Casi como el que pone una pica en Flandes, llegó Zapatero y se instaló en la terraza del Consejo. Tan sorprendente e ingeniosa les pareció la idea a algunos que incluso proponían que la práctica de las charlas entre líderes en la azotea se adopte por costumbre, aunque sólo sea para aprovechar los escasos rayos de sol que endulzan la vida de Bruselas, y se reconozca que el presidente del Gobierno español ha sido su descubridor.
Lo de menos, al parecer, es la enjundia de las conversaciones, las ideas que se contrasten o los papeles que se estudien. En la nueva diplomacia de terraza lo que cuenta es: primero, la originalidad de la sede; segundo, el tiempo que dure el contacto; y tercero, que haya cámaras para inmortalizar el evento.
El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, dedicó ayer buena parte de la mañana de la cumbre a practicar esta nueva modalidad político-diplomática entre líderes.
El presidente madrugó y a las 9.00 horas ya estaba en la sede del Consejo, aunque las reuniones no se iniciarían hasta pasado el mediodía, a fin de contactar con los colegas. Primero, recibió al primer ministro griego, Costas Karamanlis, quien, según fuentes gubernamentales, solicitó el encuentro con Zapatero para que éste le explicara los detalles de su política de inmigración.
Mientras el presidente, con ayuda de traductor, conversaba con Karamanlis, los miembros de su delegación intentaban organizarle una cita con el primer ministro británico.
Esperando a Blair
Tony Blair se hizo de rogar, porque estaba bastante ocupado discutiendo, por un lado, con la canciller alemana, Angela Merkel, y, por otro, hablando por teléfono con su sucesor, Gordon Brown.
Tras la reunión con el griego, fue Javier Solana quien pidió audiencia. Esta cita fue más fluida y, aunque en relación con la misma se proporcionaron pocos detalles, es de suponer que giró en torno a las posibilidades de sacar adelante la figura del ministro de Asuntos Exteriores de la Unión Europea. Este asunto interesaba de manera muy especial a Solana, ya que él, que ejerce el cargo de Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad de la UE desde el año 1999, tiene apalabrado desde 2004 ser la primera persona que ocupe el puesto de futuro ministro de Exteriores de la Unión.
Tras estas dos citas, se imponía tomar el aire. Zapatero salió a la terraza y poco después apareció el presidente galo, Nicolas Sarkozy. Hiperactivo, triunfador, dispuesto a dejar huella desde el primer día en el ámbito europeo. «¡José Luis! ¡José Luis!», dicen que exclamó Nicolas Sarkozy. Con sus gafas de sol estilo aviador y los zapatos con unas ligeras cuñas para elevar su estatura, se aproximó para charlar con el presidente español. «¡Éste es el sol de España!», aseguró, señalando al cielo que, entre nube y nube, dejaba en ese momento lucir algunos rayos.
La reunión, a juzgar por lo explicado por portavoces gubernamentales, sirvió para que ambos se mostraran «moderadamente satisfechos» con las negociaciones. Además, se abordó la iniciativa francesa de constituir una Unión Mediterránea que, a todas luces, acabará fagocitando el languideciente Proceso de Barcelona.
Tras la cita con Sarkozy, llegó la confirmación de que Blair recibiría en su delegación a Zapatero antes del almuerzo. Cuando el presidente entraba ya en los dominios del británico, el primer ministro sugirió un formato más informal y ambos salieron de nuevo a la terraza. En este caso, la charla fue muy breve. Desde medios oficiales se aseguraba que duró media hora. Fuentes diplomáticas británicas apuntaron sin embargo que no se pasó los 10 minutos.
«Nada en concreto»
¿Y el contenido? Generalidades. «No se habló de nada en concreto», confirmó un portavoz español. De hecho, por no meterse en profundidades, ni siquiera salieron a relucir las posturas contradictorias que mantenían españoles y británicos. «No hacía falta repetir argumentos». Sí explicaron, sin embargo, que en relación con Oriente Próximo, Blair, que siempre ha sido muy camelador, llegó a afirmar que la situación en la zona es ahora peor que cuando Moratinos era enviado especial de la Unión Europea. Y todos tan contentos.
Si levantaran la cabeza otros líderes -jefes de Gobierno, presidentes y ministros- que han pasado por estas salas de negociación, que llegaban a acuerdos en los lavabos, que compartían bocadillos con la prensa cuando las existencias se agotaban consumiendo horas de debate o que incluso aguantaron reuniones hasta apenas unos días antes de morir, seguro que se quedarían atónitos. ¿Es esto Europa?