Jueves, 19 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6332.
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 TOROS
SEVILLA, FERIA DE ABRIL
López Chaves: romance de valentía
JAVIER VILLAN. Enviado especial

Palha / Encabo, Chaves y García.

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Seis toros de Palha, con genio y complicaciones; mansos y temperamentales. Desiguales de presencia y serios de cabeza. El mejor, el noble y blando primero. El tercero, el más temperamental. Mejores en varas que en la muleta.

Luis Miguel Encabo: aplausos (media eficaz) y silencio (pinchazo, media y descabello). López Chaves: vuelta tras aviso (estocada) y ovación (dos pinchazos y estocada). Iván García: silencio tras aviso (media escupida y corta defectuosa) y silencio tras aviso (pinchazo y estocada).

Plaza de La Maestranza, más de tres cuartos en tarde calurosa y gris.

SEVILLA.- Hay en Salamanca, la tierra de Domingo López Chaves, una calle que se llama Tentenecio, en los aledaños de la catedral; en ella, según cuentan leyendas milagreras, un santo más devoto que torero, paró un toro desmandado con sólo dos palabras: «Tente, necio». Es decir, detente, párate. Y el toro, obediente, se detuvo. Ni siquiera hubo de matarlo a estoque, como hace muchísimos años hizo el torero Fortuna en la Gran Vía madrileña, con otro animal en pleno zafarrancho de combate.

No sé si algún santo devotísimo, o algún peón apesadumbrado le ordenó pararse al primer palha del salmantino López Chaves, que había ido espectacularmente al peto y luego se quedó más parado que los antiguos caballos de fotógrafo en una feria. Las dos entradas, de lejos, al penco, la primera galopando desde la boca de riego, fueron un espejismo; una hermosa ilusión que se desvaneció como un sueño inventado. Al igual que el resto de la corrida, éste se paró en la muleta y sólo el tesón de López Chaves y su decisión para ponerse en el sitio caliente, tórrido, le permitió arrancarle con sacacorchos algunos muletazos.

Muy cerca de los pitones, López Chaves lo encelaba con el cuerpo y, cuando el toro le amenazaba incierto y buscón, un ligero toque de muleta le daba oportuna salida. Valentísimo López Chaves; romance de valentía del campo de Salamanca. Entró a matar como un kamikaze, no hizo la cruz, el toro lo esperó y lo tiró al aire: inciertos momentos entre los pitones que se resolvieron, por suerte, en un susto sin pasar a mayores.

Recompensa

Volvió a fajarse el salmantino con el quinto, volvió a meterse en terrenos que queman, si bien peor colocado que en el anterior y volvió el aguerrido torero a robar muletazos a punta de pistola. Fue un esfuerzo recompensado con el homenaje de la música; muletazos de uno en uno y sin ligazón; mas dos tandas de naturales que resultaron cuajadas y emotivas. El sitio, principal virtud en su primero, se le desequilibró alarmantemente en su segundo.

La lidia del que abrió plaza discurrió con cierta placidez gracias a la bonanza del toro; y con algunos sobresaltos debidos a errores de los toreros. Por ejemplo, Encabo ajustó tanto una chicuelina que salió acosado. Luego, en el tercio de banderillas compartido, Iván García hizo un quite pinturero que sorprendió por su naturalidad y desparpajo; un quiebro que no fue un quiebro, un alarde vertical e impecable que paró al palha a la salida del primer par de Encabo. Lo más emocionante de este tercio, un par del madrileño por los adentros, apretadísimo y asomándose al balcón. Ahí acabó todo para Luis Miguel Encabo. El cuarto fue una apoteosis de trapazos y trapazos.

Iván García, que parecía haber recuperado la alegría eficaz de sus tiempos de novillero, pasó por La Maestranza con más sombras que luces. Muy bien con la capa, sobre todo en las verónicas de recibo y en un galleo por chicuelinas y rematadamente mal con la muleta. Se arrancaba el tercero con codicia y agresividad en banderillas, persiguió al peonaje, persiguió a Encabo, persiguió a Iván y entre recortes, quiebros y con el agua al cuello, fue salvado por dos quites, a cuerpo, de Encabo. Iván García se cabreó no sé si con el toro, con su compañero o consigo mismo. Hace bien en cabrearse, sobre todo por sus insuficiencias con la muleta.

El de Palha, temperamental y codicioso, lo desarmó y lo llevó por el ruedo como a meretriz por rastrojera. No dio Iván García ni una y, al final, el toro tomó las de Villadiego y acabó huyendo del torero como del diablo, en una carrera al hilo de las tablas a la que no se veía fin.

Tampoco se apercibió Iván García de las posibilidades del sexto por la izquierda. En un momento, tropezó, cayó al suelo, lo buscó el palha e Iván se hizo a sí mismo un quite providencial arrojando la muleta a la cara del toro. El oportuno e improvisado gesto fue muy celebrado; pero más lo hubieran sido los muletazos que sus toros tenían y que el joven torero no acertó a dar.

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