VICTOR FAGILDE
Los ecuatorianos, convocados en referéndum por Rafael Correa, su flamante mandatario, han decidido dar luz verde a una Asamblea Constituyente. Más de nueve millones de ciudadanos fueron llamados a responder a esta pregunta: «¿Aprueba usted que se convoque e instale una Asamblea Constituyente con plenos poderes, de conformidad con el Estatuto Electoral que se adjunta, para que transforme el marco institucional del Estado y elabore una nueva Constitución?». Con un índice de apoyo superior al 80%, el referéndum ha dado un cheque en blanco a Correa, poniendo así en marcha el reloj que marca la hora de predicar.
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En un país de corte presidencial, Correa viste de populista de izquierda, con un discurso radical, mesiánico e indigenista, que genera un nerviosismo notable, pero viste también de culto, es economista formado en Bélgica y en Estados Unidos, de joven -tiene 43 años-, de experimentado (fue ministro de Economía en el Gobierno de su antecesor), y tiene sentido estratégico -renunció a concurrir con su grupo, Alianza País, a las elecciones legislativas, para no tener que compartir legitimidades, apostando por una eventual Constituyente ajustada a su perfil-. Se hace cargo, a pesar de disponer de ingentes recursos naturales, de un país pobre, corrupto, desagregado, sin instancias de intermediación creíbles, excluyente y átono en lo social. Desde que llegó al Gobierno, Correa ha demostrado temple, determinación y firmeza, lo que le ha permitido superar las barreras de la autoridad legalista, con el arma del poder legítimo.
El resultado del referéndum pone a Ecuador frente a una serie de cinco desafíos que constituyen el compromiso de Correa, y que fueron enunciados en su discurso de toma de posesión. El primero, una revolución institucional, para reconstruir equilibradamente el Estado, sobre la base de que éste recupere una importante cuota de protagonismo, sin descartar la «revocatoria» presidencial, ni la «reelección inmediata». El segundo, la lucha firme y decidida contra la corrupción, para que el esfuerzo se aplique a eficiencia y eficacia. El tercero, la reestructuración económica, para que el liberalismo haga sitio a políticas sociales con transparencia y control democrático, y para que los sectores estratégicos de la economía (electricidad, hidrocarburos, minería y telecomunicaciones) vuelvan al redil del Estado. El cuarto, priorizar la inversión en educación y salud, orientándola especialmente a los sectores excluidos y a los más vulnerables. Y, por último, el rescate de la dignidad, soberanía y búsqueda de la integración latinoamericana, bajo la inspiración de Bolívar y San Martín y, quizás, el aliento de Hugo Chávez. A todos ellos habría que añadir uno más, y no menor: cumplir su mandato, empeño en el que sus antecesores han tenido escasos resultados.
En el club de los bolivarianos, el proyecto de Correa parecería cortado por el patrón del de Evo Morales, pero no es así. Correa es un hombre intelectualmente sólido, Morales es un sindicalista voluntarioso; Correa es un proyecto en sí mismo, que se ha rodeado de un equipo; Morales, aunque a la cabeza de un equipo, el MAS, está a la búsqueda de un proyecto; Correa tiene recursos y dinero, Morales sólo discursos, y expectativa de recursos.
El resultado del referéndum, en cualquier caso, alargará el periodo de incertidumbre en los mercados hasta que se haya definido la Constituyente, desplazará a los partidos políticos de la exclusividad en la intermediación entre la sociedad y el Estado, y confirma la democracia delegativa como superación de la representativa.
Para Correa es el momento de predicar. Después vendrá el de dar trigo.
Víctor Fagilde es diplomático.
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