Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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Sexo en Madrid
Un fantasma con cofia
SILVIA GRIJALBA

Marisa pensaba que Antonio era territorio conquistado. Que, después de 20 años de convivencia, no le quedaba nada por explorar. Así que cuando su marido, sin levantar la vista del periódico, le preguntó «¿en tú época existían todavía los palcos del cine Alcalá?», para explicarle que estaba leyendo un relato que parecía sacado de su biografía porque él se había desvirgado en uno de esos palcos con la chica de servicio que había en su casa, Marisa se quedó atónita. Más sorprendida por descubrir que Antonio seguía siendo para ella Terra Incognita que por aquello de haber perdido la virginidad en el palco de un cine. En su época las parejas ya no necesitaban ir a los cines para no ver las películas... Y en su caso particular, no hacía falta recordarle a Antonio que su primera vez fue con él, su profesor de Filosofía del Lenguaje de la facultad. Ella tenía 21 años, él 48 y una casa estupenda.

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Antonio no dijo nada más, pero tenía una mirada alegre y una media sonrisa que Marisa conocía de sobra. Era la que ponía cuando estaba de reunión consigo mismo. Efectivamente, unos segundos más tarde explicó que se estaba acordando de Manuela, y, sin darse cuenta de la descortesía, añadió que nunca había vuelto a sentir la excitación de entonces, que Manuela no se le había quitado nunca de la cabeza. Marisa sonrió y disimuló su inquietud. Se acordó de que hacía años, había leído en Las Fuentes del Nilo de Sánchez Dragó que él también había vivido una experiencia similar con la doncella de su casa, en el mismo cine. Intentó tranquilizarse pensando que debía ser algo normal, pero repasando el capítulo del libro se dio cuenta de que aquello también parecía haber dejado huella en el escritor.

Mientras la vida transcurría, en un rincón de su cerebro estaba la imagen de Manuela, a la que ella veía como una especie de Anna Magnani en Arroz amargo. Un día, paseando por la calle Fuencarral, en el número 106, vio una tienda, Sensualove, en la que vendían disfraces de doncella, con cofia y delantal blanco. Esa misma noche lo estrenó. Cuando Antonio llegó a casa y la vio vestida así, le dio un ataque de risa. Marisa le explicó el porqué de todo aquello. Antonio fue a su despacho y volvió con una foto. Era él, con unos 16 años, junto a una señora más parecida a Rafaela Aparicio que a Anna Magnani, vestida con una bata de algodón de cuadritos, despeinada y con unos calcetines que le hacían rebosar la celulitis de sus pantorrillas. Marisa respiró tranquila por primera vez en varios meses, pero al instante volvió la angustia. La imagen de la Manuela real, a lo Rafaela Aparicio en La vida por delante, era aún más difícil de conseguir.

silviagrijalba@mixmail.com

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