La vocación royaliste del Frente Nacional (FN) explica que la cuestión sucesoria de Jean-Marie Le Pen se haya planteado en términos hereditarios. El patriarca de la xenofobia carece de un hijo varón, aunque su naturaleza machista -«Mi mujer sería un objeto decorativo en el Elíseo»-, declaró el domingo a la prensa- no llega al extremo de privarle del cetro a Marine, primogénita de sangre bretona, jefa de la campaña presidencial y respuesta generacional al anacronismo que gotea en las cañerías del partido.
Su aspecto recuerda a la de una corpulenta soprano wagneriana. Tiene los ojos azules, la melena rubia y el esqueleto paquidérmico. Dice haberse sometido a una catarsis física, política y espiritual, consciente de los acontecimientos sucesorios que se avecinan. Perdió 15 kilos, se divorció del marido y escribió un memorial -A contracorriente- donde anticipaba sutilmente los cambios que requiere el futuro del Frente Nacional.
Por ejemplo, la comunión con los valores republicanos de Francia, la defensa del aborto femenino, la tolerancia hacia los homosexuales y la ruptura con la indulgencia de su formación en materia de fascismos y nazismos.
Estas cosas no le gustan a la vieja guardia. No le gustan, claro, a Bruno Gollnish, líder del Frente Nacional en el Parlamento Europeo y protagonista de unas declaraciones incendiarias que relativizaban filantrópicamente las dimensiones voraces del Holocausto. También Le Pen ha dicho que el Ejército alemán no tuvo un comportamiento particularmente inhumano durante la ocupación francesa y que ha sido un error imperdonable de Chirac admitir la responsabilidad de París en la deportación de los judíos.
Son los delirios sentimentales de la generación de la posguerra y los estertores de un modelo arrinconado por Sarkozy. Marine Le Pen, en cambio, nació simbólicamente en el 68, estudió derecho, engendró tres hijos, desempeñó tareas menores en la campaña de 2002 y ha aparecido en la de 2007 como el contrapeso a los excesos verbales del padre. «Se ha producido una evolución en el partido», explicaba a EL MUNDO. «Era importante comprender que el presidente de Francia tiene que representar, al menos, al 50% de los ciudadanos. No es fácil luchar contra los tópicos y las agresiones que nos rodean, pero el Frente Nacional tiene un sitio muy importante porque aloja la respuesta a los problemas fundamentales de los franceses: inmigración, precariedad laboral, seguridad e identidad patriótica», explica Marine académica y mecánicamente.
No será fácil sustituir al padre. Tanto por la propia endogamia lepenista como por el riesgo de una noche de cuchillos largos entre los halcones. Marine, además, recibe entre sus enemigos el sobrenombre peyorativo de la night-clubeuse (frecuentadora de night clubs). También sabe que su condición de mujer desafina en medio de tanto macho bretón, pero su apellido y sus ideas representan una oportunidad para que el Frente Nacional se recicle en la vida política tal como lo ha hecho la Alianza Nacional de Gianfranco Fini en Italia. Al líder transalpino se le reprochaba su vínculo racial con el mussolinismo. Se decía de él que era un racista y un xenófobo, pero la visita al muro de las lamentaciones en Israel y la renegación pública del Duce han redundado a beneficio de una talla política notable y respetada que Marine espera emular cuando se oficien los funerales del patriarca. Ella sería entonces la contrafigura ideal de la socialista Ségolène Royal.
Porque también es mujer. Porque es rubia. Porque es más alta. Porque está en la derecha de la derecha. Y porque también tiene la misión de ahuyentar a los elefantes para evitar la esclerosis del Frente Nacional.
De momento, su padre ofició ayer el cierre de campaña en Niza, bastión electoral del partido y, quién sabe, último episodio de la trayectoria del líder ultraderechista. Resulta difícil imaginar que pueda volver a colocarse como la sorpresa de la segunda vuelta. Y parece aún más inverosímil que el viejo esté en condiciones de comparecer en los comicios de 2012.
¿Se avendrá a abdicar en vida a favor de Marine? Sus declaraciones son bastante ambiguas al respecto. Dice que su hija es demasiado gentil. Y que un Frente Nacional amable y cordial en nada interesa a sus militantes. Igual que en su memorial, la valquiria Le Pen navega A contracorriente.