La Cumbre de Bruselas concluyó a las 4.30 de la madrugada del sábado, tras una compleja negociación que a punto estuvo varias veces de romperse debido sobre todo a la posición intransigente de Polonia, pero también a los reparos del Reino Unido y la República Checa. Aunque los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 miembros de la UE se felicitaron por haber desbloqueado la crisis política derivada del naufragio de la ambiciosa Constitución europea y de la ampliación, lo cierto es que lo acordado es un parche para ir tirando hasta la próxima.
Lo que se aprobó in extremis son las líneas maestras de un minitratado que sustituirá a la non nata Constitución Europea, ratificada por 18 Estados de la Unión pero rechazada en referéndum por Francia y Holanda. El Tratado tendrá que estar redactado antes de finales de año y no será ratificado en España mediante un referéndum, sino en el Parlamento. A nadie se le escapa que la sustitución de la Constitución por este Tratado no es simplemente una cuestión formal, sino que refleja la renuncia a construir una Europa federal para continuar con un modelo en el que los grandes estados son quienes realmente marcan el rumbo de la Unión.
Uno de los obstáculos para el acuerdo era la definición de las competencias del futuro ministro de Exteriores de la Unión, cargo que ahora ejerce Javier Solana sin ese rango. Los 27 acordaron que el responsable de la política exterior se seguirá llamando «Alto Representante», será vicepresidente de la Comisión y coordinará las reuniones de los ministros de Exteriores. Si bien los países reticentes han logrado introducir una disposición por la que cada Estado podrá seguir manteniendo la política exterior que considere oportuna.
El presidente del Gobierno español hizo ayer un balance triunfalista -demasiado, cabría añadir- sobre los resultados de la Cumbre. Zapatero dijo que lo acordado recoge las principales aspiraciones de España, con especial referencia a la carta de Derechos Fundamentales -que no regirá para el Reino Unido- y al cargo de Alto Representante que ocupa Solana. Sin embargo, los españoles votaron una Constitución en toda regla -debido a la voluntad política del Gobierno de ser un alumno aventajado- y lo que ha salido de la Cumbre de Bruselas no lo es.
Otro tanto pasa con las explicaciones del presidente sobre el sistema para la toma de decisiones. Zapatero comenzó su mandato con el estribillo de «volver al corazón de Europa» -apoyando a Schröder y a Chirac- y diagnosticó la defunción del Tratado de Niza, donde Aznar logró -con la ayuda polaca- un sistema de decisiones beneficioso para nuestro país y perjudicial para Alemania o Francia. El procedimiento se cambiará, pero dentro de siete años. La prolongación del sistema de Niza hasta 2014 ha sido un logro innegable del Gobierno polaco, que de rebote permitió a Zapatero sacar pecho asegurando que la Cumbre había recogido las principales «aspiraciones» de España. Así es, pero no porque él se empleara tan a fondo como los polacos.
El acuerdo de Bruselas va a permitir a la UE seguir avanzando a medio plazo, pero no resuelve el problema de identidad del proyecto europeo, suscitado por las profundas divergencias que existen entre 27 países que carecen de cohesión económica y social y que, además, no coinciden en su visión de Europa. Los 27 han evitado la parálisis de la UE, pero no lograrán devolver la ilusión a los cada vez más escépticos ciudadanos europeos.
|