Lunes, 21 de mayo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6364.
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EL DRAMA DE LA INMIGRACION / Las víctimas
Náufragos anónimos, cadáveres a la deriva en el Atlántico
Las autoridades de Cabo Verde recurren a un biólogo español para buscar a familiares de 10 inmigrantes a los que se tragó el mar
ROSA M. TRISTAN

MADRID.- Una decena de cuerpos inertes, amontonados en el fondo del cayuco. Cuerpos negros con ropas de abrigo que se entrelazan. Sin rastro de vida. Cadáveres vagando por el Océano Atlántico hasta su desaparición anónima y solitaria. Hace ya más de un año, una barca llena de muerte desapareció de las cercanías de la isla caboverdiana de Santiago, a miles de kilómetros de su lugar de partida, en la costa de Mauritania. Ahora, las autoridades de Cabo Verde han recurrido a un investigador español para que ayude a difundir las macabras imágenes y, así, intentar localizar a sus familias que aún son ajenas al trágico fin de sus hijos, padres o esposos.

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Es uno de tantos dramas que nunca habrían llegado a conocerse si no hubiera sido por la casualidad, que hizo que unos pescadores de esta isla africana, picados por la curiosidad de ver un cayuco a la deriva, aparentemente vacío, se acercaran para curiosear. Allí, de popa a proa, en el fondo de la barca, invisibles en el horizonte oceánico, cadáveres sobre cadáveres.

Los pescadores caboverdianos tomaron unas fotos. Espeluznantes. De proa, de popa, de la sentina. No se atrevieron a más. Para evitar problemas, prefirieron avisar de inmediato a la Capitanía General del puerto de Santiago para que fueran a recogerlos. Cuando la Policía naval fue en su busca, el cayuco y su carga humana habían desaparecido en un viaje sin retorno. Nadie se lo volvió a encontrar. Era el 10 de marzo de 2006.

Durante un año largo, las fotos han permanecido en la Capitanía del puerto de Santiago, en un cajón, sin que sus efectivos hayan tenido posibilidad ni medios para encontrar a los parientes de estos náufragos muertos y anónimos. Madres, esposas, hijos que aún esperarán noticias de aquéllos que un día partieron de casa en busca de una vida mejor en un mundo con más futuro: Europa.

Hace unas semanas, un biólogo español, Luis Felipe López Jurado, presidente de la Asociación para el Desarrollo Sostenible y la Conservación de la Biodiversidad, recibió copia de las imágenes con una petición: ayudar a localizarles y dar a conocer lo sucedido. «Llegué allí y me las dieron en un CD. Son imágenes tremendas, y lo peor es que nadie sabe que han muerto. Y nadie sabe cuántos cayucos como éste andan a la deriva por mitad del océano», señala el biólogo, que tiene en la isla vecina de Boavista un programa de conservación de las tortugas bobas desde hace ya más de 10 años.

Una de las imágenes captadas por los pescadores sitúa el origen del viaje cerca de Nuadibú, en Mauritania. Así lo indica la matrícula del cayuco. «Parece claro que son inmigrantes que iban con destino a Canarias. Nunca van tantos pescadores en un barco tan pequeño y con tanta ropa. Les debió fallar el motor fuera borda que se ve en la patera. Hay una corriente que, si un barco va a la deriva, lo dirige hacia el sur y así fue como acabaron en Cabo Verde. Los pescadores se toparon con la patera en una zona cercana a Santiago. Y es muy probable que, desde allí, otras corrientes los llevaran hacia dentro del Atlántico, donde terminaría hundiéndose o aún están vagando con su tremenda carga de sueños y vidas desechas», relata López Jurado.

De momento, su intención es llevar las fotos al Consulado de Mauritania en Las Palmas, donde tiene su residencia, por si allí pueden tratar de averiguar algo, aunque bien podría ser que los náufragos fallecidos no sean de este país, que suele ser sólo de paso para muchos inmigrantes africanos en su ruta hacia las islas Canarias. Las posibilidades de que tenga éxito no son muchas.

Escasa vigilancia

«Cabo Verde no tiene recursos para controlar sus aguas. De hecho, son esquilmadas por los pescadores europeos y asiáticos sin que puedan hacer nada. El Gobierno español debería ayudarles en estas tareas de vigilancia porque se evitarían casos como éste. Se les podría localizar antes de que fallecieran o, al menos, se rescatarían los cuerpos para poder identificarlos y reenviarlos a su tierra. No es sólo que mueran, sino que nadie llega a enterarse. Pueden pasarse años esperando sus noticias», argumenta el investigador español.

Teresa González, presidenta de Médicos del Mundo, no cree que las gestiones lleguen a tener éxito. González recuerda que «hay cientos de inmigrantes desconocidos en los cementerios españoles». Sus placas no tienen nombre.

«Se van los mejores de cada aldea y pueblo. Si el viaje sale mal y hay supervivientes, antes o después la familia se entera de lo que ocurrió, pero cuando se hunde un barco entero no hay forma de identificarles. Incluso aunque les encontraran ya muertos, es prácticamente imposible localizar a sus parientes, saber de qué país y qué región partieron. Sólo cuando les va bien las familias se enteran», explica Teresa González.

Como responsable de una ONG que vive de cerca la situación de los inmigrantes, González se indigna porque «en el mundo de la información global, en la inmigración se siga con el mismo sistema de las guerras napoleónicas: si en unos años no hay noticias, será que ha muerto». Aunque también puede estar incomunicado en mitad del Sáhara, como los inmigrantes expulsados de la valla de Ceuta hace dos años y deportados por Marruecos al desierto. Ella se los encontró en su último viaje a Argelia y ninguno había podido hablar con sus familias.

Genocidio

Por todo ello, desde Médicos del Mundo aboga porque el tráfico de personas sea considerado «un delito de lesa humanidad, como el genocidio». «Es un fenómeno global y los culpables son los negreros que les convencen de que el viaje es fácil; ahora por problemas de jurisdicción y territorialidad, no se hace prácticamente nada para impedirlo y es algo que tiene que cambiar», argumenta.

El cayuco mortuorio de Cabo Verde recuerda otros naufragios y otros muertos llevados al vaivén de las corrientes a muchos miles de kilómetros: en mayo del año pasado llegaba hasta la costa del Caribe, en las Barbados, un barco fantasma a bordo del cual se encontraron momificados los cuerpos de 11 senegaleses. La embarcación, según se averiguó después, había partido cinco meses antes de Cabo Verde con 47 inmigrantes, pero el motor se averió y el traficante, español según sus familiares, acabó abandonándoles en mitad del Atlántico. Sólo cuando aparecieron sus momias, las familias conocieron su triste final.

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