Tras semanas de elocuente silencio, Zapatero se decidió ayer a hablar de lo que está ocurriendo en el País Vasco, y lo hizo con un mensaje tan victimista como deliberadamente equidistante entre Batasuna y el PP. Según el presidente del Gobierno, «resulta paradójico, por no decir algo irritante, ver cómo ante los mismos que están protestando porque no han hecho los deberes de condenar la violencia, la oposición democrática diga que hemos abierto la puerta a los violentos».
Zapatero obvió por completo el hecho de que Batasuna haya pedido el voto para ANV, y en todo momento se comportó como si el partido abertzale, por no distanciarse de ETA, se fuera a quedar sin opción electoral. Con todo, los mayores embates del presidente no fueron dirigidos contra el entorno de la banda sino contra el PP, de quien insinuó que con sus «insultos, descalificaciones y mentiras» no le deja trabajar por la paz. Después de su diatriba, eso sí, Zapatero no reparó en paradojas y pidió «lealtad» al partido de Rajoy.
El presidente del Gobierno despachó la negativa a ilegalizar ANV con una de sus características frases ambiguas, y es que la Ley de Partidos se ha aplicado «en sus justos términos, no menos de lo que exige ni más de lo que establece». Todo el discurso de Zapatero eludió por completo los últimos acontecimientos -la petición de voto de Barrena para ANV, la participación de este partido en un homenaje a etarras en Navarra- y se movió en la vaguedad de sus intervenciones de hace meses. Valga como muestra los principios con los que resumió su política antiterrorista, entre los que incluyó «diálogo sólo cuando se abandone la violencia» -un dogma poco creíble a juzgar por lo poco que se ha respetado durante el proceso-, un «gran acuerdo de convivencia en Euskadi» -sin que nadie sepa en qué consiste tal acuerdo y como si hubiese dos partes equivalentes a las que un tercero tuviese que unir-, y su «disposición a luchar con toda la determinación por la paz aún con insultos», confundiendo una vez más el voluntarismo con la política de Estado.
Mucho menos ambiguo que el presidente fue ayer el ministro de Justicia. Pese a que no hace ni tres días que el fiscal general del Estado decía que el apoyo de Batasuna a ANV podría dar inicio a un proceso de ilegalización, Fernández Bermejo defendió ayer el derecho de los líderes del partido ilegalizado a «decir lo que piensan», y recomendó «algún tipo de fármaco» a quienes «no hayan digerido todavía» la presencia electoral de ANV. La nula altura intelectual del discurso del ministro -quien anteayer pedía «un buen laxante» para «el estreñimiento» del PP- no debe ocultar el hecho de que asume con naturalidad que Batasuna pida el voto para ese partido que el Gobierno no ha tenido la voluntad de ilegalizar.
Zapatero ha decidido hacer suya la posición de equidistancia entre los violentos y sus víctimas que hasta hace poco parecía la seña de identidad del PNV. Sea por esa estrategia, o por la de Bermejo, consistente en que los ciudadanos tienen que tragar -con «fármacos» si es necesario- con lo que decida el Gobierno, lo cierto es que Batasuna estará de nuevo en las instituciones a partir del 27 de mayo.
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