Viernes, 20 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6333.
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LA CARRERA AL ELISEO / La campaña electoral
«Si no existiera, tendrían que inventarme»
Sarkozy, apoyado por Giscard D'Estaing, denuncia la campaña de demonización y reivindica el amor a una Francia mestiza y cívica
RUBÉN AMON. Enviado especial

MARSELLA.- Las banderas tricolores de Francia abanicaron anoche el providencialismo de Nicolas Sarkozy. Tuvo que sudar la camiseta y desquitarse de la fama de ogro, pero la ceremonia coral de La Marsellesa sirvió a la vez de instrumento propiciatorio y de éxtasis patriótico.

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El coro lo componían 20.000 voces. Había jubilados y jóvenes. Magrebíes (pocos) y blancos (muchos). Ministros y ex jefes de Gobierno (Juppé, Raffarin), aunque el pelotazo de honor le correspondió a Basile Boli, astro negro del Olympique de Marsella y referencia balompédica de un discurso que Nicolas Sarkozy quiso preservar de cualquier connotación extremista.

El candidato de la Unión para un Movimiento Popular (UMP) no tenía a su vera a Rodríguez Zapatero. Traía bajo el brazo una copia de Le Parisien con las declaraciones de Giscard D'Estaing a favor de su candidatura. No es un mero gesto simbólico.

El ex jefe del Estado francés cuenta entre sus haberes la fundación de la Unión para la Democracia Francesa (UDF). O sea, el mismo partido que lidera François Bayrou para conquistar el trono del Elíseo y para acusar a Nicolas Sarkozy de «peligroso», «extremista», «autoritario», «lepenista».

Son un ejemplo de los adjetivos que han envenenado la campaña francesa al compás de la demonización sarkozyana.

Los medios de la izquierda, como Libération y Marianne, temen una deriva extremista, radical, mientras que «Royal considera que la llegada de Sarko al poder representa un peligro concreto en relación a la convivencia, la paz y la cohesión. La avalancha tiene un claro aspecto electoralista y se relaciona probablemente con los guiños que Sarko ha concedido a los militantes del Frente Nacional. Razones y cálculos de fondo que conceden extraordinaria importancia al guiño de Giscard.

Cuesta trabajo pensar que un venerable presidente del centro y de la moderación entregue las llaves de la patria a un extremista y un facha. De hecho, monsieur D'Estaing, enemigo histórico de Bayrou y azote de la ambigüedad actual de la UDF, subraya el mismo consejo que había proclamado Jacques Chirac en televisión. Nicolas Sarkozy tiene en su casillero el voto de los únicos jefes de Estado vivos de Francia. Un compromiso institucional que contradice la dimensión diabólica de Sarko y que permitió ayer al candidato del partido gubernamental (UMP) ponerse a la sombra de los arreones verbales.

«Se me reprocha excitar la cólera. ¿La cólera de quién? ¿La cólera de los maleantes? ¿De los traficantes? Yo no quiero ser amigo de los maleantes, ni de los vándalos ni de los fraudulentos. Yo haré del restablecimiento de la autoridad una de las prioridades de mi política. La vida en sociedad nos es posible sin la autoridad», proclamaba Sarkozy desde la tribuna.

Y desde el púlpito, puesto que su discurso de clausura en Marsella conjugó como nunca el verbo amar, aludió cuatro veces a Martin Luther King, tuvo en cuenta los símbolos patrimoniales de la izquierda (Camus, Jaurés), y redundó en el «sueño» de una Francia mestiza, plural, multicolor.

Tenían sentido sus palabras en Marsella. No sólo porque la segunda ciudad de Francia aloja a 150.000 musulmanes, 90 armenios y 80.000 judíos. También porque los ataques de sus enemigos políticos han destacado la intolerancia y el delirio eugenésico del candidato conservador.

Por alusiones, Nicolas Sarkozy se empleó durante 70 minutos en Marsella para despojarse de los inquisidores y denunciar la mundanidad degenerativa de la izquierda. Puso en evidencia «los insultos, las mentiras, las insinuaciones».

Y terminó por abandonar las notas del discurso oficial espoleado a conciencia por el coro de militantes: «Si yo no existiera, tendrían que inventarme», proclamó Sarkozy mientras le acariciaban las banderas tricolores y resonaba el estruendo de los aplausos.

No fue un discurso convencional. Fue un resumen de su credo político. Unas veces demasiado árido en cuestiones económicas. Otras conciliador y previsible. Especialmente cuando se comprometió a reunir la Francia del sí con la del no bajo el principio de unos mandamientos innegociables: civismo, moral, valor del trabajo, mérito, jerarquía.

«Quiero una Francia donde los profesores no tengan miedo de los alumnos. Donde los adultos no tengan miedo de los jóvenes. Donde los jóvenes no tengan miedo de ser adultos», repetía Sarkozy con sus ademanes providencialistas.

Los sondeos, de momento, juegan a su favor de sus expectativas y de su fortaleza mediática. Apenas 72 horas antes de iniciarse la primera vuelta, Sarkozy lidera todas las encuestas. Algunas, como la del semanario Le Point, le conceden seis puntos de ventaja sobre Royal. Otras, como la que publica eldiario Le Figaro, reducen su victoria a 3,5 puntos.

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