Jueves, 31 de mayo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6374.
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La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aun a nuestro interés (Jacinto Benavente)
 OPINION
Editorial
UN ABRAZO DEL OSO QUE CONVERTIRIA A RAJOY EN MADROÑO

El gran resultado conseguido en la ciudad de Madrid por Alberto Ruiz-Gallardón -con el merecido respaldo de este periódico- es incuestionable, pero, como le ha ocurrido en distintos momentos de su vida política, la ansiedad y la ambición se le han notado de manera tan inmediata y abrupta que él vuelve a convertirse en su peor enemigo.

El recién reelegido alcalde demuestra muy poco pudor y sensibilidad hacia los intereses de su partido cuando, 48 horas después de triunfar en las municipales, se postula como escudero de Rajoy para las elecciones generales en un acto diseñado de antemano para eso. Es lo mismo que le pasó cuando llegó a acuerdos con Polanco para promover la televisión por cable contra el criterio de Aznar. O cuando, antes de que el ex presidente abriera la carrera de sucesión, anunció públicamente su candidatura al puesto que hoy ocupa Rajoy. O cuando lanzó al vicealcalde Cobo al asalto del liderazgo del partido en Madrid y se estrellaron juntos.

A todo esto hay que añadir el poco respeto y compromiso que demuestra hacia los ciudadanos de Madrid, cuando a los dos días utiliza su victoria no para establecer sus prioridades de gestión en la capital, sino como tarima para postularse para un puesto que, en la práctica, resulta incompatible con aquél para el que le han elegido. Porque ser alcalde de Madrid es un trabajo absorbente que requiere una dedicación a tiempo completo, y prueba de ello es que ninguno de sus predecesores en el cargo lo compaginó con el de diputado. Si Gallardón tenía claro que es esto lo que quería hacer, debería por lo menos haberlo dicho públicamente durante la campaña, para que los ciudadanos lo tomaran en consideración a la hora de votar.

Dice Gallardón que se postula para ayudar a Rajoy a ganar las elecciones, pero es evidente que hay muchas fórmulas para hacerlo sin tener que ir en las listas de las generales: con su gestión y movilizando a los ciudadanos con mítines, manifiestos, artículos, etcétera.

Lejos de querer ayudar a Rajoy, cualquiera podrá detectar que el verdadero objetivo de su autopostulamiento es situarse bien de cara a la eventualidad de que aquél pierda las elecciones, renuncie al liderazgo del partido y se abra un proceso de sucesión en el que lógicamente estará mejor posicionado quien forme parte del grupo parlamentario. Ésa es la auténtica implicación de su oferta y Rajoy ha sabido verlo de inmediato parando los pies al eufórico alcalde, comparándolo con un «alumno» que a los ocho años quisiera «elegir carrera» y recomendándole una «prudencia» de la que evidentemente carece.

Como el líder del PP ha recordado, no faltan en el partido otras personas brillantes -y también más prudentes- que podrían ser su número dos y, en todo caso, no ha llegado el momento de tomar la decisión. Total, que Gallardón vuelve a las andadas en su probada capacidad de autolesionarse, pues ha quedado en evidencia ante todo el mundo. Cuando llegue la hora de hacer las listas, Rajoy debe ser consciente de que el fervor del alcalde no es sino el abrazo del oso y que ceder a sus pretensiones daría tal imagen de debilidad que pronto los humoristas lo dibujarían con forma de mustio madroño de compañía.

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