El caos que se registró en los últimos cinco días en la Franja de Gaza durante la confrontación que libraron las milicias de Hamas y del presidente palestino Abú Mazen se trasladó ayer a Cisjordania, mientras la Franja recobraba una calma precaria bajo la tutela de las fuerzas islamistas de Ismail Haniya.
Humillados por la actuación de sus correligionarios en Gaza -que se rindieron casi sin combatir- los militantes de Al Fatah, el partido de Abú Mazen, decidieron vengarse destruyendo decenas de instalaciones vinculadas a Hamas en ciudades como Nablús, Hebrón o Ramala. En esta última villa los encapuchados llegaron a asaltar el parlamento intentando secuestrar al vicepresidente, Hasan Kreisheh, un independiente cercano a los islamistas, pero se lo impidieron los empleados del edificio.
La posibilidad de que ambas facciones se consagren ahora a la más pura vendetta se incrementó después de que un representante de Hamas, Sami Abú Zuhri, acusara a Al Fatah de raptar a 150 de sus seguidores en Cisjordania y amenazara con «poner fin a esos crímenes».
En Gaza, las huestes de Hamas se desplegaron por las principales avenidas de la villa, custodiando edificios públicos, empresas tan emblemáticas como Jawal -la firma de telefonía móvil- o centros culturales, y hasta comenzaron a ejercer como agentes de tráfico en algunos cruces.
Los islamistas pretenden recuperar la colaboración de la policía local, la única unidad que no se vio envuelta en el reciente conflicto. Sin embargo, el hasta ahora titular de dicha unidad, el general Kamal Al Cheij -que huyó a Ramala- ordenó a los uniformados que se nieguen a trabajar bajo las órdenes de Hamas. «A todos aquellos que desobedezcan se les considerará como amotinados», señaló desde su exilio.
Jalid Abú Hilal, un alto cargo del ministerio de Interior controlado por Hamas, indicó que se habían dado «órdenes» para «proteger» a los agentes -en su mayoría afiliados a Al Fatah- de cualquier «asalto». El mismo personaje dijo que los islamistas pretenden detener la oleada de saqueos que ha registrado Gaza en los últimos días y han prohibido el uso de capuchas a sus propios acólitos.
Los miembros de Brigadas de Izadin Al Qasam, el brazo armado de Hamas, están recolectando también cientos de armas en posesión de los fieles de Fatah, incluso de aquellos que se mantuvieron al margen de la refriega en las últimas jornadas. «Te llaman por teléfono y te dicen: fulanito, sabemos que tienes un Kalashnikov, por favor tienes que venir a entregarlo», aclaró un miembro de las fuerzas de seguridad que no quiso dar su nombre.
La acción de Hamas desató una enorme aprehensión entre los activistas del partido de Abú Mazen, decenas de los cuales intentaron atravesar la frontera con Israel para trasladarse hasta las ciudades de Cisjordania.
El propio portavoz de las Brigadas de Izadim al Qasam, Abú Obeida, se refirió también al secuestro de periodistas que se había convertido en una tónica habitual y dijo que los islamistas «no permitirán que se ataque a ningún informador o extranjero porque están ayudando a nuestro pueblo». De hecho, varios representantes de Hamas precisaron que el corresponsal de la BBC en Gaza, Alan Johnston -que permanece cautivo desde hace tres meses- podría ser liberado en breve.
La consolidación del control islamista en la zona dista mucho de ser absoluta y la mejor prueba fueron las turbas de incontrolados que asaltaron la antigua residencia del desaparecido Yaser Arafat en la ciudad de Gaza y especialmente asolaron el paso fronterizo de Eretz. En este caso, el saqueo estuvo apoyado indirectamente por el Ejército israelí que invadió el área fronteriza con tanques que destruyeron los habitáculos de los militares palestinos.
El espectáculo que se apreciaba a media mañana en la línea de demarcación que divide Gaza de Israel era desolador, con decenas de personas empeñadas en robar desde farolas a simples cables o ladrillos, que acarreaban en carretas tiradas por burros. En las inmediaciones se podía apreciar un blindado israelí.
«Los soldados palestinos huyeron el viernes por la noche, a las nueve. Poco después entraron los tanques y aplastaron los edificios. No sé porque lo hicieron. Eretz ya no existe», explicó Aiman Hamad, de 37 años.