FERRER MOLINA
La vida es frágil. Un tipo se agencia un par de revólveres, se llena los bolsillos de munición y comienza la caza del vecino; en este caso, del compañero de pupitre. Previamente ha cerrado las puertas del edificio con cadenas para convertirlo en una ratonera. Y allá va, clase por clase, disparando a discreción. Pum, pum. Antes de despedirse de este barrio se ha llevado consigo a una treintena de inocentes. Sin decir una palabra. Rematando en el suelo a sus víctimas.
Los psiquiatras tienen su explicación para tan horripilante episodio. El inesperado pistolero, víctima de una experiencia traumática, fue incapaz de superar la frustración consiguiente y cayó en una crisis catatímica que le condujo a liberar su angustia a tiro limpio. En román paladino se dice así: a ese tío se le han cruzado los cables. En el fondo, su plan criminal, estudiado de forma serena y metódica, tiene origen en una rabieta -seguramente por un asunto menor-, en un berrinche no exorcizado a tiempo que, por eso mismo, ha barrenado su cerebro hasta convertir al chico normal de los ojos rasgados, al prometedor universitario surcoreano, en la peor versión de Freddy Krueger.
No es un asunto menor éste de las rabietas. La vida se escribe muchas veces con sus aspavientos y con sus estragos, y condiciona desde los asuntos de Estado a las pequeñas cuitas familiares. Muqtada al Sadr, el clérigo chií, se levanta un día con el pie izquierdo y pone al país al borde del precipicio con su decisión de retirar a los seis ministros con los que apuntalaba el Gobierno de Irak, dice que porque Estados Unidos sigue sin dar a conocer un calendario para la retirada de las tropas. Conthe, presidente de la Cenemeuve, anuncia su dimisión por las irregularidades en la OPA sobre Endesa, pero exige ser escuchado antes de abandonar. Harto de verse convertido en el pimpampum del Gobierno, amenaza con continuar en el cargo si no se garantiza la independencia del órgano regulador. Un tal Bagó, responsable del Salón del Turismo de Cataluña, explica durante la presentación del certamen que ha sido un error incluir a España en la lista de expositores extranjeros, pero que, ya que le preguntan, le gustaría que no fuera un fallo, cansado a buen seguro de la secular opresión de Madrid. Mi paisano Calomarde, desengañado del PP por su deriva derechosa -desliza-, contrariado por ser relevado de una portavocía parlamentaria, transfuguea para apurar la legislatura en los bancos del Grupo Mixto.
No es mi intención, como comprenderán, comparar a Cho Seung Hui -que desde ya se incorpora a la lista de los peores matarifes de la Historia- con Al Sadr, Conthe, Bagó o Calomarde, y sí abrir los ojos a algo paradójico, como es que en las sociedades modernas, ávidas de seguridades, en las que la razón quiere llenar todos los recovecos de la vida y de la muerte, donde se trata de domesticar la sorpresa y el sobresalto, una pataleta puede poner en evidencia, tan fácilmente, la endeblez del sistema.
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