Mitterrand lo llevó en su programa de 1981. Era la ortodoxia socialista: nacionalización de la banca y de los bienes de producción. La reacción del sentido común francés impidió, tras la victoria en las presidenciales del veterano líder izquierdista, el gran error. Pues bien: si Zapatero, que es un ludópata político, hubiera podido, habría sido en economía tan insensato y provocador como en política.
Pero estaba limitado por la Unión Europea y por un hombre de Felipe González: Solbes. Eso nos ha salvado de la aventura de las nacionalizaciones que arruinaron en el socialismo real a países tan ricos como Hungría o Checoslovaquia y comprometieron, frente a Estados Unidos y Japón, los macrobalances de las grandes naciones occidentales europeas. Telecinco y Antena 3, que lideran la televisión en España, ganan 200 millones de euros al año cada una; TVE, en tercer lugar, pierde 600 millones anuales. Es sólo un diamante de muestra.
Sin embargo, lo que le pedía el cuerpo a Zapatero, lo que clamaba su disparatada formación, era seguir el mismo camino que Evo y Chávez: adueñarse de eléctricas, petroleras y bancos. Y lo ha intentado. Con acciones indirectas, pero lo ha intentado.
No podía nacionalizar porque el poder de Europa lo impedía, pero sí intentar la colocación de sus adictos al frente de las empresas desnacionalizadas. El primer envite, que fue Repsol, le salió bien. Amagó luego en Telefónica sin éxito. Se empleó a fondo con el BBVA creyendo que vencería la resistencia de Francisco González y su admirable equipo. No tuvo éxito. El banquero le dobló el pulso.
Finalmente, lanzó su órdago en Endesa para satisfacer un doble objetivo: instalar en la eléctrica a sus protegidos y, además, hacer un servicio más a sus aliados catalanes. Enmascaró su maniobra tras una operación empresarial que a nadie engañaba. No contó con la inteligencia y la habilidad de uno de los grandes empresarios españoles: el sagaz Manuel Pizarro.
Desenmascarado ante la opinión pública, derrotado y maltrecho, Zapatero flota entre las nubes de Moncloa y está dominado por su talante petulante. Todo menos reconocer el fracaso, admitir un error, pedir excusas por una equivocación. A él, al glorioso promotor de la Alianza de las Civilizaciones, al faro de Occidente en la paz de Oriente Medio, no se le podían subir una vez más a las barbas un grupo de petimetres, dejándole en ridículo.
Así es que, escondiendo ambas manos, tiró nuevas piedras sobre Endesa, que, en poco tiempo, y si nadie lo remedia, quedará, a causa de la soberbia zapatética, sostenella y no enmedalla, bajo el control del Gobierno italiano. Menuda pirueta. En cualquier país europeo semejante hazaña le hubiera costado al presidente del Gobierno la fulminante dimisión. Aquí no.
Aquí, los medios adictos, el coro de los tertulianos domesticados y el pesebre intelectual presentan la operación como un éxito más para la gloria de Zapatero, tal y como han hecho con la sordidez del Estatuto catalán o el fracaso estrepitoso de la política antiterrorista.
Y, claro, el presidente por accidente está aterrado de que alguien cuente la verdad o parte de la verdad y no sabe cómo impedir que Conthe hable en el Congreso de los Diputados.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.