El Gobierno israelí dedicó ayer fastos y dinero a la conmemoración anual de los seis millones de víctimas del Holocausto, pero no se acordó de personas como Avri Michel o Leopold Rosen. Al primero, de 75 años y con una pierna y un brazo paralizados, el Ministerio de Salud no le quiere dar una silla de ruedas eléctrica. Da lo mismo que sea un superviviente de la Shoah, uno de los testimonios en vida del genocidio: las sillas eléctricas son para menores de 65 años que deban moverse fuera de casa. «Cuanto más mayores somos, más difícil es. ¿Por qué tengo que ser un prisionero en mi propia casa?», se lamenta en declaraciones al Haaretz.
La situación del segundo es más escalofriante. «No tengo dinero para comer», denuncia al Jerusalem Post Leopold Rosen, de 85 años. Su pensión mensual de 2.100 shekels (380 euros) y la ayuda de 125 euros pagada por Alemania no le permiten costear su tratamiento y los alimentos al mismo tiempo. Y necesita 28 medicamentos para sus dolencias, nada extraño ya que, en su huida de Polonia, contrajo tuberculosis y asma. Desde entonces, tiene ataques de epilepsia, una bala en un brazo y un marcapasos. Su dentadura postiza le hace llagas y tiene gafas gracias a una alemana que supo de su situación. Rosen recuerda que durante 50 años ha pagado impuestos a Israel. «Hemos ayudado a levantar este país. ¿Qué nos da a cambio?».
La bochornosa situación de los supervivientes llevó ayer a centenares de personas a manifestarse ante el Parlamento, donde se celebraron actos de homenaje. Los políticos los usaron para aumentar la tensión contra Irán, pero pocos aludieron a la desidia que deja a las víctimas en la miseria. Noach Flug, presidente del Centro de Organizaciones de Supervivientes del Holocausto, denuncia que de los 250.000 afincados en Israel sólo 60.000 reciben ayudas y que 80.000 viven por debajo del límite de la pobreza (con menos de 300 euros mensuales). Las pensiones del Ejecutivo israelí (1.040 shekels, 190 euros) son insuficientes.
Un estudio del Instituto JDC-Brookdale de Jerusalén estimaba en 2005 que el 35% de los supervivientes de Israel necesita ayuda económica, el 25% debe elegir entre pagar sus medicinas o comprar comida, el 16% no puede permitirse telefonear y el 13% no puede alimentarse adecuadamente.
«Aquellos que soportaron la experiencia más horrenda y lograron rehabilitarse y encontrar un medio de vida, ahora padecen penurias», denuncia Dov Arbel, director de la Fundación para el Beneficio de las Víctimas del Holocausto (Keren). Como otras asociaciones, Keren (que asiste a 10.000 personas) denuncia que la descompensación entre ayudas y necesidades (crecientes a medida que los supervivientes envejecen, y la media es de 76 años) les lleva a recortar sus servicios.
Este grupo insta al Gobierno a asumir la responsabilidad moral hacia unas víctimas cuyo sufrimiento permitió la creación de Israel. La Shoah no sólo jugó un papel crucial en el reconocimiento del Estado judío por parte de la ONU, sino que, en los primeros años, «Israel construyó carreteras, hospitales y un Ejército con la ayuda del dinero alemán destinado a las reparaciones», recuerda Zeev Factor, presidente de Keren y veterano de Auschwitz.
A la indolencia se suma la corrupción. «Hace poco descubrí que el Gobierno israelí sigue recibiendo dinero de Alemania [en concepto de compensaciones]: 150 millones de euros al año. Si a eso se resta lo que entrega a los supervivientes del Holocausto, queda un montón de dinero», denuncia Colette Avital, diputada laborista y presidenta del comité parlamentario de supervivientes.
Paradójicamente, los gobiernos germano, francés y austriaco dedican más dinero a los supervivientes que residen en sus territorios que Israel. La situación es tan dramática en el Estado judío que, según el reportaje Las moralejas de la restitución, emitido por el Canal 2 israelí, algunos han vuelto a Alemania porque allí las medicinas son gratuitas y las pensiones más cuantiosas que en Israel. Mientras, los que escaparon con vida luchan por sobrevivir a su propio Estado.