Antonio Lucas
Carabanchel fue el chiquero mítico del antifranquismo, la cárcel de los maquis de barriada y de los intelectuales con sabañones. La memoria de una cárcel es siempre una penumbra de muertos y de hombres derrotados. Una vez cerrado definitivamente el ventorrillo donde asestaban tortura a granel los maderos del Régimen, ese siniestro hotel de estrella y media se ha convertido en disputa de otro calibre. Ahora está la politiquería dándole vueltas a qué hacer con las tapias que alojaron el garrote vil y otros instrumentos del claqué represivo. El solar sobre el que se levantaba Villa Paquita, como le decían algunos, es un tinglado de tierra yerma que da para muchas cosas raras si lo mira un alcalde, un alcaldable, un concejal de Urbanismo o un aspirante a la cosa del suelo en el Ayuntamiento de turno.
En precampaña vale cualquier hilo suelto para hacerse un corpiño de buenas intenciones. Lo que sucede es que ese manantial de promesas se queda en un agua residual como la que pisan los infantes chunguitos de Las Barranquillas cuando caen cuatro gotas en Madrid, que siempre hacen charco en el afluente del chabolismo y la miseria. Con la palabrería de los mítines se arma a una sastrería de mucho brillo tonto que luego no hay dios que fije en el papel de la verdad. La última propuesta de Miguel Sebastián, el candidato difuminado, tan discreto en lo suyo que a este paso se le va la campaña camino del tinte, propone que el maco de Carabanchel sea Centro Internacional de la Paz de la ONU. Bueno, vale. Es un gesto.
El problema cierto, de Sebastián a Gallardón, de Aguirre a Simancas, es que hoy se hace política de esteticién. No hay un despliegue de ideas, sino un orden del día con mechas. Si Madrid se mueve (y eso ya lo hemos dicho aquí) es por un ímpetu ciudadano que se sobrepone a la política, pese a la política. Aquí el pulso electoral se cifra en cuatro fotos firmadas en plan Azúcar Moreno, en una sesión de karaoke con las vecinas del barrio y en un calentón de fans en la boca del Metro. Pero esto no es más que folclore en forma de cabalgata, con mucho paje dentro.
Los candidatos y los titulares viven en una irrealidad de trepas, medrosos y pelotas que van de pensadores y no llegan más que a palmeros con manos de arrope. De ellos sale, generalmente, ese puñado de ideas flacas que engordan los programas electorales. Que la cárcel de Carabanchel vaya a ser Centro de Paz de la ONU no es más que un ejemplo sin forma de los muchos que caerán en este cajetín a lo largo de la penitencia de la campaña electoral. Hay cosas peores, como el de un segundo de abordo de la Comunidad que defiende la construcción de un campo de golf en el centro de la ciudad porque revaloriza «un huevo» los pisos de la zona (ya de por sí revalorizados). Hay que joderse. A ver si llegan los ombligos en flor por primavera y se llena de tulipanes con piercing la Gran Vía, porque la cosa va a peor. Y así es muy difícil. Aunque al final uno siempre se decide por Madrid, que no defrauda.
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