FATIMA RUIZ
MADRID.-
Las mujeres afganas están hoy mejor que hace seis años, y en la calle el burka se lleva por cultura y no sólo por miedo. Es la cara amable de la radiografía de posguerra que ayer enviaban desde Kabul a Madrid dos representantes femeninas de la política y la empresa en el país asiático, a través de una videoconferencia por medio de la embajada estadounidense.
La parte oscura de esa lentísima y compleja reconstrucción, matizaban, es que la violencia insurgente está haciendo retroceder a la sociedad sobre sus pasos (también en cuestiones de género) y que Afganistán no se reduce a la capital, cuyo aire es más respirable para las mujeres que el de las provincias alejadas y sometidas al talibán. Un poder que ha reunido nueva fuerza en su lucha contra la OTAN y recuperado apoyo de la población local.
«Existe mucha corrupción en Afganistán y eso hace que la gente mire atrás y pueda pensar que los talibán eran más honrados», explica la diputada Azita Rafah. «Lo que ven es que antes había seguridad y ahora no», resume la parlamentaria de una Cámara que reserva la cuarta parte de asientos a las mujeres como primer paso para paliar su terrible exclusión de años bajo el yugo integrista.
«Las batallas que se están librando ahora en Afganistán se planifican desde el exterior», añade Muzghan Sadat, directora financiera de la Federación Afgana de Empresarias y propietaria de un negocio de importación de medicinas desde Turquía.
Sadat teme que los esfuerzos para atraer inversión impulsados tras la guerra se cohíban debido a la violencia: «Los problemas económicos pueden llevar a la población a cobijarse bajo la protección de los insurgentes y entrar en el negocio de las drogas, por ejemplo».
Estabilizar el país
La mitad femenina de la población afgana, coinciden ambas, tiene un «papel fundamental» en la reconstrucción del país. «La mujer nunca participó en la guerra», dice Rafah, que alude al propio carácter femenino para contribuir a estabilizar el país: «Cuando ellas actúan, lo hacen siempre pensando en el conjunto del problema. Ahora lo que quieren es construir un buen país, a través de las instituciones y de la democracia».
Aunque aún falta tiempo para que la sociedad acepte plenamente esa participación femenina. Y hay que empezar por concienciar a las propias mujeres. «En muchos lugares, por ejemplo, no quieren acudir a las escuelas porque creen que va contra su religión», dice Rafah, antigua profesora, poniendo como ejemplo el de su provincia natal, Badghis: «Allí se trata todavía a las mujeres como si fueran animales o instrumentos para ser usados en el hogar». Las dos agradecen a la comunidad internacional su ayuda, pero se quejan de un compromiso que se queda cojo frente a las necesidades de un país devastado.
Además de más seguridad y financiación, piden «presión» sobre el Gobierno afgano para que defienda los derechos de las mujeres más allá de la capital. «Nuestro sistema es débil.
Hay que convencer al Gobierno de que escuche los problemas de la gente», dice Rafah. «Y convencer al pueblo de que crea en sí mismo».
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