CARMEN RIGALT
Todo se pega: la bondad, la maldad, los tics, el catarro, la tontería. También la risa y la gastroenteritis. O el habla, en especial cuando es mal sonante. Eso, lo que más. Me inicié en los tacos para aprender modales, pues las tías de mi alrededor decían cojones sin parar; en cambio yo no hacía sino atragantarme. Me costó un huevo (o sea, un cojón) soltar tacos con naturalidad y ser una mujer de las que ya no se llevan.
Hay palabras que se propagan como virus infecciosos, y no me refiero sólo a los tacos. Hubo una época en que todo el mundo hablaba del desencanto (socialista) o de los argumentos (informativos). Hace dos o tres años se impuso el talante, y ahora mismo arrasa la sostenibilidad, que suena fatal. Todas ellas son palabras epidémicas. Y no olvidemos la palabra centro.
Menuda brasa nos dieron algunos con el puto centro. No hace mucho tiempo de eso. Quince años, 10, incluso menos. El centro era el parque donde todo el mundo llevaba a pacer las ideas. Había tanta gente que no cabía. Los políticos se abrían paso a codazos y luego se disputaban el territorio. Yo lo vi primero, decían. Entonces nadie presumía de extremista o radical. Por no haber, ni siquiera había radicales de centro. Los políticos llegaron a crear una imagen del centro pacífica y amable, algo atontolinada. Triunfaba la indefinición.
El espacio de centro se ha desalojado en poco tiempo. Parece un descampado tras la celebración de un macro concierto de rock. La gente lo ha arrasado y el espectáculo es desolador. Por todas partes hay restos (del naufragio) y el único signo de vida son las ratas. Sirva la metáfora.
Hoy, el centro ya no existe, es una quimera utópica, una vieja táctica publicitaria para la captación de votos. Los partidos han regresado a sus nichos históricos y se manifiestan sin miedo a las definiciones. No importan tanto las ideas como las posturas enfrentadas. La izquierda es lo que da sentido a la derecha y al revés, la derecha funciona como referente de la izquierda. Los políticos de uno y otro bando se oponen mutuamente para subrayar la diferencia. Pero el ejemplo trasciende la política. Ese pugilato se ha extendido a todos los órdenes de la vida.
Yo también he encontrado mi ecosistema ideal en el paisaje de exabruptos que nos rodea. Por fin me realizo como mujer y como bruja. Ahora ya puedo decirlo: no estoy dotada para la matización, la intolerancia corre por mis venas. Soy de cualquier parte, menos de centro.
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