Domingo, 20 de mayo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6363.
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EL RESURGIMIENTO TALIBAN / Armados con AK-47 y cabalgando sobre viejas motocicletas rusas, los rebeldes toman el control de las planicies afganas sin temor al enfrentamiento directo con el enemigo
DAVID JIMÉNEZ. Enviado especial

GHAZNI (AFGANISTAN).- Los talibán llegaron hace días a la aldea de Giro montados sobre viejas motocicletas de fabricación rusa, los fusiles AK-47 al hombro y las frentes cubiertas por turbantes negros. Tardaron poco más de 10 minutos en tomar el distrito al grito de «¡Ala es el más grande!» y después ejecutaron a la máxima autoridad del Gobierno afgano, al director de la policía local y a los tres hombres que defendían la comisaría.

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«Siempre es lo mismo. Atacan, lo queman todo y se marchan antes de que vengan los aviones americanos», se lamenta Ehsan, soldado afgano destinado en la provincia de Ghazni.

Las planicies polvorientas del corazón de Afganistán se han convertido en el último campo de batalla entre la guerrilla talibán y las tropas internacionales de la Alianza Atlántica, que defienden al Gobierno de Kabul.

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Que los hombres del mulá Omar hayan llevado su ofensiva hasta aquí, a tan sólo 150 kilómetros de la capital, demuestra hasta qué punto su movimiento ha resurgido de las cenizas.

Los milicianos que tomaron Giro se retiraron poco después voluntariamente tras prender fuego a todos los edificios oficiales y llevaron su ofensiva al siguiente pueblo. Antes de marcharse dejaron octavillas en las que advertían a los locales: «No colabores con el enemigo o serás colgado en la horca por traidor».

Aldea a aldea, emboscada a emboscada, ejecución a ejecución, los fundamentalistas han logrado imponer de nuevo el terror. Pero a diferencia de Irak, donde los atentados terroristas y las bombas trampa centran la estrategia insurgente, los guerrilleros afganos demuestran no temer el enfrentamiento abierto con el enemigo.

En las últimas semanas, en mitad de su anunciada ofensiva de primavera, han librado batallas con las tropas de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) en siete provincias de la mitad sur y el este del país. Los rebeldes han tomado distritos enteros, mantienen bajo control áreas de provincias como Helmand y se han permitido decretar el toque de queda en pueblos de Ghazni.

Tropas canadienses, británicas o estadounidenses se han visto acorraladas durante horas en emboscadas llevadas a cabo por cientos de hombres, escapando casi siempre gracias a la llegada del soporte aéreo. Los milicianos tienen la lección aprendida y se repliegan en cuanto escuchan el sonido de los aviones. Saben que es el preludio de que sus posiciones serán arrasadas.

Más víctimas civiles

Los ataques desde el aire, a menudo imprecisos, han aumentado el número de víctimas civiles y han provocado la indignación de la misma población que ISAF vino a proteger. «Queremos que se vayan», dice sobre los soldados extranjeros el anciano Abdul Qayum, en el distrito de Andar, el de mayor actividad rebelde en Ghazni. «Si se van, quizá los talibán nos dejen en paz».

Nadie sabe el número de efectivos a disposición de los talibán en su nuevo asalto al poder. Los jóvenes desempleados de Ghazni son fácilmente reclutados gracias a un sueldo que dobla los 70 dólares al mes que recibe un militar afgano.

El tráfico de opio paga su sueldo, el rancho y las ruidosas motocicletas sobre las que llevan a cabo los ataques. Al paso de un grupo de cinco guerrilleros, en la carretera que lleva a Andar, los habitantes del distrito bajan la cabeza, las mujeres se cubren rápidamente y un grupo de niños sale corriendo. Habeda, una mujer de 45 años acompañada por sus dos hijas, se pregunta qué ha cambiado para que los talibán vuelvan a aterrorizarles sin apenas oposición. «Hace unos meses todo parecía ir bien y no había problema de seguridad. Ahora tenemos miedo», se lamenta.

El Gobierno local ha tratado de frenar la ofensiva limitando la utilización de las motocicletas, pero los policías encargados de imponer la medida prefieren salvar la vida a enfrentarse a los insurgentes. «Su estrategia es evitarnos. Pasamos los controles de la policía afgana y se quedan quietos sin atreverse a mover un dedo», se vanagloriaba días atrás uno de los comandantes talibán en la zona, el mulá Anas.

