Miércoles, 18 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6331.
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CONFERENCIA SOBRE REFUGIADOS DE IRAK / La crisis humanitaria
El éxodo iraquí desborda a Siria
El país árabe acoge la mayor colonia de huidos desde territorio iraquí, que comienzan a importar sus diferencias confesionales
JAVIER ESPINOSA. Enviado especial

DAMASCO.- Los responsables del cementerio de Qudisiya no recuerdan ninguna tumba de iraquíes en los cientos de años que atesora el camposanto. Sin embargo, todo cambió a partir de 2003. Ahora no es raro leer lápidas como la de Ahmed Abdelkader. «Ésta es la tumba de un joven iraquí», reza la losa.

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«Cuando comienzas a enterrar a tu familia fuera de tu país comprendes que esto es el exilio y te acuerdas de las historias que escuchabas sobre los palestinos que no podían volver a su tierra», afirma Alí Al-Fahdawe, que hace sólo tres días sepultó a su prima en el mismo recinto de la pequeña villa siria.

Profesor de Derecho de 53 años, Alí deambula por las callejuelas de Qudisiya, que cada día adquieren una escenografía más iraquí. Los restaurantes exhiben nombres como Cosecha de Bagdad, Al Mansur (un conocido barrio de la capital iraquí) o Anbar (la región suní del oeste); una de las rotondas ha sido renombrada como plaza Faluya, y los comercios venden gorras con la enseña del vecino país y hornean el típico pan en forma de torta que se consume allí.

A escasos kilómetros, en el barrio de Zayida Zaineb en Damasco, el decorado podría ser propio de Kerbala o Nayaf, las dos ciudades santas del chiísmo iraquí. Por sus calzadas se multiplican las mujeres con abayas, los retratos de Alí y Husein -los grandes referentes espirituales de esta confesión-, y hasta se descubre una oficina del partido del clérigo Muqtada al Sadr.

«La única ventaja es que ahora tienes tiempo para charlar con los amigos del barrio a los que no podías ver durante años en Bagdad. Estoy hablando del barrio de Hay al Yihad de Bagdad, no de éste. He encontrado a docenas de antiguos vecinos que se han trasladado a Damasco», ironiza Al-Fahdawe, que emigró a Siria en julio de 2006.

Enclaves como Qudisiya, Zayida Zaineb o Yarmane -otro suburbio de Damasco- son una constatación del estremecedor éxodo de iraquíes que ha recibido Siria en los últimos meses. De los poco más de 100.000 que vivían en este país antes de la invasión de Irak, se ha pasado a más de 1,2 millones de refugiados, convirtiendo a la nación siria en el principal destino de los huidos, superando ya a Jordania.

Frente a las trabas que establecen la mayoría de naciones de la región, Europa y EEUU a la entrada de los huidos iraquíes, Damasco mantiene a duras penas una política de puertas abiertas que amenaza con desbordar sus capacidades, según alertan organizaciones humanitarias y la prensa oficialista.

Diarios como Al Baath o Teshreen recogían en febrero las primeras críticas implícitas a las consecuencias de esta oleada humana. Como advertía el analista Mahmoud Al-Rasawi en Al Thawra, el incremento de la comida más básica ha alcanzado en ocasiones el 300%. Para Al Baath se trata de una «crisis real», que por ejemplo ha sumado 75.000 estudiantes iraquíes a los colegios locales, donde es corriente ver clases en las que se hacinan más de 60 estudiantes.

Un estudio de la Organización Nacional para los Derechos Humanos de Siria difundido recientemente indicaba que si hace dos años un apartamento de dos habitaciones se podía alquilar en un barrio de Damasco por unas 8.000 libras (120 euros) ahora cuesta 20.000 (casi 300 euros). Un incremento del 250%.

Alí al Fahdawe tuvo que mudarse hace una semana de residencia cuando su casero intentó subir la renta mensual de 500 a 700 dólares. «No podíamos pagar. No puedo cobrar mi sueldo de profesor retirado porque tendría que ir a Bagdad y eso supone la muerte. Estamos viviendo de los 1.200 dólares que nos han prestado unos amigos. Todos mis familiares y amigos han tenido que hacer lo mismo: empeñarse. Pero ésta no es una situación que se pueda mantener. El problema es que el mundo no ve campos de refugiados a la usanza, con tiendas de campaña», explica el iraquí. «Ustedes son responsables y tendrían que ayudar. La ocupación destruyó el país», añade.

«¡Bagdad, Bagdad!». El grito de los conductores de furgonetas retumba en la «calle de los iraquíes» -antes se llamaba Farouk- de Zayida Zaineb. Los propios chóferes admiten que el flujo de llegada de iraquíes ha decrecido con respecto a 2006. «Los que podían irse ya se han ido. En Irak sólo quedan los que no tienen dinero para huir», reconoce Alí Mohamed Hussein, uno de los 15 taxistas de la compañía Al Aain, una firma de transporte establecida en agosto de 2006 en Qudisiya por los propios refugiados.

La empresa dispone de una oficina hermana que han bautizado como «Transportes Ademiya» en honor del conocido barrio suní de Bagdad. El equivalente en Zayida Zaineb es «Transportes Kadeemi», en recuerdo del suburbio chií de Kademiya.

Porque los propios exiliados tampoco han podido evadir las divisiones confesionales que están destruyendo Irak y han comenzado a agruparse siguiendo su filiación sectaria. Los suníes como Mohamed Husein son mayoría en Qudisiya. Los chiíes en Zayida Zaineb y los cristianos en Yarmane.

De hecho, los conductores de Al Aain sólo transportan iraquíes hasta los enclaves del oeste de Bagdad, dominados por la secta suní. Lo contrario ocurre en Zaineb, donde las rutas se dirigen exclusivamente hacia suburbios o localidades chiíes como Nayaf.

«Hace cinco meses uno de nuestros compañeros cruzó el río (Tigris, que divide la capital iraquí) y fue asesinado por milicianos. Es increíble. Antes de la ocupación nunca hubiera imaginado que tendría que pensar hasta qué plaza de Bagdad podría llegar», indica Alí Mohamed, conductor de 38 años.

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