'Mujeres soñaron caballos'
Texto, dirección, escenografía e iluminación: Daniel Veronese. / Intérpretes: Celso Bugallo, María Figueras, Ginés García Millán, Andrés Herrera, Blanca Portillo y Susi Sánchez. / Sala Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional.
Calificación: ****
MADRID.- La violencia de Mujeres soñaron caballos puede ser secuela del terror de la dictadura de Videla y sus escuadrones de sicarios; o no. Si lo es, está más sugerida que evidenciada. Pudiera residir en la muerte de los padres de Lucera (María Figueras) a manos, como denuncia un voceador sonado, de los hermanos Iván, Celso Bugallo, y Rainer, Ginés García Millán, lo cual desencadena la terrorífica reacción final de Lucera; pero no está claro.
Veronese huye del teatro documento, del realismo testimonial. Queda, entonces, la violencia en estado puro, en un ambiente doméstico y familiar con fuerte peso de los machos descerebrados.
La historia y el ambiente asfixiante, con suicidios o muertes de caballos al fondo, se sobrecarga en un crescendo sabia y cruelmente dosificado por Veronese, lo cual da lugar a una exhibición actoral verdaderamente turbadora.
Lucera, jovencísima, es una mujer con un subconsciente aterrador. Todo, menos la compasión de Ivan, su esposo, está en su contra: el pasado, el presente y el futuro. Impecable María Figueras, en este atormentado personaje de una falsa fragilidad, que acaba convirtiéndose en la protagonista de Mujeres...
El personaje más plano es el de Ivan, al que Bugallo aporta la serenidad de un ser gris y, en apariencia, apacible. Inquietante, rico de gestos y matices, Andrés Herrera que logra dar al boxeador sonado imprevisibles resonancias. El personaje de Susi Sánchez, en principio imagen del equilibrio y la sensatez, acaba contaminado de tanta violencia, y la respuesta de la actriz es decisiva y convincente.
Blanca Portillo es una actriz en la que no se adivina el límite de sus posibilidades, que pueden ser infinitas. Aquí, en este texto de Veronese, responsabilizado también de una tensa dirección y una escenografía doméstica, es la intelectual, la guionista sin futuro, el reflejo y el objeto de un marido acomplejado; es la mirada provocadora, la esposa-madre tiernísima, la víctima camino del matadero: espléndida la Portillo.
Ese marido frágil y violento, ese marido fracasado y hundido, Rainer, puede que sea el personaje más complejo de Mujeres soñaron caballos. Si hay un eje, junto a Lucera, que sitúe los campos de la trama, es Rainer; no hay registro de violencia, debilidad o perplejidad que se escape a Ginés García Millán en una soberbia demostración de autoridad interpretativa. Mujeres soñaron caballos, aparte la violenta intriga que recorre de arriba a abajo el texto es, sobre todo, una inquietante demostración de poderío, de aguda y caníbal sensibilidad actoral.