TSS. No son las siglas de un nuevo partido, sino las tres letras de un lema -Tout Sauf Sarkozy (todo menos Sarkozy)- que simboliza el acoso y linchamiento político maniobrados contra el candidato presidencial francés. Los 11 rivales de Sarko han coincidido coralmente en demonizarlo. También lo han hecho los medios militantes de la izquierda, la comunidad musulmana, los científicos de postín y hasta el Arzobispado parisino. La campaña reconoce implícitamente la talla y el protagonismo del líder conservador, aunque no ha conseguido arrebatarle su condición de favorito. Todos los sondeos colocan a Nicolas Sarkozy como ganador de la primera vuelta de hoy, auguran un duelo con Ségolène Royal en la segunda (6 de mayo) y conceden a François Bayrou el papel de aspirante sorpresa.
Las opciones del líder centrista (UDF), François Bayrou, dependen del voto de los indecisos. Un tercio de los 44 millones de franceses llamados a las urnas todavía especula con el destino de la papeleta, aunque esta vez, a diferencia de 2002, las dudas no provienen de la apatía, sino de un interés y de un apasionamiento que reconcilia a la sociedad francesa con la política.
De hecho, los comicios pueden considerarse los más reñidos de los últimos 25 años de Historia. Nunca una mujer (Ségolène Royal) había estado tan cerca del Elíseo. Nunca se había producido un relevo generacional tan elocuente. Nunca un candidato favorito había tenido que tragarse tanto veneno.
Veneno de los rivales, de los errores propios, de los rumores ajenos y de los insultos. Empezando por Jean-Marie Le Pen, cuya fértil verborrea ha funcionado para denunciar como a un bastardo el origen húngaro de Sarkozy y para airear los rumores, según los cuales, la mujer del aspirante al trono, Cécilia Sarkozy, habría volado adúlteramente del hogar conyugal.
Todo menos Sarkozy, reza el lema inquisitorial. De modo que Ségolène Royal y François Bayrou, espoleados por los medios informativos más allegados a su causa, se han avenido a considerar a su rival un tipo peligroso, radical, extremista, lepenista, jacobino y subversivo.
Posturas enardecidas
Adjetivos llevados a posiciones delirantes en la última copia del semanario contestatario Marianne. Y resulta que se han agotado los 300.000 ejemplares imprimidos para explicar a los lectores que Sarkozy es un personaje loco, populista, fascistoide y hitleriano.
No es raro, por tanto, encontrarse en las calles de París cartelones que retratan al líder del partido gubernamental (UMP) como si fuera un epígono de Adolf Hitler. Ejemplo hiperbólico y vergonzante del modo en que se pretende destacar la imagen apocalíptica del futuro ¿presidente? de Francia.
Ya lo había explicado el ensayista Max Gallo en una entrevista concedida a EL MUNDO: «Sarkozy suscita en una parte de la población una verdadera reacción de odio que no tiene que ver con la razón, sino con cuestiones más profundas. Pocos personajes han provocado reacciones similares. Quizá Blum, Pierre Mendes France o el propio De Gaulle».
La comparación con el general no le disgusta a Nicolas Sarkozy. Sabe que su campaña ha sido la más agresiva y la más polémica. También debería tener presente que el enfoque conciliador de su célebre discurso de investidura (enero) se ha ido desdibujando y desplazándose a la derecha.
Y es que Nicolas Sarkozy se ha trabajado el electorado del Frente Nacional en clave de inmigración, patria e identidad. Ha acusado a los musulmanes franceses -no todos, claro- de degollar a los corderos en la bañera. Y ha dicho que el suicidio y la pederastia tienen un evidente origen genético. Razones deterministas y eugenésicas que provocaron una insólita reacción compenetrada entre la Iglesia y la comunidad científica.
El arzobispo de París reprocha a Sarko haber incendiado el libre albedrío, mientras que los sabios franceses lamentan que el líder conservador del UMP se empantane en la predeterminación sin valorar el peso determinante del contexto ambiental.
La paciencia de Sarkozy estalló en el mitin de clausura de Marsella (19 de abril). Dijo entonces que llegaba a la recta final herido como un soldado. Acusó a sus rivales de insultarlo y suplir la falta de ideas con agresiones verbales infundadas. Y puso en evidencia una campaña de descrédito basada «en mentiras, libelos e insinuaciones».
Insinuaciones como las que circulan en internet y en los mensajes a móviles acusando a Sarkozy de pegar a su propia mujer. Todo vale para descarrilar su candidatura, aunque el ex ministro del Interior ha encontrado en el apoyo de Giscard D'Estaing un aliado incondicional e inesperado de última hora.
Respaldo de Chirac
Cuesta trabajo creer que un ex jefe de Estado centrista y moderado se avenga a entregar la patria a un extremista y a un loco. De hecho, Sarkozy se presenta en las urnas con el respaldo de los únicos presidentes de Francia vivos, puesto que Jacques Chirac ya proclamó inequívocamente hace un mes en televisión que concedería su voto al líder de la UMP.
Es el último representante de la generación saliente. Suceda lo que suceda hoy en las urnas y exceptuando la improbable resurrección de Le Pen, la República Francesa inicia una nueva etapa histórica. No sólo porque Sarkozy tenía 13 años en el 68 y porque Royal representa una revolución femenina contra la falocracia. También porque el futuro ganador ha prometido despojar el trono del Elíseo de todas las connotaciones monárquicas o bonapartistas que todavía conserva.
Es la generación de la televisión y de los medios de masa. Se vislumbra, por tanto, un presidente o presidenta transparente y expuesto. Nada que ver con el hermetismo pontificio que se habían concedido François Mitterrand y Jacques Chirac como representantes de la posguerra.