Viernes, 15 de junio de 2007. Año: XVIII. Numero: 6389.
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 ESPAÑA
30 AÑOS DE DEMOCRACIA / La entrevista / LEOPOLDO CALVO-SOTELO / Ex presidente del Gobierno
«Por miedo a que el PCE arrasara, UCD ayudó con dinero al PSOE de Felipe»
Leopoldo Calvo-Sotelo dimitió como ministro de Obras Públicas del primer Ejecutivo de Suárez para organizar UCD y preparar las elecciones. En esta entrevista, quien en 1981 sería presidente recuerda sus ilusiones y sus problemas, y desvela cómo reaccionaron ante las perspectivas electorales del PCE, que suponían muy altas.
JUSTINO SINOVA

Pregunta.- Desde la muerte de Franco hasta las primeras elecciones transcurrió poco más de año y medio. ¿Se imaginó que las cosas iban a ir tan rápidas?

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Respuesta.- Fue un proceso muy bien medido. Una de las virtudes de la Transición con Adolfo Suárez fue la buena medida del tiempo. Un ritmo más rápido habría provocado una reacción prematura en contra y un ritmo más lento habría dado tiempo a que se prepararan los que no querían elecciones. La clave de la Transición es que se hizo en poco más de 12 meses. Yo pasé directamente de mi despacho de Unión Española de Explosivos a un ministerio sin tiempo casi ni de cambiarme de corbata. Aquella rapidez dio lugar a que apareciera, me atrevo a decir, la improvisación que, aunque se crea otra cosa, fue beneficiosa para el proceso. Fue excelente la elección de Suárez. Adolfo improvisaba bien, no tenía miedo...

P.- Para las elecciones tuvieron que crear incluso un partido y en la gestión de lo que fue la coalición UCD estuvo usted.

R.- Aquello también tuvo una génesis improvisada. Suárez tenía una gran seguridad en sí mismo y para animarnos decía que en las elecciones íbamos a barrer. Recuerdo bien cómo se gestó. En un descanso del último Consejo de Ministros en el que podía presentar mi dimisión para poder ser candidato (pues la Ley Electoral, que había elaborado Landelino Lavilla, establecía incompatibilidad para los ministros), le dije a Adolfo que yo quería ser diputado, que me aceptara la dimisión y que me amparara como coordinador para crear un grupo político con las familias de UCD. Adolfo, que tenía gran rapidez para percibir lo importante, mirándome de soslayo resumió su reacción en una frase típicamente política: «Bueno, pero piensa que en eso que tú me pides yo me arriesgo mucho». Era el egoísmo propio del que manda. «Tú arriesgas mucho», le respondí, «pero yo arriesgo más, que estoy ahora sentado en un ministerio y me quedo en la calle para luchar por una silla o por un escaño». Y así empezó.

P.- Hubo que organizar todo en tiempo récord.

R.- Desde finales de abril, en mes y medio más o menos.

P.- Es increíble, visto a distancia, que en ese plazo se forjara una oferta electoral.

R.- Amparado en la designación de Adolfo, llamé a ocho o nueve je-fes que luego fueron las familias de UCD, los reuní en un piso alquilado y les dije: «Bueno aquí hay muchos que saben algo más que yo de lo que hay que hacer, pero yo creo que en conjunto sabemos todos muy poco; lo que yo sé, lo digo muy deprisa: las elecciones necesitan ante todo listas de personas y dinero. ¿Cómo estamos de listas o de dinero?». Joaquín Garrigues, que tenía gracia siempre, se levantó y, sacándose los bolsillos del pantalón para que se viera que estaban vacíos, dijo: «Yo no tengo nada». El único que dijo que tenía algo, pero no cuánto, fue Fernando Alvarez de Miranda, tal vez subvenciones de la fundación Konrad Adenauer, pero que no podía dar prácticamente nada. Dinero no había. «Bueno», dije, «pues vamos a ver las personas», y al cabo de 15 minutos me di cuenta de que cada jefe tenía seguro quién debía ser el número uno de sus circunscripciones, algunos más avisados tenían el número dos, pero al número tres no llegaba casi ninguno. Y en un mes o antes había que presentar 350 nombres.

