MADRID. - Antonio Gamoneda confiesa estar cansado -«pero creo que voy a resistir»- del trajín del Premio Cervantes, que le ha tenido en Madrid hasta hoy, más tiempo del previsto, alejado de su casa de León y su rutina de siempre. Ha sucedido así porque el poeta es amable y trata de atender todas las peticiones y requerimientos que le hacen. En este caso, accede a conversar con EL MUNDO sobre la vida y la fugacidad del poema, su génesis, su desarrollo, su reescritura... La petición llega por un hecho casual. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, confesó su admiración por el autor de Libro del frío tras la ceremonia de entrega del Premio Cervantes en Alcalá de Henares y destacó el poema Ferrocarril de Matallana como su preferido.
Pero, ¿por cuál de las tres versiones de Ferrocarril de Matallana tiene predilección el presidente del Gobierno? ¿La original de 1960? ¿La intermedia? ¿La, de momento, definitiva de 2003? Posiblemente, Rodríguez Zapatero se refería a la primera versión, donde aparece un puñado de versos de marcado carácter social: «España es también una tierra,/ pero una tierra solo no es un país;/ un país es la tierra y sus hombres./ Y un país solo no es una patria;/ una patria es, amigos, un país con justicia». Esta estrofa, por ejemplo, ha desaparecido de la versión última.
El autor de Lápidas cree que para el presidente del Gobierno eran importantes esas explicitaciones sociales y patrióticas que él ha descartado por no pertenecer a lo que él denomina su pensamiento poético: «Yo puedo tener la misma actitud moral y sentimental en relación con el contenido de esas expresiones, pero como tales no encajan en la dinámica de mi obra actual».
Nunca se acaba
Fiel a su idea de que el poema nunca está acabado, Antonio Gamoneda acude, como si llamaran a la puerta de su estudio, a los textos que dejó fijados en poemarios de hace años. Él mismo lo explica con detalle: «En la primera versión de Ferrocarril de Matallana había expresiones que pudiéramos llamar explícitamente de carácter social, otras que cabría considerar patrióticas, y algunas que tenían que ver con mi biografía y mi geografía. En la versión definitiva, desaparecen las expresiones de carácter social o patriótico. ¿Por qué? Porque mi pensamiento poético ha ido transformándose y ahora elimino los datos informativos que pertenecen más al pensamiento reflexivo que al poético».
Tanto reescribe y reescribe que es capaz de reducir la estructura del poema, quitando de aquí y de allá, al puro hueso. Hasta el punto de que ha llegado a publicar un libro con el apropiado título de Reescritura, donde reúne una buena colección de poemas que han variado su armadura del principio al fin. «Entiendo que el poema no es exactamente información, no es comunicación en lenguaje normalizado de hechos, sino que éstos han de ser advertidos por el lector como una existencia adivinada. Eso ya no es información, es revelación, y la diferencia entre ambas es que la primera se da en términos informativos mientras que la revelación lleva consigo la comprensión de lo esencial. En el poema tiene que darse una cierta inocencia, una extrañeza, una sensación de haber entrado en lo desconocido, en lo misterioso».
Con el fin de hacer más didáctica su exposición, Antonio Gamoneda hace una reflexión más gráfica: «El poema queda fijado en un determinado momento, pero además del poema existe también el emisor, el poeta que ofrece su visión de la vida, sus convicciones, su pensamiento... que evoluciona y que cambia. Seguramente, yo no tengo ninguna célula en mi cuerpo de las que tenía hace 50 años. Por tanto, un mecanismo como el cerebro varía con el tiempo. Y la concepción y la visión de un poema está sujeto a mudanza».
