Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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 CULTURA
EXPOSICION DE ISABEL MUÑOZ / La Casa de América exhibe una escalofriante galería de pandilleros violentos presos en las cárceles de El Salvador / Los modelos muestran sus tatuajes de símbolos satánicos, sexo y muerte
Una fotógrafa en el infierno de las maras
BORJA HERMOSO

MADRID. - Si como sostenía McLuhan el medio es el mensaje, la piel tatuada y agujereada de los mareros de El Salvador sería el medio, y el anuncio del Apocalipsis en forma de demonios, cruces, sexo y profecías, sería el mensaje. La fotógrafa Isabel Muñoz (Barcelona, 1951) insiste en su viaje por los avernos de nuestro tiempo y, después de retratar la prostitución infantil en Camboya y el desastre provocado por el terremoto de Bam, ha inmortalizado con su cámara a los criminales de las maras prisioneros en las cárceles de El Salvador. El resultado es la exposición Maras. La cultura de la violencia, que desde hoy y hasta el 27 de mayo acogerán las salas de la Casa de América. El resultado es, simplemente, estremecedor.

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Las 60 imágenes de Isabel Muñoz hablan de una legión de sicarios en blanco y negro, «algunos de ellos asesinos irredentos, otros más proclives a salirse algún día de la organización si les dejan», explica el comisario de la exposición, Publio López Mondéjar.

Algunos de ellos miran a la cámara, en puro desafío, con el rictus propio de la muerte misma. Otros simulan gestos de orgasmo. Otros exhiben sus tatuajes como quien exhibe un van gogh. Los más, hacen gestos cuyas claves se les escapan al común de los mortales, gestos que hablan de ritos satánicos, como ése, muy parecido al de Ronaldinho cuando celebra los goles, pero que en realidad no quiere decir otra cosa que «estoy encandenado al diablo».

Y contradiciendo la estrofa brutal del poeta Claudio Rodríguez, ninguno de ellos parece estar en derrota (la muerte, la traición), aunque sí en doma (el encierro carcelario).

El nuevo descenso a los infiernos cámara en ristre de Isabel Muñoz tuvo, evidentemente, unos complicadísimos prolegómenos. La exposición es fruto de dos viajes a El Salvador efectuados el año pasado, inspirados por la lectura de un artículo sobre las maras que la fotógrafa leyó en la prensa.

El primero de esos viajes, y con él, el proyecto entero, estuvo a punto de acabar en nada. «Ya me estaba despidiendo de la gente que había conocido allí, dispuesta a volverme porque me habían negado los permisos de entrada que había pedido para poder acceeder a las cárceles», cuenta Isabel Muñoz. Fue entonces cuando, in extremis, el salesiano español José María Moratalla le consiguió los permisos tras negociar con los responsables de las instituciones penitenciarias salvadoreñas. Moratalla lleva en El Salvador más de 20 años y dirige el polígono Don Bosco, un centro de rehabilitación de pandilleros violentos incrustado en el barrio de Las Iberias de San Salvador, en el cruce de caminos de la guerra sin cuartel que se libran la Mara 13 y la Mara 18, dos de las más sangrientas de El Salvador.

Finalmente, Isabel Muñoz pudo visitar seis prisiones, aunque las fotografías expuestas en la Casa de América fueron captadas en tres de ellas: Ciudad Barrios, Sensuntepeque y Zacatecoluca, durante las dos últimas semanas de febrero, la primera de marzo y las tres primeras de mayo de 2006. «Hay algunas fotografías que no he podido exponer, porque eran demasiado fuertes», explica Isabel Muñoz, aludiendo veladamente a ciertos tatuajes de contenido sexual y satánico demasiado explícito .

«Casi todos nosotros sabemos tatuar, aunque los mejores están en Los Angeles», comentaba ayer a este diario Jeremías de Jesús Artiga de Paz, ex miembro dirigente de la mara Salvatrucha, la más numerosa de toda Centroamérica con cerca de 180.000 militantes. Aunque lo de ex no quedó del todo claro, porque a la pregunta de si había abandonado definitivamente la mara, contestó: «Más o menos».

Isabel Muñoz tuvo que llevar a cabo un importante trabajo previo para conseguir que los jefes de las maras dieran su consentimiento a que los prisioneros posaran ante la cámara. Un trabajo previo a medio camino entre la fotografía y las relaciones públicas, todo hay que decirlo: «Isabel, que es una seductora por naturaleza, aprovechó una jornada de visitas para retratar a los mareros con sus familias, y logró crear la atmósfera adecuada para que luego posaran».

Estas fotografías, en color, conforman la otra parte de la exposición, junto a los retratos en blanco y negro de mareros y mareras. En una de esas imágenes, recogida en el espléndido catálogo de Publio López Mondéjar, Andrés Martín y Roberto Turégano, puede verse la boda de un pandillero en prisión. El novio luce una camiseta del Real Madrid.

En la solapa del catálogo, y en el capítulo de agradecimientos, Isabel Muñoz da uno «muy especial a los miembros cautivos de la Mara-13 y la Mara-18, que, paciente y generosamente, posaron para mí». Aunque la fotógrafa reconoce que, en alguno de esos posados, la tensión se mascaba: «Ese, por ejemplo, era terrible», dice mientras señala a uno de los mareros expuestos, «no era capaz de aguantar dos segundos mi mirada ni la de la cámara».

La exposición intenta, más allá de un testimonio gráfico que deja al visitante sin aliento, sacar a la luz las raíces de un problema social, político y policial de dimensiones épicas como es el de las maras. Un fenómeno que encuentra entre sus causas la desintegración familiar y la pobreza que afecta, según el Centro Centroamericano de la Población, a un 58% de la población salvadoreña. Un fenómeno que los planes del Gobierno de Elías Antonio Saca (llamados Mano dura y Súper mano dura) han conseguido atajar o enmendar.

Un fenómeno que la persistencia casi obsesiva de una fotógrafa aventurera ha plasmado con toda crudeza. Porque también para Isabel Muñoz el medio es el mensaje.


Discusiones en torno a una exposición

El temible fenómeno de las maras no es exclusivo de El Salvador. Afecta a toda Centroamérica, y especialmente a Guatemala, Honduras y México. También a Estados Unidos, porque, curiosamente, es en este país donde encuentran su origen la formación de estas pandillas violentas. Quizá por eso el fiscal general de EEUU, Alberto Gonzales, visitó El Salvador el pasado mes de febrero. Son básicamente los hijos de muchos de los emigrantes que se fueron a Los Angeles los que ponen en marcha este tipo de bandas, y luego, al ser deportados, las 'exportan' a su país de origen.

Ayer, en los preparativos de la exposición, se mascaba la tensión: el salesiano español José María Moratalla, que trabaja en la rehabilitación de pandilleros salvadoreños, acusaba al comisario de la muestra, Publio López Mondéjar, de no haberle consultado al escribir los textos explicativos de la exposición. En uno de ellos se alude a la desestructuración familiar y a la pobreza como causas de las maras. «¿Me invento algo?», respondió el comisario. Al ex marero Jeremías Jesús tampoco le gustaron: «Sólo hablan de El Salvador, pero esto afecta a toda Centroamérica».

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