REAL MADRID 4
ESPANYOL 3
Casillas
Cicinho
Sergio Ramos
Cannavaro
Roberto Carlos
Emerson
Diarra
Higuaín
Raúl
Guti
Van Nistelrooy
Cambios: Helguera por Cicinho (min. 46)
Reyes por Guti (min. 46)
Torres por Raúl (min. 90)
s.c.
Kameni
Velasco
Lacruz
Torrejón
Chica
Costa
Angel
Rufete
Jonatas
Moha
Pandiani
Cambios: L. García por Pandiani (min. 60)
Coro por Rufete (min. 67)
Jarque por Velasco (min. 75)
s.c.
Arbitro: Undiano Mallenco
Tarjetas amarillas: Moha, Chica, Kameni, Jonatas, Ramos.
Goles: 0-1: Pandiani (min. 15). 0-2: Pandiani (min. 26). 1-2: Van Nistelrooy (min. 29). 1-3: Pandiani (min. 34). 2-3: Raúl (min. 48) 3-3: Reyes (min. 57). 4-3: Higuaín (min. 89).
SANTIAGO BERNABÉU. LLENO.
MADRID.- Hay señales claras, augurios que entienden los futboleros y que van más allá del talento, la calidad y todas esas cosas. El Real Madrid actual es un discreto equipo de fútbol que cree en una misión, que se siente heredero de una casta, de una camiseta mítica que va más allá de consideraciones académicas y ortodoxas. Sabe que tiene detrás una tradición centenaria que se ha traspasado al cerebro de sus jugadores. Fabio Capello, que jamás engañó a nadie, que defiende un fútbol discutible, encontró su discurso cuando recurrió a la épica, al escudo. No tuvo que hablar de fútbol ni de talento. Sólo de historia y narices. Y la jugada le salió bien. Está cerca de la meta.
El Real Madrid puso ayer media zarpa en la copa de campeones de Liga con una remontada épica que resumió sus innumerables defectos y sus elogiables virtudes. Los mismos 11 jugadores que ayer arrancaron en la segunda parte con un 1-3 en contra se habrían estrellado si hubieran defendido una camiseta distinta, más oscura, con rayas o con grises. La blanca inflama y provoca gestas impensables y rectificaciones épicas después de 45 minutos sospechosos.
El Bernabéu se extasió después del miedo y se sintió campeón, en la gloria. Y Capello sacó pecho tres días después de la exhibición de su presunto sucesor, Bernd Schuster, en el 4-0 al Barça. Ganó y remontó retirando a Guti y jugando con los jornaleros. Cree en su discurso. Es antiestético y rugoso, pero lo defiende a muerte. Y ayer abofeteó a los que no creyeron en él. En el interior del club hay unos cuantos. Fuera, muchos más, pero se le debe reconocer la fidelidad a sus ideas. El Madrid merece otra cosa, más lustre, menos raciones de ese sopor e indignación que invadió a la grada antes de que el Grial de la Liga se convirtiera en misión posible. Pero Capello es digno por coherente, por no engañar y no vender milongas a la plebe. No le gusta lo que le gusta a casi todo el mundo. Es legítimo y no le va mal.
El fútbol encierra tantos matices que permite partidos tan espectaculares y especiales como el de ayer. Todos los pronósticos enfilaban hacia un Espanyol amigable y entregado, preparado para la final de la UEFA y dispuesto para sacrificarse y perder. En los primeros 45 minutos arrasó con un contundente e impensable 1-3. Pandiani ejecutó con su rifle a un equipo mal colocado, en el que el supuesto equilibrio de Emerson y Diarra era una simple broma de mal gusto y en el que las subidas de Roberto Carlos, ofensivamente grande y ambicioso, se convertían en autopistas para Rufete cada vez que atacaba el equipo catalán. El Bernabéu pitó injustamente al brasileño. Nadie le hizo las coberturas cuando subió y en ataque participó en todas las acciones de peligro de su equipo.
Dos contras dirigidas por Rufete desde la derecha acabaron en los dominios de Pandiani, infalible y matador. Su golpeo en el segundo gol fue de crack. El Madrid, desconectado y aturdido, con Guti perdido en la banda izquierda, lejos de donde debía jugar, sobrevivió con un gol de Van Nistelrooy tras iniciativa de Roberto Carlos, pero el tercer disparo letal de Pandiani, que se aprovechó de un fuera de juego de su pasador, Moha, pareció hundir definitivamente la nave blanca. Una muralla de goles hacía necesaria una escalada épica, al estilo de esos 90 minuti molto longo de Juanito.
Capello hizo de Fabio, como siempre, y retiró el fútbol de Guti y la profundidad de Cicinho, que había tenido numerosos problemas con Moha. Ramos quedó a la derecha, Raúl cayó a esa banda, Higuaín se incrustó en el centro y Reyes apareció para invadir la izquierda. Seguían Emerson y Diarra, así que se trataba de tirar por la épica y los riñones. A la antigua, a la brava, el Madrid se comió al Espanyol. Hablar de pizarras era inútil en un escenario diseñado para la locura y el éxtasis.
El equipo de Valverde se disolvió ante el empuje de un Madrid sin fútbol ortodoxo, pero directo y noble, de contacto y navaja en la boca. Raúl se comió el balón para rematar el segundo y Reyes aprovechó un despiste de Kameni tras clara falta de Higuaín a Chica para empatar. Esos goles tan rápidos y oportunos elevaron la temperatura en una grada que volvió a levitar y ya no volvió a pisar el suelo. Estaba ocupada en atender a un milagro.
Valverde pensó en la UEFA y olvidó a los rivales del Madrid cuando retiró a sus dos mejores futbolistas, Rufete y Pandiani. Entregó la bandera y aunque su equipo trató de defenderse tocando y con atrevimiento, acabó atropellado por el vigor blanco.
Higuaín marcó su primer gol en el Bernabéu en el momento oportuno, tras centro de Reyes y en el penúltimo minuto. La grada se derrumbó, cantó la gloria cercana de un título casi inesperado y el Barça tembló otra vez. El Madrid quiere y puede. No esperaba nada de un año mediocre y tristón, pero ahora se siente campeón por casta propia y derrumbe ajeno.