Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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 OPINION
A CONTRAPELO
Cocina y abstracción
MANUEL HIDALGO

El arte de los fogones ha seguido un proceso similar al de las artes plásticas, sólo que con 100 años, aproximadamente, de retraso. La pintura se renovó sustancialmente -aunque perdiendo sustancia- con los «ismos» fini y protoseculares: impresionismo, cubismo, expresionismo. La representación figurativa empezó a desglosarse en pinceladas, planos y trazos, y, cuando el objeto o el sujeto representados ya estaban maduros para ser irreconocibles, apareció la abstracción y el arte más matérico. Luego, y contando con eso, el minimalismo, la estilización, la apoteosis del logotipo.

No estaba en el cuadro el trigal, pero había unas pinceladas amarillas que acababan por sugerir, de lejos, el trigal. No estaba la casa, pero había un paralelepípedo que recordaba la casa. No estaba el rostro, pero había un manchón con un punto que evocaba el rostro y, al menos, un ojo. Luego, sólo rayas, círculos, cruces, casi nada, nada. Blanco. El lienzo en blanco. Pero era la nieve. O la misma nada, que también merece una representación. Como los microbios bajo el microscopio, base de la gran pintura abstracta. Un engrudo azul, el mar. O el cielo. O lo que el ojo decida.

Ahora también decide el paladar. Y, no tanto, el ojo. Con la nueva cocina, cada vez más evolucionada: abstracción, deconstrucción, logotipo. Aquello marrón sobre el plato es buey. No es un chuletón de buey. No tiene, a buen seguro, su apariencia. Si fuera pintura, no sería, francamente, figurativa. Al ojo, con buen criterio, tampoco le parece -en fin, a primera vista- buey. Pero si bien se mira -o, mejor, si bien se paladea-, hombre, a la larga, parece buey.

Se ha puesto mucho el acento, con chufla, sobre el carácter homeopático de la nueva cocina: poca cantidad. Y, eso sí, precio alto. Otro detalle que iguala la nueva cocina con el arte abstracto. Pero no se ha insistido tanto -más allá de la célebre deconstrucción de la tortilla de patatas- en el fuerte vector generalista que lleva la cocina a la abstracción: te presentan un plato, esmeradamente dispuesto, y se diría que unas veces te vas a comer un Pollock y otras un Kandinsky. Y eso, tal y como está el mercado del arte, cuesta una pasta. Tanta pasta que, a veces, no sabes si comerte aquello o pedir que te lo enmarquen para colgarlo en la pared y enseñarlo a los amigos.

Gracias a Dios, en su día llegó el hiperrealismo a las artes plásticas, que convive, y con gran éxito, con todas las sorpresas de la abstracción evolucionada. De otra manera, el hiperrealismo nunca se ha ido del arte culinario, de modo que un cogote de merluza, unas alubias de Tolosa y un cabrito asado han seguido conservando, en ciertos círculos artísticos de la cocina, su figura y, lo que es más importante, su sabor.

Los que se están volviendo surrealistas, en todos los casos, son los precios del mercado y de los restaurantes. Más que un sueño, una auténtica pesadilla.

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