José Luis Rodríguez Zapatero dijo ayer que será «implacable ante la amenaza del terror». Lo hizo apoyándose en otras expresiones rotundas como «ETA tendrá que doblegarse ante la democracia» o «lucharemos contra ellos», que confirman un cambio de mensaje del presidente hacia la banda. Lo llamativo es que muestre esta determinación ahora, como dando a entender que durante los meses que ha durado el proceso de paz no existía la «amenaza» terrorista y, sin embargo, ésta no ha dejado de estar presente. Lo estuvo cuando quemaron la ferretería en Barañáin de un concejal de UPN, o cuando varios encapuchados lanzaron disparos al aire en un monte de Oyarzun, o con el envío de cartas de extorsión a empresarios, la kale borroka, el robo de pistolas... Las manifestaciones de Zapatero descubren lo que sigue sin admitir de forma expresa: que está rectificando. Porque al pregonar que, en el futuro, será «implacable», asume implícitamente que no lo ha sido este tiempo.
En su discurso de ayer ante el Comité Federal del PSOE, Zapatero también mostró hacia el PP un tono distinto al exhibido el jueves en su entrevista en Cuatro. Entonces dio por hecho que no podía confiar en el primer partido de la oposición, convencido de que utilizará «hasta el final» la política antiterrorista para desgastarle. De no haber modulado sus palabras, Zapatero habría sacrificado definitivamente la entrevista de mañana con Mariano Rajoy, convirtiéndola en un mero paripé para escenificar las diferencias que mantienen socialistas y populares. Falta saber si evitó cualquier crítica hacia el PP a modo de enmienda o sólo como estrategia para que, si fracasa la reunión, las miradas no se vuelvan sólo hacia él. Con todo, Zapatero volvió a hacer malabarismo con las palabras al apuntar que en la búsqueda del consenso no pondrá «condiciones» ni exigirá «rectificaciones». Faltaría más, habría que responderle, dado que el que está rectificando es él. Los hechos han venido a darle la razón al PP: el proceso no llevaba a ningún sitio porque no se daban las condiciones que Zapatero aseguraba haber verificado.
De cualquier forma, lo importante es que la reunión de mañana entre los líderes de los dos grandes partidos españoles se cierre con acuerdos concretos que permitan llegar hasta el final de la legislatura con una política antiterrorista consensuada. Si algo así siempre es deseable, después de que ETA haya roto la tregua y sus acólitos hayan augurado una «espiral de acción-reacción», debería ser obligado. Para ello, el presidente, que es el que ha de llevar la iniciativa, debe ofrecer unas propuestas tangibles a Rajoy. Sería deseable que entre ellas estuviera la de la ilegalización de ANV, al haber quedado en evidencia que se trata de la continuación de Batasuna.
El mejor ejemplo de lo que necesita la sociedad española lo dieron ayer los partidos democráticos uniéndose en las manifestaciones convocadas por Gesto por la Paz en Bilbao y Pamplona. Por primera vez en mucho tiempo, dirigentes del PSOE, del PP, del PNV y de otras formaciones salieron a la calle detrás de la misma pancarta para expresar su rechazo a ETA. Sin embargo, pese a estar juntos, lo hicieron de forma dispersa. Esa sensación de distanciamiento deberían tratar de evitarla mañana Zapatero y Rajoy.
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