Pedro Víllora
En varias ocasiones he tenido que impartir Crítica Teatral en la Real Escuela Superior de Arte Dramático e, invariablemente, he debido lidiar con un casi generalizado rechazo inicial a la misma. Muchos de los futuros y/o jóvenes dramaturgos no terminan de verle sentido no ya a la asignatura, sino a la crítica en sí. La acusan de gratuita, sectaria o incluso desinformada, pero es curioso que en sus primeros ejercicios en clase abunden en los mismos deméritos que lamentan, especialmente en la capacidad destructiva.
La crítica tiene mala prensa y no siempre de manera injusta. La crítica y desde luego los críticos. «¿Quiénes son?». «¿De dónde vienen?». «¿Por qué ha de valer más su opinión que la mía?». «¿Para qué sirve lo que hacen?». «¿Quién les autoriza a juzgar a nadie?». «¿Por qué se permiten jugar con mi trabajo?». Son interrogantes habituales entre sus detractores. Un director me dijo una vez: «Me da igual que me hayas hecho una mala crítica porque con no ponerla en el dossier nadie se enterará». Se refería a esa recopilación de artículos sobre un montaje que, ahora sí, sirve para promocionar el espectáculo entre los programadores de provincias.
No voy a defender aquí la utilidad de la crítica porque a lo mejor es verdad que no vale para nada, pero bendita sea su existencia si al menos sirve para premiar a Vicente León. El pasado lunes, junto a esos famosos que entregaban u obtenían los premios Max (Josep Maria Pou, Fernando Arrabal, Laia Marull, Gerardo Vera, Julio Bocca...), Vicente León recibía uno de los pocos galardones que no eran elegidos por los miles de votantes censados, sino por un pequeño número de «críticos y expertos teatrales de los medios de comunicación» -así los define la SGAE en su nota informativa- que componen el jurado del así llamado Premio Max de la Crítica.
¿Y quién es León y por qué lo premian los chicos de la prensa? Pregunta lógica porque es mucho menos conocido que los citados. Respuesta: es el creador y director del Ciclo Autor. ¿Que qué ciclo es ése? Pues el que cada año, y van 10, se dedica a algún dramaturgo contemporáneo de justo y reconocido prestigio, y en el que se conferencia, se debate y, sobre todo, se representan sus obras. ¿Qué autores? Harold Pinter (antes del Nobel), Sarah Kane, Michel Azama, Botho Strauss, Caryl Churchill, Heiner Müller, Bernard M. Koltès, Joan Brossa (el único español hasta ahora) y la última, Elfriede Jelinek, ésta sí después del Nobel.
Como se ve, es una de esas iniciativas que parecen propias de los centros públicos, dado su alto coste en energía, pero que se deben al impulso personal y privado de León, demostrando que la sociedad civil puede funcionar de manera creativa y constructiva cuando quiere y sin esperar a que al funcionario de turno se le ocurra cualquier genialidad. ¿Qué crítica se le va a hacer a alguien como León, a quien debemos tantas horas de extraordinario placer e inquietud teatral? Pues muchas, pero todas buenas. Desde aquí mi gratitud y mi adhesión a la sabia decisión de mis compañeros periodistas.
|