Era un encuentro esperado hace semanas, la reunión entre Merkel y Bush que debía marcar por dónde respirará la cumbre del G8 que se inició ayer en Heiligendamm para tratar la lucha contra el calentamiento global. Pero el resultado final, repleto de frases hechas, y la negativa de Bush a recortar la emisión de gases contaminantes dejaron regusto a fracaso.
Todos los observadores desplazados al norte de Alemania, junto al Mar Báltico, se preguntaban ayer qué fórmula elegirán los líderes de los ocho países más industrializados del mundo para intentar demostrar al planeta que la cita no ha sido una pérdida de tiempo.
El presidente de EEUU, George W. Bush, y su homóloga alemana, Angela Merkel, se repartieron sonrisas y galanterías pero evitaron ofrecer detalles de lo que se puede esperar mañana cuando culmine el encuentro. El líder norteamericano, que se sorprendió de que sus palabras debieran ser traducidas al alemán -«aquí todo el mundo habla inglés, ¿o no?», dijo- volvió a arroparse en la ambiguedad y expresó su «gran deseo» de colaborar con Alemania para alcanzar un acuerdo que sustituya al Protocolo de Kioto cuando éste caduque en 2012.
«Quiero trabajar con el G8 en ello», añadía. Pero pocas horas antes del almuerzo, en un encuentro con periodistas estadounidenses, Bush dejó claro que en el encuentro de Alemania no aceptaría ningún recorte en la emisión de gases contaminantes a la atmósfera que amenazan con un cambio climático y siguió apostando por el plan que presentó la semana pasada. Según éste, los 15 países que más contaminan deberían reunirse no antes de 2008 y establecer unas metas voluntarias «a largo plazo».
«Buenas oportunidades»
Uno de sus asesores en Medio Ambiente, Jim Connaughton, era ayer aún más claro al declarar que «el G8 no puede dictar las políticas de sus miembros» ya que no es el foro adecuado para establecer este tipo de objetivos. Aseguraba, asimismo, que la canciller alemana no tenía el apoyo de todos los socios del club de los ricos para aplicar sus planes. Otro miembro de la delegación alemana, Hans Joachim Schellnhuber, admitía que Merkel tendrá que aceptar un acuerdo de mínimos en Heiligendamm.
La propia Merkel, que tras el encuentro con Bush aseguraba sentirse «optimista» y creía «que aunque puede que tengamos que hacer un poco más de trabajo existen buenas oportunidades de llegar a una posición común», por la tarde reconocía que los objetivos europeos sobre protección del clima «no pueden ser compartidos inmediatamente» por todos los miembros del grupo. «La verdadera cuestión es que al final de la cumbre habremos avanzado, lo que implica el reconocimiento del origen humano del cambio climático y de que nos hace falta un proceso en el que la ONU esté implicada», señaló.
Merkel, para quien la lucha contra el cambio climático del planeta era el gran asunto de su Presidencia de turno al frente del G8, abogaba por renovar el Protocolo de Kioto en unas condiciones más ambiciosas: reducir a la mitad (respecto a 1997) las emisiones de gases contaminantes antes de 2050, lo que equivaldría a reducir en dos grados el proceso de calentamiento global. A Bush le vino a arropar ayer el primer ministro japonés, Shinzo Abe. El dirigente nipón reconoció que no habrá un compromiso en Heiligendamm, pero garantizó que el G8 «se esforzará en llegar a un consenso sobre la necesidad de actuar frente al cambio climático».
Asimismo, con un enigmático tono en sus palabras, Abe, que también ha presentado su propio plan para luchar contra el calentamiento global, pero con unos recortes que toman como referencia los niveles de 2006 (y no 1990, como Merkel o el Protocolo de Kioto), anunció ayer que EEUU y Japón han alcanzado un acuerdo para cooperar en la creación de un «cuadro realista».
La cumbre del G8, que algunos expertos ya aseguraban ayer que había muerto antes de iniciarse, comenzó por la noche con una cena informal. El plato fuerte para hoy es el encuentro de Bush con el presidente ruso, Vladimir Putin.