F. R.
En una campaña obsesionada por la identidad, ha elegido un lema que reivindica el orgullo nacional, se define como «patriota» y no está dispuesto a diluir la excepción francesa en el batiburrillo europeo. Por eso predica una Europa de las naciones, un referéndum sobre el euro y el «restablecimiento de la autoridad del Estado» frente a los comunitarismos, uno de los demonios que quiere exorcisar de Francia. Los otros dos son mundialismo y socialismo.
Tampoco ahorra palos contra la «islamización de la sociedad», frente a la que propone una política de inmigración cero. De hecho, el año pasado condensó sus tesis sobre el peligro musulmán en un polémico libro: Las mezquitas de Roissy.
Sus recetas para acabar con la crisis económica -frente a la que exhíbe el equilibrado balance de la Vendée (cuyo Consejo General preside desde 1988)- liquidan la semana de 35 horas y piden amparo a Europa (ahora sí) contra la «hemorragia de las deslocalizaciones». Para completar el esbozo de un estado sinónimo de autoridad, el candidato, al que los sondeos auguran un escaso 2% de votos, propone un «servicio patriota», pero obligatorio, de seis meses.
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