P.- ¿Complicado acaso por ser UCD un conglomerado de grupos?

R.- En UCD había, entre otros dos grupos, uno más a la izquierda, que había tomado la sigla CD, Coalición Democrática, y otro más a la derecha, que algunos malignos llamaron grupo de los azules, y que se habían dado a sí mismos la sigla UC, Unión de Centro. Se me ocurrió aquello tan sencillo de unirlos, aunque era un poco bárbaro decir Unión de Centro Democrático, y así nació UCD. Fue el acuerdo más rápido que se podía tomar. Luego hubo que hacer una criba porque había algún grupo que no tenía sustancia real.

P.- Había muchos grupos.

R.- Sí, y los principales jefes eran Alvarez de Miranda, de la democracia cristiana; Francisco Fernández-Ordóñez, de la socialdemocracia, y Rodolfo Martín Villa, de los azules. También estaba Pío Cabanillas, que ya entonces no se sabía bien y luego nunca se supo a qué partido pertenecía, un hombre muy inteligente y capaz, con experiencia de maniobras políticas. Había también algún grupo liberal, aparte del de Garrigues, que era el de mayor importancia.

P.- Y hubo que hacer una ley electoral.

R.- La había hecho Landelino Lavilla, que es el gran jurista de la Transición.

P.- Se adoptó la regla d'Hondt para el reparto de escaños, que fue muy buena para entonces y no sé si es tan buena para hoy.

R.- Yo también creo que no es tan buena para ahora. Landelino se inspiró en la ley belga, que se basaba en el sistema d'Hondt

P.- Fue un buen remedio para evitar lo que se llamó la sopa de letras, para evitar la proliferación de grupos pequeñitos.

R.- Sin duda. Yo propuse algo, que no era fácil, temiendo lo que ha pasado: que para ganar un escaño, un partido tendría que presentarse por lo menos en la mitad de los distritos y obtener un 3% o un 5% en cada uno. Aquello fue razonablemente rechazado porque decían que se habrían levantado los periféricos, pero si hubiera una cosa parecida bien elaborada, qué duda cabe que sería mejor que lo que hay.

P.- ¿Cómo se contemplaba a la izquierda desde la UCD?

R.- Los que andábamos arreglando UCD entonces no hablábamos con la izquierda. Y estábamos todos profundamente equivocados, pues creíamos que el Partido Comunista podía arrasar en votos. Nos equivocamos completamente y ése fue un error que se mantuvo en los Gobiernos de UCD de Suárez, en los míos, y hasta en los de Felipe. Tal era nuestra impresión que ayudamos con dinero para sus campañas al PSOE de Felipe sobre todo. Nos dijimos: «Vamos a dar dinero a éstos que están muy débiles, para que no se los coma el PCE».

P.- ¿Dinero procedente de...?

R.- Había muchas fórmulas legales: subvenciones, ayudas, ministerios que tenían dinero para estas cosas, como Presidencia, los sindicatos... Había cantidades utilizables de una manera seria y no prevaricadora. Muchos decían: «Ojo con el Partido Comunista». Por lo tanto, «atendamos a la izquierda razonable, que es la izquierda socialista».

P.- ¿Tenían la seguridad de que el centro ganaba?

R.- Suárez la tenía por completo e infundía confianza en todos con esa capacidad suya para la persuasión. Si había un miedo, una preocupación, se centraba en el Partido Comunista.

P.- ¿Recuerda la actitud del Partido Socialista como positiva, con una voluntad de avanzar por la línea que UCD había trazado?

R.- Lo que funcionó fue una reflexión de los socialistas, que muy resumidamente se enuncia así: «¿Cómo nosotros, socialistas, vamos a rechazar las elecciones que ha aceptado el Partido Comunista?; si el Partido Comunista, que está a nuestra izquierda, ha dicho que participa, ¿quién nos va a creer si decimos que no participamos porque aquello no es democrático?». Por eso fue decisiva la posición enormemente razonable de Santiago Carrillo. Si Carrillo hubiera dicho que él no jugaba el 15 de junio, probablemente el PSOE no habría jugado.

