Dentro de pocas horas sabremos a quién eligen los franceses como presidente de Francia. Todo indica que será a Nicolas Sarkozy, que, según el último sondeo hecho público, aventajaba en diez puntos a Ségolène Royal.
Zapatero elogió ayer la campaña electoral francesa por su moderación, poniendo como ejemplo «el respeto» entre los dos candidatos. Estas declaraciones reflejan un profundo despiste del presidente sobre lo que ha sucedido en el vecino país. Ayer toda la prensa francesa e internacional destacaba los mensajes catastrofistas de Royal, que en su último mitin afirmó que, si gana su adversario, «la violencia y la brutalidad se extenderán por Francia». Fue precisamente la candidata socialista la que calificó a Sarkozy como «el súmmum de la inmoralidad» en el reciente debate televisivo. ¿Dónde está ese «respeto» al que alude Zapatero?
Con más tino, Rajoy aseguró ayer que «Royal está haciendo la misma campaña que la izquierda española le hace al PP», subrayando la falta de discurso de la aspirante socialista. En el mismo sentido, Aznar publicaba ayer un artículo en Le Figaro en el que hacía un encendido elogio de Sarkozy, que es el hombre, según sus palabras, para impulsar la construcción europea y para llevar a cabo las profundas reformas que necesita Francia.
Esa es desde luego la opinión de un amplio sector de la sociedad española. Una encuesta realizada entre nuestros lectores revela que tres de cada cuatro consideran que Sarkozy sería mejor presidente para Francia y, por añadidura, para España.
Su opinión no se basa en una simple presunción sino en su trayectoria como ministro del Interior, donde ha demostrado que no regateará esfuerzos para luchar contra ETA. No existe constancia de que Ségolène Royal vaya a mantener esa misma firmeza.
Frente a las vaporosas ideas de la candidata socialista, Sarkozy ha sido capaz de precisar una política económica que, partiendo de una mayor productividad y un fomento de la cultura del trabajo, crearía empleo e impulsaría un mayor crecimiento económico. Eso es lo que le conviene a Europa y, sobre todo, a España, ya que Francia es nuestro mayor socio comercial.
El líder del centro-derecha es partidario de reformar la non nata Constitución Europea sin proceder a referéndums, una opción sensata que podría ayudar a relanzar la UE, junto a su franco entendimiento con la canciller alemana, Angela Merkel.
Sarkozy, cuya mujer es de origen español, siempre ha manifestado que concede una extraordinaria importancia a una buena relación con nuestro país, por el que siente una conocida simpatía. Su afinidad con Rajoy y Aznar es muy grande, pero también se lleva bien con Zapatero. Lógicamente, Sarkozy siempre antepondría los intereses de Francia, pero su actitud parece mucho más receptiva que la de Giscard o la de Mitterrand, que trataron con una displicente distancia a los Gobiernos españoles.
Sarkozy es una oportunidad para reconstruir una fuerte alianza entre España y Francia, que son dos de los cinco grandes socios de la UE. No hay razón para pensar que Ségolène Royal no vaya a mantener una buena relación con nuestro país, pero sí hay muchos más argumentos para creer que esos vínculos se fortalecerán con el líder de la UMP.