BBC. «Unos segundos después, el pistolero intentó abrirla, pero todos los estudiantes hicimos fuerza para mantenerla cerrada empujando la mesa contra la puerta».

«Entonces disparó dos veces, a la altura del pecho. Las balas entraron por la puerta y fueron a estrellarse contra la tarima del profesor y contra una ventana. Escuchamos cómo volvía a cargar el arma y disparó otra vez. Esta vez las balas no penetraron, y decidió marcharse a otro aula. Luego escuchamos unos 70 u 80 disparos a lo lejos».

«Por suerte, nadie resultó herido en mi clase. Aunque me pareció muy corto, vi que habían pasado 25 minutos. Fue entonces cuando avisé por el móvil al teléfono de emergencia y al poco tiempo vinieron a rescatarnos».

Otros estudiantes relataron el baño de sangre en los pasillos del Norris Hall, en una macabra reedición de la matanza del instituto Columbine. Pese a las advertencias de la Policía por megafonía, muchos estudiantes decidieron no permanecer encerrados y sacaron en volandas a sus compañeros muertos o malheridos para que se los llevara la ambulancia.

El lunes negro será recordado por la cantidad de imágenes captadas por los estudiantes durante el tiroteo y por la posibilidad de presenciar y vivir la tragedia en Internet... «Estamos encerrados en la Biblioteca del campus en este momento. La Policía está por todas las partes. Hemos oído que han disparado a 17 estudiantes. No podemos saber si es cierto o si es un rumor. Sólo espero que encuentren a los tiradores pronto» (Krishan y Allison, Blacksburg, Virginia, América).

Pese a la profusión de los móviles y de los ordenadores en el campus en la era de la hiperconexión, nadie se explicaba sin embargo ayer cómo se produjo el cortocircuito de dos horas entre el primer y el segundo tiroteo, cómo pudieron empezar las clases como si tal cosa y cómo nadie dio la voz de alarma a tiempo.

La estudiante Tiffany Otey, en declaraciones a la CNN, arremetió contra la acción de la Policía: «Entraron con sus chalecos antibalas y los fusiles automáticos en clase. Nos dijeron que pusiéramos las manos en la cabeza y que fuéramos saliendo en filas, y que dispararían a quien se resistiera. Imagino que pensaban que el pistolero podía estar entre nosotros».

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