P.- El recuento de votos duró muchísimo, hasta el día siguiente.

R.- La noche electoral me reuní con Adolfo en el piso de arriba de La Moncloa, que era y es la residencia oficial del presidente del Gobierno. Allí se había instalado de manera espontánea un conciliábulo, en el que estaban el general Gutiérrez Mellado, ya en aquel momento muy amigo de Adolfo, con su mujer; Suárez con su mujer; yo con la mía, y había alguno más, y allí llegaban las noticias del gabinete telegráfico rápidamente. Las primeras daban mayoría absoluta para UCD. Recuerdo, con el mayor respeto, la euforia de Adolfo. Luego eso empezó a cambiar, no mucho porque en realidad UCD estuvo cerca de la mayoría, 166 escaños, mayoría suficiente.

P.- ¿Cómo se planteó UCD la campaña electoral?

R.- Lo importante entonces, aunque parezca mentira, eran los medios materiales, el dinero, no los medios de comunicación. ¿Cómo se hace esto? ¿Cuánto cuesta? ¿Quién tiene dinero para esto? El contenido lo había dado ya Suárez: la mano tendida, la moderación, el consenso. Pero lo que no estaba claro era el dinero. Se consiguió de Alvarez de Miranda una cantidad pequeña, con el compromiso de devolverla. El resto lo buscamos de manera ingenua y ortodoxa: fuimos a los bancos a pedir créditos.

P.- ¿Había jefes de campaña, cerebros de la comunicación...?

R.- No había nada. Allí el único que tenía alguna autoridad heredada de Adolfo Suárez era yo, pero yo no era jefe de campaña. No hubo un jefe de campaña.

P.- ¿Cómo elaboraron las listas de candidatos?

R.- No había suficientes candidatos, y cuando había candidatos, había demasiados. No podías decidir el número uno porque se enfadaban los demás y tampoco el número siete porque ninguno quería ser el número siete. A mí me preocupó que, cuando terminara el plazo, no hubiéramos rellenado las candidaturas. Fue Landelino el que me dio la idea. Me dijo: «¿Tú no has estado en una empresa privada? Pues actúa como en una empresa privada», y la solución consistió en pedir a aquellos que formábamos el grupito de ocho o 10 que fueran conmigo al notario a apoderarme a mí como única persona que podía presentar candidaturas en nombre de UCD. Aquello costó mucho porque era como decir: «Ven aquí que te voy a castrar y yo me quedo con tu virilidad», pero, bueno, lo aceptaron todos. Entonces UCD ya estaba constituida y yo procedía hablando con los distintos jefes y al final eligiendo yo, porque no se ponían de acuerdo, un número uno en cada provincia. Llamaba al número uno y le decía: «Tú te vas a ocupar de esto, tú vas a estar a lo que se diga desde aquí y si aceptas todo esto yo te apodero como el único que en la provincia pueda presentar candidatos. Y aquello funcionó aunque fue muy tosco.

P.- ¿Cuántos mítines celebró UCD?

R.- No me acuerdo ya. Estaba tan ocupado con los dineros que no había y las listas que no aparecían... Yo hice tres o cuatro. Hice un mitin en Madrid en un hotel, con Garrigues, al que asistieron siete personas, tres de ellas del Ministerio de Gobernación. Nos las llevamos a una habitación, nos gastamos un poco de dinero en copas y hablamos allí un rato.

P.- Y Suárez hizo un mitin... y una intervención por televisión

R.- Que fue decisiva. Dominaba el medio perfectamente.

P.- Después de 30 años, ¿se conserva hoy el espíritu de la Transi-ción?

R.- Yo creía que se conservaba lo esencial hasta las últimas elecciones, lo he creído de verdad. Yo estuve en ese espíritu y, es importante subrayarlo, Felipe González también. Él inicialmente no había visto con buenos ojos la Transición, pero se animó porque le pasaba por la izquierda Santiago Carrillo, y luego fue muy leal a aquel espíritu. Ha ido bien hasta que ha dejado de ir bien y ahora, desgraciadamente, el espíritu de la Transición está desdeñado y maltratado por los que se consideran jefes de la opinión. Pero entonces se respetaba mucho.

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