Sin embargo, al también autor de Descripción de la mentira le parece muy natural que la mayoría de los poetas congelen su obra y la sellen con una fecha concreta. En su caso, sin embargo, se produce la necesidad de configurar su obra a lo que él llama su pensamiento poético actual. «Yo no reniego de aquel poema escrito hace casi 50 años. No reniego del primer Ferrocarril de Matallana, y ahí está, en los libros y antologías de la época. De hecho, las modificaciones que yo hago en los poemas casi nunca son para mejorarlos en el sentido formal, por conseguir que estén estructurados o por que resulten más agradables, no. Casi siempre es porque mi comprensión de los hechos que están en el interior de esos poemas ha variado», matiza Antonio Gamoneda, que reconoce estar obsesionado por la reescritura, término que prefiere, desde luego, a los que hacen alusión a retoques o correcciones.
Enemigo de la retórica y fascinado cada vez más por la palabra descarnada, reconoce el poeta de León que se encuentra en una actitud de rechazo de todo lo ornamental. «Me estorba», dice, al tiempo que confiesa que ha llegado a la convicción de que «la poesía ha dejado de ser socialmente necesaria. En la Edad Media sí cumplía esa tarea. Ahora no. Y yo rechazo esa función mediática en la poesía de hoy de una manera que podría ser hasta excesiva».
También asegura Antonio Gamoneda que «la poesía no se explica y hasta alcanzo a pensar que no debe explicarse. Cuando la crítica pretende analizar mis poemas, tengo la sensación de que los están destruyendo. Por eso insisto en que la lectura de la poesía sigue siendo un acto de creación».
¿Qué libro de los suyos ha sufrido más la reescritura? «En Sublevación inmóvil, la nueva versión de muchos poemas llega a una conclusión poética perfectamente contraria a la del original. También Lápidas ha sufrido mucho la reescritura. Otros poemarios míos tuvieron mejor suerte».
¿Podríamos decir que Ferrocarril de Matallana ha alcanzado ya su versión definitiva? «Toco madera. No sé lo que pueda ocurrir dentro de tres años, si es que llego».
'FERROCARRIL DE MATALLANA' (1960)
A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
Subimos a este tren algunos hombres
por motivos diversos.
Aún no hay luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos los rostros pero sentimos
la compañía y el silencio.
En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
El tren arranca. Todo vuelve
a su antiguo sentido.
Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.
Y ahora empezaremos a mirarnos
como hombres distintos:
amaríamos a éste, pero a aquél
nunca le amaríamos.
Sin embargo, la luz debiera ser
quien nos hiciese amigos.
Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes.
Se ve algo que une
más que la sangre y la amistad.
Es una cosa del cuerpo y del alma.
Es grande y dolorosa.
Pero se está haciendo de día.
Ahora ya se puede ver la tierra
oscura bajo el hielo. Es
hermosa la tierra en febrero.
Vemos los montes todavía en sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja sepultada en escarcha
y, sobre lomas, las tierras de trabajo:
cada surco endurecido por el río
como la resistencia de los pobres.
Rectos y oscuros, los chopos
llenan de serenidad las riberas
y, cerca de ellos, bajo el pueblo, el río
desciende azul y lleno de soledad.
Cruzan los pueblos de sonido humilde
-Pardavé, Pedrún, Matueca-;
las casas montan las paredes tristes
sobre el espacio de las huertas;
vemos las calles en silencio, vemos
la iglesia muda y las cerradas puertas.
Esto es un pueblo; se construye a base
de paciencia y tierra.
Cuando bajo del tren, siento frío
en medio de tanta verdad,
y ya entiendo, sin pensar, muchas cosas.
Comprendo, por ejemplo,
la belleza de España.
España es también una tierra,
pero una tierra sólo no es un país;
un país es la tierra y sus hombres.
Y un país sólo no es una patria;
una patria es, amigos, un país con justicia.
'FERROCARRIL DE MATALLANA' (2003)
A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.
En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.
Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.
Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.
Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.
Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca...
Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?
No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.
DOS VERSIONES, UN SOLO POEMA.
Más de 40 años separan la escritura de estas dos versiones del mismo poema. Antonio Gamoneda regresa a sus textos como si éstos reclamaran su asistencia, como si se tratase de organismos vivos. Ferrocarril de Matallana es el poema preferido del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.