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La preocupación es un juicio que espera las pruebas (Antoine Rivarol) |
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AQUI / NO HAY PLAYA |
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Chinos sí, mafias no |
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Javier Lorenzo
En 1998 el joven director Miguel Santesmases estrenaba la película La fuente amarilla. En ella, una joven, hija de español y china, se introduce en el seno de la mafia china (la tríada) para vengar la muerte de sus padres. Este thriller, que tuvo poca repercusión a pesar de contar con buenas críticas, desvelaba los entresijos de estas organizaciones delictivas y denunciaba el peligro que encierran tanto para los propios chinos como, posteriormente, para los naturales de las ciudades en las que se asientan. Quizá por eso, diversos miembros del equipo de rodaje recibieron amenazas de muerte y varios actores orientales declinaron en el último momento formar parte del elenco. Cuando se habla de la comunidad china en Madrid, siempre se destaca su carácter pacífico y trabajador. No se integran, pero tampoco se meten con nadie; ésa es la impresión popular. No parece que sean una amenaza. Sin embargo, hay datos preocupantes. La semana pasada, hubo en Milán una revuelta de orientales a causa de una multa de 40 euros que la Policía quería imponer a una mujer que había aparcado en doble fila para descargar algún tipo de mercancía. El resultado fue de 19 heridos, 14 de ellos, policías. El cónsul chino dijo que «no era casual» por culpa de la presión a la que los sometían. En Milán hay 11.000 ciudadanos chinos. En Madrid, algo más del doble.
Debería ser ocioso decir que tanto China, como su cultura o sus habitantes, nos merecen el mayor de los respetos. Pero por si no lo es, aquí queda dicho. Eso no obsta para destacar el creciente desarrollo de las tríadas y el aumento de sus actividades delictivas. Desde la extorsión a sus compatriotas -recordemos que más de la mitad de los comercios de Lavapiés son de propietarios chinos-, hasta la prostitución, la falsificación de pasaportes, el blanqueo de dinero y, por encima de todo, la piratería -el ministro Alonso, entonces en Interior, dijo que era más rentable un kilo de CD que uno de hachís-. Ante esta evidencia, lo deseable es que se intensifique el control sobre estas organizaciones y se impida la creación de un siniestro mundo paralelo en el seno de nuestra sociedad.
Los ciudadanos, el peatón mismo, no están aún preocupados porque no perciben el peligro. Están hasta el gorro de no poderse tomar una caña sin tener que espantar a una docena de orientales cargados con productos piratas. O incluso les resulta aborrecible cruzar ya la Plaza Mayor, debido a las chicharras metálicas que cientos de ojos rasgados hacen chirriar entre sus dedos. Les molesta y piensan que la Policía debería intervenir para cortar este abuso, pero en el fondo lo toleran. No saben que ésa es la punta del iceberg. La clamorosa, estridente e insoportable evidencia de un poder que ahora está oculto, pero que, si no se evita, algún día saldrá a la luz con más fuerza que nunca. No hay que criminalizar por esto a la población china -que es la primera en sufrir los desmanes-, y sí unirnos todos para gritar: «Chinos sí, mafias no».
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