El apoyo que reciben los talibán en Ghazni es más una consecuencia del terror que del deseo de la población de ver al régimen fundamentalista de nuevo en el poder. Sus gentes aprendieron que nadie está a salvo con el asesinato el pasado año del gobernador provincial Taj Muhamad, la máxima autoridad del Gobierno nacional.

Cuando hace unos días el mulá Anas ordenó a los habitantes de Andar que no utilizaran vehículos, para poder así atacar a todos los coches que se movieran por las carreteras bajo su control, la mayoría de los vecinos empezó a desplazarse en burros. «¿Qué otra cosa podemos hacer? ¿Dejarnos matar?», dice Ansar, un joven de 23 años, cuyo padre fue ejecutado después de que uno de sus hermanos hiciera de traductor para los soldados norteamericanos durante la operación antitalibán Montaña de Furia.

«Nadie está seguro»

Ansar cuenta que fueron los propios vecinos, temiendo represalias de los talibán, los que llevaron a cabo el ataque contra su casa y ajusticiaron a su padre. «Nos obligan a marcharnos para que los talibán no vengan y lo quemen todo. Nadie puede estar seguro», se lamenta Ansar.

La rapidez con la que Ghazni ha pasado de ser una zona considerada estable a entrar dentro del territorio de «alto riesgo talibán» -apenas un año- demuestra la creciente capacidad de los guerrilleros para crear el caos. Los talibán, sin embargo, se encuentran lejos de cumplir su promesa de hacer de 2007 «el año de la victoria final».

A diferencia de su imparable marcha hacia el poder en 1996, cuando entraron triunfales en Kabul, el movimiento de los estudiantes de teología presenta hoy un frente desorganizado que carece de la disciplina de antaño.

Su Ejército es, en realidad, una multitud de grupos independientes y poco coordinados bajo el mando de señores de la guerra que apenas mantienen contacto entre sí.

La superioridad tecnológica de los aliados sigue marcando la diferencia en muchas de las batallas y la fuerza aérea impide a los rebeldes hacer frentes comunes que pongan en peligro a Kabul o sus gobiernos regionales.

El mayor problema de ISAF es su incapacidad para mantener las posiciones que logra recuperar por falta de tropas suficientes. Una vez que los soldados se marchan, el espacio vuelve a ser ocupado por los talibán. «Harían falta un millón de soldados para controlar todo el país», admite un diplomático occidental destinado en Kabul.

La muerte, hace una semana, del mulá Dadulá, comandante militar talibán, ha dejado la insurgencia sin una de sus cabezas visibles. El mulá Omar, dirigente espiritual y líder supremo del movimiento, se encuentra oculto en algún lugar de la frontera entre Afganistán y Pakistán, desde donde su capacidad para dirigir a sus hombres es limitada.

La gran ofensiva de primavera ordenada por Omar comenzó semanas atrás con la apertura de los pasos nevados en las montañas, pero había sido anunciada tan repetidamente por los talibán que los mandos de la Alianza Atlántica la recibieron tras haber preparado la respuesta durante todo el invierno.

Provincias estratégicas

El resultado ha sido un gran número de bajas talibán en las últimas semanas y una respuesta militar modesta por parte de los rebeldes. El mando de ISAF, el general estadounidense Dan McNeill, cree que la impotencia de los insurgentes probablemente les llevará a responder con «una ola de atentados suicidas».

El año de la victoria no parece, pues, estar cerca para los hombres del Príncipe de los Creyentes. La estabilidad que permita al Gobierno de Kabul respirar tranquilo tampoco. Los dos bandos prevén que la nueva batalla por Afganistán sea larga y se decida en lugares como Ghazni.

La intención talibán de aislar Kabul pasa por controlar una de las provincias de mayor valor estratégico. Su territorio es atravesado por la carretera que une Kandahar y Kabul, sirviendo de puente entre las regiones de la mayoría pastún del sur y las gentes del norte.

Tropas norteamericanas patrullan ahora las planicies de Ghazni en un intento de aplastar la insurgencia, pero los mandos de ISAF aseguran que eventualmente sólo Kabul tendrá la legitimidad suficiente para derrotar definitivamente a los talibán.

El pasado mes de abril, en una ceremonia en una base de la Alianza Atlántica en la provincia, autoridades afganas presidieron la graduación de los primeros 20 soldados de las Fuerzas Especiales del Ejército de Kabul que tendrán precisamente esa misión. El objetivo es crear un Ejército creíble y preparado que en unos años no dependa de ISAF para librar esta guerra. «Recordad», decía el gobernador de la provincia, Mirajudin Patan, en su discurso a los nuevos graduados. «Es a vuestras hermanas y hermanos a quienes estáis protegiendo».

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