Pero Pou no fue el único catalán que triunfó el lunes en la gala de los Max celebrada en Bilbao. Allí pisaron también muy fuerte, además de Sol Picó -directora de la entrega de premios; y, a tenor de los aplausos, parece que lo hizo bien- el músico Carles Santos -con La meua filla sóc jo-, los actores Eduard Fernández y Laia Marull -por un Hamlet dirigido por Lluís Pasqual, también catalán aunque instalado en el Arriaga de Bilbao- o la escritora Lluïsa Cunillé y su Barcelona mapa de sombras, que primero se estrenó en catalán, luego triunfó también en castellano y dentro de poco llegará a las pantallas de cine de la mano de Ventura Pons.

Así que no ha estado nada mal la cosecha anual de manzanas para los escenarios catalanes -y eso que por el camino se cayeron Peer Gynt de Bieito y el J'arrive de Marta Carrasco-. Y no merece nada más que felicitaciones. Sólo, que pese a que la ristra de creadores y espectáculos merecen más que de sobras los galardones cosechados, no estoy muy segura de que los buenos resultados obtenidos por las tablas catalanas en la fiesta anual del teatro se correspondan con la vitalidad de la cartelera barcelonesa, su principal escenario. Y no debo ser la única porque, desde hace algún tiempo, no son pocos quienes comentan que pese a que, en general, la calidad de las propuestas escénicas catalanas es innegablemente alta ya no somos, como fuimos durante mucho tiempo, punta de lanza del teatro en España. Ya no somos referencia.Ni es España ni tampoco en Europa que, no perdamos de vista, debe ser también con quien tenemos que intentar compararnos y competir.

Dicho esto, sólo una cosa más: una sincera queja contra quienes dicen -lo hicieron muchos en la presentación la pasada semana del festival madrileño Made in MAD- que no encuentran escenario para presentar sus propuestas en Barcelona. Y una prueba evidente de que lo que dicen no es cierto: ahora son dos los teatros catalanes que suben cada noche el telón con propuestas llegadas de Madrid.Y dos de los grandes: en el Tívoli, Un enemigo del pueblo, del Centro Dramático Nacional; en el Apolo, Arturo Fernández. Y, si afirman que el problema es la lengua, son otros dos los teatros con producciones catalanas en castellano: Grease, en el Victòria; y Soldados de Salamina, en el Romea.