Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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CONVULSION EN ORIENTE PROXIMO / Reflexiones en otra jornada de horror
«Los iraquíes sólo sueñan con regresar a la 'era Sadam'»
Los intelectuales del país del Golfo que apoyaron la invasión liderada por EEUU entonan ahora el 'mea culpa'
JAVIER ESPINOSA. Enviado especial

DAMASCO.- A Hasan Alawi se le entrecorta la voz y se le humedecen los ojos cuando recuerda la ejecución de Sadam Husein. El conocido historiador iraquí tiene que interrumpir su discurso para limpiarse las lágrimas con un pañuelo. «No fue justicia, sino un acto de venganza criminal de un grupo de chiíes contra un suní», afirma él, un chií, cuando se recompone. Una reacción singular para quien no sólo es conocido por ser uno de los primeros opositores del dictador, sino quien minutos antes había establecido un paralelismo entre el difunto y Hitler, en el que este último salía beneficiado. «Hitler tenía límites. Nunca mató a su pueblo, sino a sus enemigos. Sadam era un criminal sin ninguna limitación», afirmó el profesor de 72 años.

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Desde su exilio en Damasco, Alawi se ha sumado a la plétora cada día más nutrida de significados oponentes de la autocracia iraquí que reniegan ahora de su apoyo a la invasión liderada por Estados Unidos que acabó con ella.

Recientemente, otro de los intelectuales que como Alawi abanderaron durante décadas la necesidad de deponer por la fuerza a Sadam Husein, el escritor Kanan Makiya -autor en 1989 de La República del Miedo, el primer libro que difundió internacionalmente los desmanes de la dictadura- asumió en una entrevista con The New York Times que la arremetida militar ha degenerado en «desastre». «Todo lo que podían hacer mal lo hicieron mal», declaró Makiya, al que se considera el ideólogo iraquí del ataque contra Sadam por la influencia que sus libros tuvieron en la Administración de George W. Bush. Para Alawi, la situación que ha alcanzado Irak es tal, que admite que «los iraquíes sueñan ahora con el regreso a la era Sadam».

Un largo exilio

Autor de una quincena de obras sobre la atribulada historia iraquí, Alawi fue uno de los asesores más cercanos a Sadam Husein cuando éste ejercía como número dos del régimen del partido Baaz. El profesor de lengua árabe había ingresado en 1954 en esa agrupación, de la que se desligó cuando el dirigente suní accedía a la Presidencia del país en 1979. «Yo le preparé el programa político que le llevó a la Presidencia. Él consiguió su objetivo y yo terminé en la cárcel», dice.

Tras un mes en una penitenciaría local, Alawi abandonó Irak para iniciar una larga expatriación que todavía no ha concluido. Su primo y su cuñado -también destacados líderes del Baaz- tuvieron menos suerte. Fueron ejecutados al mes de que Husein accediera al poder en la primera gran purga que instigó el déspota. Hasan pasó en su periplo por Londres y Madrid, donde residió durante seis meses en 1982, para acabar instalándose ese mismo año en la capital siria.

Cuando Washington se dispuso a derrocar a Husein, el intelectual fue uno de los activistas que participó en la Conferencia de Londres que precedió a la ofensiva de 2003 y donde se diseñó lo que debía ser la nueva democracia iraquí. «Pensaba que Sadam era como Mussolini o Hitler, que tenían que ser derrocados por la fuerza. Pero la primera vez que visité Bagdad cambié mi punto de vista. Teníamos la imagen de la ayuda que Estados Unidos prestó a Europa tras la Segunda Guerra Mundial, pero en Irak los americanos entraron como los mongoles de Gengis Kan. Como si fueran unos salvajes de la Edad Media, arrasando museos, bibliotecas, ministerios...», dice.

«Envié una carta a George W. Bush, explicándole las diferencias entre Sadam y el estado iraquí. Sadam no era el presidente de Irak, sino de su organización. Por eso tenía un Ejército paralelo (la Guardia Republicana) y por eso los soldados iraquíes no lucharon contra los militares extranjeros. Pero a los americanos no les importaba nada. Lo primero que hicieron fue destruir el Ejército y el Estado iraquí», añade.

Alawi fue designado embajador de Irak en Siria en julio de 2004, pero nunca llegó a ejercer, porque ambos países no restablecieron relaciones diplomáticas hasta diciembre pasado. Justo en ese instante, Alawi presentó su dimisión formal al Gobierno de Nuri Maliki, «porque no quiero tener ninguna responsabilidad en lo que está pasando en Irak».

«Maliki tiene 116 asesores que cobran un sueldo de 4.000 a 8.000 euros, cuando son muy pocos los iraquíes que logran 80. Todo es corrupción y escuadrones de la muerte. ¿Yo voy a ser el representante de ese señor?», advierte.

La catástrofe que se apoderó de Irak le sumió en tal desesperanza que Alawi ve en ello el origen de los dos ataques al corazón que ha sufrido desde 2005. Iconoclasta donde los haya, ha escrito un texto en el que intenta reivindicar al califa Omar, un nombre odiado por los chiíes. «Yo, que fui el primer crítico de Sadam, ahora estoy amenazado por mi propia confesión», concluye.

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