Siete de cada 10 votos que entraron en las urnas el pasado domingo en Ecuador respaldaron la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Un proyecto impulsado por el presidente Rafael Correa, quien hace tan sólo dos meses y medio recibía el apoyo del 60% de los votantes, a pesar de presentarse a las elecciones en solitario y sin un solo diputado.
Con una popularidad del 70%, Correa ha encontrado el mejor aval para una transformación completa del Estado que llegará a través de la mano de una nueva Constitución, enmarcada en el «socialismo del siglo XXI». Correa pretende reforzar el papel del Estado, pasando de una «economía social de mercado» a una «economía social y solidaria» que profundice la propiedad de los recursos naturales (sobre todo, petróleo, del que Ecuador exporta 500.000 barriles diarios).
Una encuesta de Gallup señalaba sin embargo que el 69% de los ecuatorianos apenas sabía qué estaba votando. Éste es el principal reclamo de la oposición, que reprocha a Correa emprender un camino sin rumbo y con «plenos poderes».
«Plenos poderes no significa que tenga que casarse con una novia fea o que tenga que pintar de verde el carro», ironizó Correa.
Empeñado en acabar con «la clase política tradicional que ha hundido el país en la miseria», Correa ha conseguido convencer a millones de personas e ilusionar a miles de ciudadanos. Repentinamente tienen ante sí la posibilidad de pisar un Congreso que casi siempre han visto por televisión durante la sucesión de dimisiones, ceses, golpes de Estado o asonadas militares, que ha vivido el país los últimos años, hasta sumar ocho presidentes en la última década.
Según los plazos previstos, a partir de ahora comienza una campaña para reunir a los 136 miembros de una Asamblea que deberá dar forma a una nueva Constitución, que tendrá que ser votada de nuevo en referéndum entre los meses de septiembre y octubre. El carácter popular y social de la nueva Asamblea permitirá a cualquier ciudadano participar en la elaboración de la Carta Magna si logra reunir el 1% de las firmas del padrón de la región por la que se presenta.
«La partidocracia aún no está derrotada, está moribunda y puede intentar volver a engañar al pueblo ecuatoriano», insistió Correa, pocas horas después de su victoria.
«¿Olvidarnos?»
Los analistas preveían que el ex ministro de Economía moderaría su discurso o bajaría el tono de suficiencia que destilan sus palabras en busca de consensos. La respuesta, sin embargo, llegó la misma noche de votación, ya con los resultados en la mano. «¿Olvidarnos de lo que ha pasado?», se preguntó; «buscaremos consenso, pero no con los que buscan el puestito, mantener sus privilegios o las empresas de sus familiares».
Para la oposición ecuatoriana, Correa sigue la misma hoja de ruta -aunque de manera más acelerada- que trazó el presidente venezolano, Hugo Chávez, cuando en 1998 ganó las primeras presidenciales. El guión marca que hay que convocar lo más pronto posible -cuando la popularidad es muy alta- una Asamblea Constituyente para ampliar los poderes del Ejecutivo, minimizar el papel de los partidos y posibilitar la reelección.
«Ecuador va ciego hacia una serie de promesas populistas que llevan al país hacia un modelo totalitario, donde se quiere suprimir el libre mercado, introducir una nueva moneda y acabar con la competencia y la inversión extranjera», señaló a este periódico Gloria Gallardo, diputada de la oposición.
Se teme que el país afronte ahora meses de agitación política, alargando una crisis que ha hecho de Ecuador el país con más ex gobernantes vivos del mundo (11).