No hubo tsunami ni marea conservadora. Los franceses corrigieron anoche el riesgo de una mayoría aplastante en la Asamblea Nacional. Es verdad que el partido del presidente Nicolas Sarkozy (UMP) podrá gobernar en solitario, pero el veredicto de la segunda vuelta en las legislativas representa un contratiempo a la euforia del centro derecha y devuelve a los socialistas las dimensiones de una oposición sólida y estable.
De hecho, los resultados divulgados anoche implican tanto un retroceso de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) en el Parlamento -tenían 359 diputados y en la actualidad 314- como una mejora de los resultados del Partido Socialista, que logra 185 escaños.
Más concluyentes son aún los resultados en función de los porcentajes absolutos. El UMP acumuló el 46% de los sufragios, mientras que los socialistas llegaron al 41%. Una distancia estrecha y ajustada, considerando que la diferencia del primer turno fue de 17 puntos.
Ha sido una sorpresa, un golpe de efecto inesperado que no puede atribuirse a la movilización de las urnas que urgía la socialista Ségolène Royal. Votaron ayer más o menos las mismas personas que lo hicieron el domingo (60%), aunque se ha producido una reflexión sobre los peligros del absolutismo sarkozysta y ha podido influir el miedo a una subida del IVA que anunció el nuevo premier Fillon.
Fue el balón de oxígeno al que se aferraron los socialistas. Mucho más después de haber trascendido que el 60% de los franceses rechazaba semejante iniciativa. El Gobierno pretendía arbitrarla para compensar el déficit de las prestaciones sociales, aunque la idea, matizada por Sarkozy en clave tranquilizadora, ha funcionado de manera contraproducente.
Así se explica la euforia con que anoche comparecieron los jerarcas socialistas. Habían perdido las elecciones y cedían al UMP una nueva mayoría absoluta, pero la evidencia de haber paliado una goleada histórica provocó que los barones del PS se asomaran al balcón en plan triunfalista.
«Nuestro resultado mejora en un 25% la marca que hicimos en el año 2002. Tenemos los números y la fuerza para convertirnos en una oposición fuerte. Es una buena noticia para la democracia. Desempeñaremos nuestro papel de contrapoder con seriedad, vigilancia y talante constructivo», decía anoche François Hollande, con los galones de primer secretario.
No tardó en intervenir su ex compañera sentimental. Quizá porque Royal, desautorizada por su partido en la recta final de la campaña a cuenta de sus guiños con los centristas de Bayrou, advirtió que era el momento de aparecer en la foto y de atribuirse méritos: «Nuestros electores nos piden audacia. Es el momento de hacer una buena oposición y de buscar el consenso de la izquierda».
Oratoria y entusiasmo al margen, los socialistas no pueden aplazar la travesía del desierto, aunque ayer encontraron un oasis que puede relacionarse con el apoyo de los electores centristas y con la probable pasividad de los votantes conservadores, seguros como estaban de una goleada vertiginosa.
El resultado no corrigió gestualmente la euforia del Gobierno. François Fillon habló anoche de una mayoría generosa «que permite llevar a cabo las reformas de Sarkozy». Insistió en que la era Sarkozy permanece atenta a todas las sensibilidades políticas. También prometió «juego limpio» a los socialistas. Redundado en la evidencia del bipolarismo saliente.
En efecto, el sistema mayoritario a doble turno y el papel mediocre de las voces alternativas apenas dejan espacio a los partidos pequeños y medianos. Empezando por el Movimiento Democrático (MoDem) de Bayrou, candidato sorpresa de las presidenciales (18% de los votos) y protagonista del desastre consumado anoche en las urnas.
El otrora revolucionario naranja podrá sentarse en la Asamblea Nacional y estará prácticamente solo, puesto que los electores franceses han querido reducir el papel del MoDem a una representación de tres señorías.
Muchas más, 22, tiene el Nuevo Centro, aunque el partido de Hervé Morin, ministro de Defensa y traidor a la causa separatista de François Bayrou, se beneficia de las alianzas con la mayoría del UMP de Sarkozy y forma un grupo parlamentario en franca sintonía con las huestes gubernamentales.
No habrá tampoco espacio en el Parlamento a los extremos. El derecho (Frente Nacional) desapareció del mapa en el primer turno con un miserable 4% de sufragios, mientras que el izquierdo sobrevive en condiciones precarias.
Los comunistas de Marie George Buffet -15 escaños- perdieron el grupo parlamentario que tenían, mientras que los Verdes (cuatro escaños) maquillan discretamente su posición de fuerza marginal.