Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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 CULTURA
Edith Piaf: la vida en rosa, la vida en negro
Olivier Dahan estrena en España su retrato de la estrella maldita de la 'chanson', genialmente encarnada por la actriz Marion Cotillard
BORJA HERMOSO

MADRID.- Desde esa boquita pintada y esa tez levemente pálida propias de las muchachas inconfundiblemente Rive gauche, la actriz Marion Cotillard comentaba recientemente en Madrid: «Lo digo sin masoquismo, pero siento auténtico placer abordando tragedias».

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En esta frase hay tres conceptos nada deseñables en los tiempos que corren: el masoquismo, el placer y la tragedia. Del primero, del masoquismo, no se tienen noticias en el caso de Marion Cotillard. Del segundo, del placer, puede decirse que gracias a su papel de Edith Piaf, el amante del buen cine lo recibe a raudales. Del tercero, de la tragedia, cabe decir que es del todo pertinente si se habla de esta película: porque la tragedia fue principio, continuación y fin del viaje de Edith Giovanna Gassion (París, 1915-Grasse, 1963).

Su reencarnación de la que fuera volcánica leyenda de la chanson coloca de un plumazo a la joven actriz francesa en la estirpe de las grandes interpretaciones de nuestro tiempo. El tiempo dirá si también en el de las grandes actrices, a secas.

Marion Cotillard, de 31 años, ya había trabajado a las órdenes de directores como Ridley Scott, Tim Burton, Jean-Pierre Jeunet o Abel Ferrara. Pero nunca se había adentrado en un reto de estas dimensiones: ni más ni menos que dar vida a todo un mito de la cultura popular francesa. «Es cierto que soñaba con un papel de este tipo, un gran papel», confiesa la actriz, quien admite que no conocía «prácticamente nada» de la vida de La Môme.

Todo sobre Piaf

Al director Olivier Dahan esa vocación virginal de la actriz con respecto al personaje le sedujo de entrada, pero pronto puso las cosas en orden: le dijo a Marion Cotillard que se leyera todos los libros sobre la Piaf y que escuchara todas sus canciones.

«Pero yo no quería en absoluto imitar al personaje, sino intentar comprenderle», comenta la actriz parisina. Y añade: «¿Si llegué a comprenderlo? No osaría decir eso. Se trataba de una mujer genial, y ese genio le venía de sus increíbles experiencias en la vida». No le falta razón a Marion Cotillard.

La vida en rosa se parece, por momentos, a una vertiginosa carrera de coches, pues no otra cosa fue la vida de Edith Piaf. Intérprete y letrista genial, mujer indomable, dueña absoluta de sus acciones y de su propio destino -excepto, quizá, su frustrado idilio con el boxeador Marcel Cerdan, que murió en 1949 al estrellarse en las islas Azores el avión que le llevaba de París a Nueva York para reunirse con ella-, la cantante de Padam, Padam conoció los fastos de la gloria artística y de la fama de papel couché. Pero también los acantilados reales de un itinerario vital sin cables de freno.

Desde su nacimiento en el barrio de Belleville de París (unas versiones apuntan a que vino al mundo en una acera; otras, a que lo hizo en una comisaría de policía, y las más normalitas hablan del paritorio del hospital Tenon) hasta su muerte en la Costa Azul, el color negro de su biografía contrasta con el de la canción que le hizo célebre: La vie en rose.

No una biografía cualquiera, desde luego: su infancia en un burdel de Normandía propiedad de su abuela (su padre, equilibrista de circo, y su madre, cantante, eran alcohólicos); las canciones nocturnas en la calle o en tugurios de mala fama, el consumo de alcohol y drogas, la amistad con gánsteres de los bajos fondos parisinos (fue uno de esos protectores quien asesinó al promotor musical Louis Leplée, su descubridor, encarnado en la película por Gérard Depardieu), los ciclotímicos ataques de ira, tristeza y euforia, y los encendidos romances con Marcel Cerdan, Yves Montand, Georges Moustaki o Charles Aznavour)... la vida de Edith Gassion no da para una película, «sino para un montón de ellas», tal y como reconoce su alter ego Marion Cotillard.

Un retrato

Con La vida en rosa, Olivier Dahan trata, ante todo, de establecer el retrato psicológico del personaje, mucho más que el tiempo que le tocó vivir al personaje. «Tenía ganas de hablar de cómo funciona un artista en su interior, hacer una película sobre el impulso vital de una artista», comenta. «Para mí, Edith Piaf es el ejemplo perfecto de alguien que no pone ninguna barrera entre la vida y el arte. La fusión entre su propia vida y su trabajo es la base misma de un verdadero artista». No han faltado, sin embargo, las críticas que han lamentado la omisión de toda referencia al contexto social de la Francia ocupada de los años 40, contexto que la Piaf vivió de lleno.

Su filosofía de vida era cristalina. El puro albedrío como único sistema moral y sus escasos remordimientos de conciencia pese a ser creyente: «Todos tenemos más o menos una conducta buena o mala, pero si una u otra se llevan con sinceridad, cuando nos presentemos ante el gran juez no tendremos nada que temer... no lamento nada de lo que he hecho, de lo que he conocido, y si tuviera que volver a hacerlo, volvería a hacerlo. Y doy gracias al cielo de haberme dado esta vida, esta posibilidad de vivir, porque he vivido al cien por cien y no lo lamento».

Olivier Dahan y Marion Cotillard retratan sin temor a la crueldad los últimos días del mito Piaf: la voz rota y luego el cuerpo roto por el cognac y la morfina, añicos de una leyenda que hoy descansa bajo la tierra del Père-Lachaise, junto a Oscar Wilde, Jim Morrison, Yves Montand y Modigliani, 44 años después de que una muchedumbre de 40.000 personas llorasen por las calles de París el definitivo mutis por el foro de La Môme.

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