CAYETANO GONZALEZ
El lehendakari Ibarretxe ha organizado para el próximo domingo en Bilbao un acto con algunas víctimas del terrorismo, con el que pretende paliar el gran olvido al que los nacionalistas han sometido durante años a quienes más han sufrido la barbarie terrorista. Las dos asociaciones mayoritarias de víctimas del terrorismo, Covite en el País Vasco y la AVT a nivel nacional, ya han anunciado que no apoyan dicho acto y que no estarán presentes en el mismo. Motivos más que sobrados tienen para haber tomado esa decisión; entre ellos, y no menor, la desconfianza que inspira esta iniciativa a tenor de la trayectoria política del convocante y de su partido.
No está mal que los responsables públicos reconozcan sus errores, y cuando éstos están relacionados con la falta de apoyo a quienes han visto que sus vidas han sido segadas por defender determinadas ideas, la rectificación se hace más necesaria. Pero en el caso de las víctimas del terrorismo, no basta con pedir perdón un día como supuestamente pretende hacer Ibarretxe el próximo domingo. De entrada, para que esa petición sea sincera, tiene que darse, según los cánones clásicos, un sincero arrepentimiento de lo hecho hasta ahora y un propósito de la enmienda de cara al futuro. ¿Lo tiene Ibarretxe? ¿Lo tiene su partido, el PNV?
Durante muchos, demasiados años, el nacionalismo vasco encarnado por el PNV ha hecho algo más que mirar para otro lado cuando de las víctimas del terrorismo se trataba. Ha habido equidistancia, soledad consentida, falta de apoyo, injusticia y mucha, mucha inmoralidad en el comportamiento de algunos dirigentes del PNV, resumida de forma muy cruda en la famosa frase atribuida a Arzalluz, pronunciada en una reunión con gente del entorno de ETA-Batasuna: «Unos agitan el árbol y otros recogen las nueces».
Ahora Ibarretxe intenta darle un giro a esa situación, pero no es creíble el lehendakari cuando, al mismo tiempo que pretende pedir perdón a las víctimas, es el primero que desea que el brazo político de ETA, que sigue sin condenar la violencia, esté presente en las próximas elecciones; cuando de un movimiento cívico tan ejemplar como el Foro Ermua dice que siembra odio y crispación en la sociedad vasca; cuando consiente que la portavoz de su Gobierno se permita la indecencia de convertir a los agredidos -patada en los testículos a Antonio Aguirre por parte de un miembro del PNV- en provocadores. No es creíble Ibarretxe cuando se coloca, algo muy típico de los tibios y pusilánimes, en una posición de equidistancia entre las víctimas y los verdugos. Al PNV, a Ibarretxe, al nacionalismo vasco en general, les queda mucho camino por recorrer y muchas actuaciones que rectificar antes de pretender que las víctimas del terrorismo, y quienes diariamente sufren en Euskadi la falta de libertad, pasen página u olviden cuál ha sido su actuación en estos años.
Mientras que el lehendakari no marque distancias con los violentos y con quienes apoyan a los violentos; mientras que no aparque, hasta que la violencia desaparezca del todo, sus objetivos políticos -acaba de anunciar un referéndum en esta legislatura sobre su obsoleto y aburrido plan-; mientras que siga tratando con más deferencia y respeto a Otegi que a María San Gil -a la que deseo una total y pronta curación de su cáncer de mama-, la petición de perdón a las víctimas no será ni auténtica ni sincera. Mientras que todo eso no suceda, que no pretenda tomar atajos y aparentar ahora que aquí no ha pasado nada. Como bien decía ese vasco y español universal que fue Miguel de Unamuno: «Los conversos, a la cola».
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