«Me estaba yendo a las seis y cuarto cuando oí a la gente gritar como si estuvieran celebrando algo. Volví a mi oficina y pregunté: '¿Qué pasa?' Y entonces me dijeron: 'Se ha ido'».
Así explicaba ayer por la tarde, hora de Washington -noche en España-, un funcionario del Banco Mundial la noticia. Tras ocho semanas de crisis, Paul Wolfowitz dejaba la presidencia de la institución, acosado por el escándalo provocado por el tratamiento laboral que ha recibido su novia, la funcionaria del Banco Shaha Alí Riza.
Una coalición de críticos, formada por varios países europeos, los funcionarios de la institución, y parte de la vieja guardia de su predecesor, le ha derrotado. Pero, aunque deja el cargo, al menos ha conseguido que el consejo de administración de la organización proclame que no actuó de mala fe en el caso Riza.
Que su nombre quedara limpio de acusaciones de corrupción era prioritario para Wolfowitz, un político al que le han llamado literalmente de todo, pero cuya integridad nunca había sido cuestionada hasta que, en marzo, en un golpe de mano perfectamente calculado, sus críticos filtraron al diario The Washington Post, el semanario The New Yorker y la revista Vanity Fair las condiciones de trabajo de Shaha Alí Riza. Las críticas se debían, esencialmente, a que la novia de Wolfowitz había visto su remuneración dispararse desde los 132.660 dólares -unos 97.780 euros- netos anuales hasta los 193.590 dólares -unos 142.821 euros- desde que en 2005 él llegó a la institución.
Ahora, al admitir su carta de dimisión a fecha de 30 de junio, el consejo declara que «estamos agradecidos al señor Wolfowitz por su servicio al Banco» y afirma explícitamente que «aceptamos» la explicación del presidente de que «actuó éticamente y de buena fe en lo que creía que era el mejor interés de la institución». El consejo también explica que esta crisis ha puesto de manifiesto que «se han cometido numerosos errores por un gran número de individuos», por lo que es necesario «revisar las normas de gobierno del Banco Mundial».
Ahora queda por ver quién será su sucesor. Los principales candidatos en las quinielas para ocupar el cargo son éstos:
Robert Zoellick. Los pros: Es un hombre del equipo de Bush, ideológicamente tan próximo al presidente como el propio Wolfowitz, del que se diferencia, sin embargo, por su enorme prestigio internacional. Fue representante comercial -cargo equivalente al de ministro de Comercio Exterior en Europa- y subsecretario de Estado. Y quiere un cargo al precio que sea.
Los contras: Nunca ha sido un miembro del círculo íntimo de Bush. Siempre ha sido la eterna promesa de la Administración, pero no ha materializado esas expectativas en un cargo de verdadera primera fila. Su aspiración era ser secretario del Tesoro. Cuando vio que no lo iba a lograr se fue de la Administración.
Stanley Fischer. Los pros: Todos. Fue subdirector gerente del FMI en la era de Michel Camdessus, lo que le dio una inmensa experiencia a la hora de tratar con burocracias indómitas. Es un economista de inmenso prestigio. Su pasaporte también le ayuda: es estadounidense, pero también israelí -es el presidente del banco central de Israel-. Nació en Zambia, lo que le da un toque africano, algo vital en una institución que necesita urgentemente dar la impresión de que no es el cortijo de EEUU. Y es de los economistas más prestigiosos del mundo. Los contras: Es demócrata y admirador de Bill Clinton.
Robert Kimmitt. Los pros: Es el subsecretario del Tesoro de EEUU, ex embajador en Alemania y tiene experiencia diplomática. Los contras: Es la mano derecha del actual titular del Tesoro, Henry Paulson.
Robert Hormats. Los pros: Vicepresidente internacional de Goldman Sachs. Tiene una inmensa experiencia profesional en el sector privado y en política, donde ha trabajado para presidentes republicanos y demócratas. Los contras: Es un peso ligero político.