Es ya un secreto a voces la intención del líder del laborismo británico de romper definitivamente sus lazos espirituales con la Iglesia anglicana para abrazar el catolicismo. Sin embargo, con la discreción que le caracteriza, el Vaticano no hacía ayer ni la más leve referencia a la posible conversión del premier británico en el escueto comunicado que emitía tras la reunión de 25 minutos entre Blair y el Papa.

«Durante el coloquio se han reseñado algunas de las contribuciones fundamentales del primer ministro Blair durante sus 10 años de Gobierno. A continuación, se ha analizado la actual situación internacional, sin dejar de afrontar cuestiones particularmente delicadas como el conflicto en Oriente Próximo o el futuro de la Unión Europea tras la cumbre de Bruselas. Y finalmente, tras un intercambio de opiniones sobre algunas leyes aprobadas recientemente por el Parlamento británico, le han sido formulados parabienes de todo tipo a Tony Blair, ahora que está a punto de abandonar su cargo como primer ministro, teniendo en cuenta que ha expresado su vivo deseo de comprometerse de manera particular con la paz en Oriente Próximo y el diálogo interreligioso», podía leerse en la nota.

Sin embargo, durante el encuentro de ayer entre Blair y Benedicto XVI (el tercero que mantienen desde que hace dos años Ratzinger fuera elegido Pontífice) hubo señales inequívocas que confirmarían la intención del líder laborista de convertirse oficialmente a la religión que ya profesa devotamente su esposa, Cherie, y sus cuatro hijos, a quienes el piadoso primer ministro británico con frecuencia acompaña los domingos a misa.

Para empezar, ahí está el regalo con que el todavía inquilino del número 10 de Downing Street obsequió al Papa: tres fotos enmarcadas de John Henry Newman (1801-1890), un famoso teólogo de Oxford que fue ordenado sacerdote anglicano pero que, tras un largo viaje interior, el 9 de octubre de 1845 se convirtió al catolicismo y llegó a ser nombrado cardenal de la Iglesia católica. «¡Ah!», exclamo Benedicto XVI al recibir el presente. «Ésta es su firma», señalaba Cherie Blair al Pontífice, indicándole con el dedo el lugar exacto en el que se encontraba la rúbrica de Newman.

Pero, además de ese regalo con visos proféticos, hubo otro detalle particular durante la audiencia que Blair y Benedicto XVI celebraron ayer en el Vaticano. Después de 25 minutos de reunión, el Papa llamó al timbre que se encuentra en la mesa de su librería privada y un prefecto condujo a la sala al cardenal Cormac Murphy O'Connor.

El arzobispo de Westmister, que también ostenta el cargo de presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales se unió durante 10 minutos a las conversaciones privadas que mantenían el Papa y Blair, algo absolutamente insólito y que podría guardar relación con la próxima conversión del líder laborista al catolicismo.