Sábado, 28 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6341.
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 OPINION
Obituario / MSTISLAV ROSTROPOVICH
El chelo de la emoción y el compromiso
Como intérprete y como director de orquesta, ha sido uno de los músicos más sobresalientes de las últimas seis décadas
TOMAS MARCO

Hubo un tiempo en el que Mstislav Rostropovich era uno de los mejores artículos de exportación en el escaparate de la Unión Soviética. Él mismo se sintió siempre -incluso en los peores tiempos- muy ruso porque, aunque nació el 27 de marzo de 1927 en Bakú, la capital de la actual Azerbaiyán, ante todo lo que era soviético pasaba por ruso, y bastaba.

Rostropovich se convirtió en el mejor violonchelista del mundo y se exhibía en los mejores auditorios del planeta, para mayor gloria de la cultura soviética, a cuyos mejores músicos -Shostakovich o Prokófiev-, y también a otros menores, encargaba obras que llevaba por todo el mundo. Incluso llegaron a darle el Premio Lenin en 1963. Mucho antes, en 1951, había recibido otro algo menos difícil de conseguir, pero no menos significativo políticamente: el Premio Stalin. En cualquier caso, estaba de sobra justificado, porque realmente era un músico excepcional y tocaba el violonchelo como nadie lo había hecho desde Casals.

Su técnica impecable, su perfecta afinación y su sonido grande, generoso y expresivo causaban admiración en todos los públicos. Desde el cálido Concierto de Antonín Dvorak a las crípticas Suites de Juan Sebastián Bach, sabía conferir una intensa emoción a las formas perfectas. Incluso los puristas de las ejecuciones arqueológicas tenían que rendirse ante su Bach, emotivo pero límpido.

Su genialidad le venía de raza, porque su padre era profesor de violonchelo -había estudiado con Casals-, y su madre era una buena pianista. Tras su presentación en Occidente en 1956 (Londres y Nueva York), Rostropovich se convirtió en un artista de prestigio internacional y en uno de los mejores embajadores de la cultura, tal como se vivía en la Unión Soviética. Desde 1968, practicaba también la dirección de orquesta y de ópera; su presentación en un foso lírico tuvo lugar nada menos que en el Bolshoi de Moscú.

En este terreno ha realizado numerosos estrenos, incluidas dos óperas del entonces ascendente Alfred Schnittke: La vida con un idiota (el idiota era nada menos que Lenin), en 1992, y Gesualdo, en 1995, sobre el madrigalista renacentista Gesualdo, príncipe de Venosa, gran compositor italiano y asesino impune de su propia mujer.

Rostropovich pronto comprendió que su fama le obligaba también a una actitud moral. Por ello, no dudó en levantar la voz para denunciar numerosas cuestiones en torno a la situación de los Derechos Humanos en Rusia, por lo que acabó formando parte de la lista negra de los sospechosos de desafección al régimen. Las autoridades soviéticas empezaron a obstaculizar su carrera exterior, mientras en el interior del país, se temía cada vez más por su integridad.

Al fin, en 1974 no tuvo más remedio que abandonar la URSS en compañía de su esposa, la eminente cantante Galina Vishnevskaya. Obtuvo un permiso oficial para salir de Rusia por un periodo de dos años, aunque, naturalmente, no pensaba volver transcurrido ese tiempo, tal como explicitó muy bien en una famoso artículo publicado por el New York Times en marzo de 1975. Sobre él cayeron todas las invectivas de la oficialidad soviética y en 1978 llegaron incluso a despojarle de su nacionalidad. Él respondió nacionalizándose suizo, pero manifestando que seguía sintiéndose profundamente ruso y que eso no era sólo una cuestión de papeles que los funcionarios pudieran decidir.

Rostropovich poseía varios violonchelos de calidad superior, pero el más famoso de todos es el que logró adquirir en 1975, una pieza fabricada por Antonio Stradivari en Cremona en 1711 y que lleva el nombre de el Duport por haber pertenecido al músico francés de la época napoleónica que llevaba ese apellido. Se trata de un instrumento en perfectas condiciones, que sólo tenía un pequeño golpe en la base que, según se dice, fue hecho accidentalmente por el propio Napoleón cuando Duport tocó para él. Un genio como Rostropovich supo extraerle el mejor sonido, un sonido que no desmereció nunca, tocara el instrumento que tocase.

En todo Occidente, Rostropovich simultaneó cada vez más el violonchelo con la dirección orquestal, y en 1977 fue nombrado director de la Orquesta Sinfónica de Washington. Poco tiempo después, la Unión Soviética empezaría a dejar de ser lo que era. En 1990, en pleno deshielo, bajo el incipiente liderazgo de Boris Yeltsin, fue invitado a dirigir en Moscú, con su orquesta americana, a la vez que las autoridades le devolvieron la nacionalidad. Esto último no fue más que un gesto simbólico, ya que, al poco, la Unión Soviética se disolvió a toda velocidad en varios países entre los que el principal era la Federación Rusa. Rostropovich había vencido al gulag en el que a punto estuvo de ser absorbido. Pero él se había sentido siempre ruso y así se seguía sintiendo, fueran cuales fuesen las fronteras. Se consideraba heredero de un arte de su país que estaba muy por encima de la contingencia de los soviets, los zares o cualquier otro avatar político. En realidad, él no había participado nunca en ningún juego político, sino que se había limitado a mostrar su integridad moral, como hombre y artista, ante lo que sucedía a su alrededor.

Rostropovich no se limitó a ser un intérprete. Ha sido también un impulsor de aventuras musicales y, de la misma manera que había instado a sus amigos rusos a escribir para él, su encuentro con el británico Benjamín Britten fue definitivo para éste. Britten, que hasta entonces había escrito sólo para solistas vocales -como el tenor Peter Pears-, se puso a componer obras para Rostropovich. Además de las piezas concertantes, esta amistad propició tres importantes suites para violonchelo solo, una práctica que se había perdido desde la época del Barroco.

En los últimos años, Rostropovich ha seguido tocando como nadie el violonchelo, dirigiendo y luchando por la paz. Encargó obras a muchos compositores de diferentes lugares, entre ellos al español Cristóbal Halffter -que escribiría para él su Concierto n.2, Sólo queda el silencio en torno a la figura de García Lorca-, y defendió todas esas obras con su arte, de igual manera que lo había hecho con clásicos y románticos. Del mismo modo, siguió significándose en todo el mundo por su activa defensa en pro del entendimiento entre todos los pueblos.

En España, donde ha tocado y dirigido en numerosas ocasiones, y donde mantenía una amistad profunda con los Reyes, obtuvo en 1997 el Premio Príncipe de Asturias. Pero no el de Artes, sino el de la Concordia, lo que, seguramente, le satisfizo bastante más, pues era éste un galardón de profundo reconocimiento y admiración al hombre y no sólo al artista. Lo compartió con otro ilustre músico ya fallecido, el violinista británico Yehudi Menuhin.

Otros muchos premios le han llegado de todas las latitudes, pero para él lo importante no eran las distinciones, sino los hechos. Y que su música, su inimitable violonchelo, estuviera al servicio de las gentes y de la Paz.

Mstislav Rostropovich, violonchelista, nació el 27 de marzo de 1927 en Bakú (Azerbaiyán) y murió el 27 de abril de 2007 en Moscú.

Más información en páginas 60 y 61.

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