La muerte le arrebató la batuta con la que se había ganado la inmortalidad ya con 23 años, cuando recibió el Premio Stalin. Como subrayando el fin de una época con un redoble último, el fallecimiento del genial violonchelista Mstislav Rostropovich, víctima de un cáncer a los 80 años, se unió ayer en menos de cinco días a la de otro icono de la Rusia del siglo XX, el ex presidente Boris Yeltsin, el hombre que acabó con la URSS. Los rusos fusionaron a ambos iconos en un mismo díptico y recordaron al aguerrido Rostropovich, quien, fusil en mano, defendió la Casa Blanca rusa al lado de Yeltsin durante el golpe comunista de agosto de 1991.
Rostropovich murió ayer en el Centro Oncológico de Moscú, donde había sido operado en dos ocasiones en los últimos meses. Ayer, las líneas de sus constantes vitales se tensaron definitivamente como las cuerdas de su violonchelo. El maestro no pudo superar la última intervención quirúrgica (obligada tras haberle sobrevenido complicaciones en hígado e intestino), en la que intervino el prestigioso médico alemán Hans Schmoll.
La última vez que el maestro compareció en público fue el pasado 27 de marzo, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, lo condecoró en el Kremlin por su 80 cumpleaños con la Orden del Mérito «por su contribución al desarrollo de las artes musicales en todo el mundo y sus muchos años». Rodeado por 500 invitados ilustres, Rostropovich dijo sentirse «el hombre más afortunado del mundo». El líder del Kremlin destacó ayer la «pérdida enorme para la cultura rusa» que supone la muerte de Rostropovich y expresó sus condolencias a su esposa, Galina Vizhnevskaya, y a sus familiares.
Comprometido con las libertades y los derechos humanos, Rostropovich siempre hizo oídos sordos al lenguaje del poder soviético, que lo persiguió por proteger en su casa de campo en 1970 al escritor disidente Alexander Solzhenitsin, que ayer se despidió emotivamente de su amigo. «La desaparición de Rostropovich es un golpe terrible para nuestra cultura», constató Solzhenitsin en un comunicado reproducido ayer por las agencias rusas. El autor de Archipiélago Gulag, testimonio vivo de las represiones estalinistas, arremete en su comunicado contra el régimen soviético por haber intentado «arrancar por la fuerza» a Rostropovich de la cultura «privándole hace 30 años de su ciudadanía». Juntos, Solzhenitsin y Rostropovich blandieron sus armas contra la hoz y el martillo.
Las consignas del Kremlin no fueron nunca música celestial para los refinados oídos del maestro, que perdió su ciudadanía en 1978. Desde que viajó en su juventud al Artico para dar un concierto ante los exploradores y científicos polares, Rostropovich se involucró de lleno en el deshielo del régimen.
Fiel a sus principios
«¡Adiós, amigo de mi corazón!». Con esta emotiva frase se despidió ayer Solzhenitsin de Rostropovich, de quien aseguraba en su comunicado que «había glorificado la cultura rusa en todo el mundo». Ya en su ensayo El roble y el ternero, Solzhenitsin afirmaba: «No recuerdo nadie que me hiciera en mi vida un regalo más grande que el que me hizo Rostropovich en su dacha con aquel refugio (...). Aquí en el silencio incomparable de la zona especial (aquí no gritan las radios, ni se oye ruido de tractores), bajo los árboles puros y las estrellas puras es fácil sentirse inquebrantable, es facil estar tranquilo».
Rostropovich será enterrado en el mismo cementerio del Monasterio de Novodievichi donde hace dos días halló sepultura el ex presidente Yeltsin. Allí están enterrados sus maestros, los compositores Dmitri Shostakovich y Serguei Prokofiev.
En enero de 2005, durante una rueda de prensa en Barcelona, Rostropovich recordó que su amigo Prokofiev murió «40 minutos después de Stalin». Al calor de esta anécdota, resulta curioso que Rostropovich haya muerto cuatro días después que Boris Yeltsin, el líder ruso que hizo del anticomunismo su bandera y que acabó con la URSS. Tras jugarse el pellejo en la defensa de la Casa Blanca a la sombra de Yelstin, Rostropovich recordó después: «Pensaba que me iban a matar, pero quizá de ese modo el mundo sabría lo que estaba pasando en Rusia». Su concierto ante el muro recién caído de Berlín simbolizó su estocada final contra un régimen que le obligó a vivir 19 años fuera de su patria.
Obituario en página 7