El lunes de Pascua, Mariano Rajoy convocó en la planta séptima de la sede de Génova a una docena de colaboradores. La reunión comenzó antes de las 17.00 horas y se prolongó hasta pasadas las 22.00. Diputados como Gonzalo Robles, Fátima Báñez, Alicia Sánchez Camacho, Eugenio Nasarre o Jorge Moragas; fontaneros del partido, como los también diputados Paco Villar, Soraya Sáenz de Santamaría, José María Lasalle y José Luis Ayllón, y otros expertos, como Manuel Lamela, Elvira Fernández, o Juan Costa, acudieron a este singular toque a rebato. No había en el horizonte ningún debate parlamentario sino algo mucho más preocupante: un programa de televisión.
La emisión del primer Tengo una pregunta para usted, que Zapatero protagonizó el 27 de marzo con una audiencia media de más de cinco millones de españoles, ha movilizado desde hace semanas al PP y a su líder en la preparación de su intervención, que tendrá lugar esta misma noche.
Rajoy será entrevistado hoy, desde por un arquitecto o un profesor, hasta por un detective privado o un ilusionista, pasando por un taxista, una psicóloga, una camarera de pub, un jardinero o un ganadero, según informa Efe.
Apenas hubo unos minutos de descanso en aquella sesión de trabajo, que supuso una verdadera inmersión de Rajoy en los asuntos más sectoriales de la economía, las pensiones, las empresas en crisis, la sanidad, la dependencia, la vivienda o la seguridad, y a la que, no obstante, el presidente del PP ya llegaba pertrechado por un taco de «fichas».
Además, en la carpeta de papeles acumulados en Semana Santa, Rajoy traía ya un cúmulo de preguntas escritas. Preguntas poco profesionales, inducidas y repescadas de los propios chats de internet, en los que su propio equipo ha venido buceando para averiguar cuáles son, de verdad, los temas que preocupan a los ciudadanos. Cuestiones directas y sencillas, pero también, las preguntas «más rebuscadas», según alguno de sus colaboradores.
Sin ensayos
Mucho más preocupado por los contenidos que por la forma, Rajoy se concentró, primero, en «conocer los temas», y segundo, en adivinar la casuística de ese «qué hay de lo mío» con que los ciudadanos de a pie se dirigen a los políticos.
Pero, a diferencia de lo que hacía Aznar -tan preciso en el encargo de sus discursos y comparecencias ante los medios como fiel en su interpretación-, Rajoy ha dado pocas pistas sobre lo que, pese al abultado número de asesores, finalmente seleccionará en este estreno mediático.
De hecho, nadie está seguro de saber, en la cúpula del PP, qué contestará Rajoy a las cuestiones más peliagudas sobre el pasado, léase el 11-M o Irak -este último es, en los pasillos del Congreso, el tema que más preocupa-, y se declaran confiados en que los participantes se interesen más en las cuestiones del futuro.
En su empeño declarado de ser «natural», y de «no comportarse como un actor», Rajoy ha desdeñado los sparring. Ni un sólo ensayo ha hecho en el plató del partido, pese a que sus expertos en telegenia cuentan que, de lo que se trata en este formato, es de «conectar, no acertar con la respuesta».
«Precisamente en eso consistió el error de Zapatero», decía el responsable de este departamento y consultor interno del PP, Jorge Rábago, «creer que esto es un test». En realidad, el programa de Zapatero, que los expertos del PP presenciaron in situ, animó sobremanera a los populares. Tanto los políticos como los técnicos coincidieron en que el formato era «perfecto» para el estilo «populista» que se le suponía al presidente del Gobierno, hasta el punto de creer que TVE lo había estrenado para «favorecerle». Unos y otros concluyeron, no obstante, que no había «fallado» tanto en el error sobre el ya famoso precio del café, sino en su empeño en decir que «se lo sabía».
Al día siguiente de la emisión, lo que casi se había planteado como un examen incómodo e inevitable, empezaba a visualizarse como una oportunidad política. Los técnicos trasladaron a Rajoy un informe con los presuntos «fallos» de Zapatero. Según este informe, el cómo cuenta en un programa de este tipo más que el qué, y Zapatero se quedó «encajado» entre la silla y el atril, y omitió el recurso de la «interlocución» o el diálogo personal, que tan bien le funcionó a Nicolas Sarkozy.
Claro que a Rajoy la que más le gustó fue la socialista Ségolène Royal, quien tuvo un gesto espontáneo de acercamiento a un ciudadano discapacitado.
El consejo fue claro: «No te parlamentarices y actúa como eres: afable, bienhumorado y normal. No necesitas más».