TOMAS MARCO
Orquesta de la Comunidad de Madrid
Intérprete: Orquesta de la Comunidad de Madrid./ Solista: Nicolai Demidenko (piano). / Director: José Ramón Encinar. / Obras de Lacerda, Pérez Maseda y Brahms. / Escenario: Auditorio Nacional. / Fecha: 17 de abril.
Calificación: ***
MADRID.- En nuestra vida orquestal, bastante mitómana, sólo la música del pasado portugués es menos conocida que la española de la misma época. Se agradece así que la Orquesta de la Comunidad de Madrid programe un tema de un clásico portugués, Francisco Lacerda (1869-1934): las Dos piezas para orquesta que, para nuestra vergüenza, eran estreno en España. Música muy bien hecha, evocativa y nostálgica la primera pieza; de escondida energía, la segunda, con ese precioso eco de un corno inglés fuera de escena. José Ramón Encinar la planteó muy bien y brilló en todo su valor.
Un estreno absoluto, encargo de la Consejería de Cultura, era Atalanta de Eduardo Pérez Maseda, uno de los compositores madrileños de mayor altura intelectual. Toma el mito de la veloz heroína griega pero no para narrarlo, describirlo o siquiera evocarlo, antes bien se lo toma como una metáfora de la velocidad y lo fugitivo. En el fondo se trata de una obra sobre el tiempo, pero no del tiempo suspendido o habitable de un Feldman, sino del tiempo como cambio, mutación, velocidad. Todo ello se transmite a una escritura compleja en la que madera y percusiones tienen mucho que decir y donde el color del timbre cobra la esencia del tiempo. Encinar la montó de manera ejemplar. Da gusto cuando un estreno se realiza con tanta convicción y conocimiento.
El Concierto nº 2 de Brahms es una obra maestra bien conocida y probada, realmente una gran sinfonía con piano solista. Música honda, de gigantesca concepción formal y esencial profundidad expresiva erizada de dificultades en las que naufragan hasta los grandes pianistas. Tuvimos la presencia de uno verdaderamente adecuado, el ruso Nikolai Demidenko, que domina la obra soberanamente. Demostró cómo la técnica sirve para dar claridad a la expresión y expuso la obra con una precisión y elegancia sumas. No es un comepianos a la rusa, posee un concepto muy alemán y brahmsiano de la obra y la sirvió en toda su magnitud. Si acaso en algún momento el sonido pudo ser algo duro, pero es también achacable al instrumento. Triunfó en toda la línea y hubo de dar dos bises.
Encinar, por su parte, planteó una versión extraordinaria en el que el orden y la grandeza no perjudicaban la calidez. La ORCAM demostró su valía y los diversos y peligrosos solos -especialmente trompa y violonchelo- fueron impecables. Una vez más, la orquesta madrileña ha dado un ejemplo de programación variada, interesante y fuera de la rutina habitual de nuestro entorno. Mitos y esencias no tienen por qué oponerse, pero hay que saber conjugarlos.
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