Jueves, 28 de junio de 2007. Año: XVIII. Numero: 6402.
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RELEVO EN DOWNING STREET / El dimitido primer ministro británico será enviado especial del Cuarteto para Oriente Próximo con oficina en Jerusalén / Jack Straw se perfila como nuevo ministro de Justicia
Blair cede su puesto a Brown y se va de mediador a Oriente Próximo
El dimitido primer ministro tendrá oficina en Jerusalén representando a la ONU, UE, Rusia y EEUU para intentar resolver el conflicto árabe israelí / El nuevo líder laborista promete que la salud, la enseñanza y la vivienda serán sus prioridades
EDUARDO SUAREZ. Corresponsal

LONDRES.- Como si fuera uno de los focos que le han acompañado durante estos 10 años, el sol se abrió paso ayer en el cielo encapotado de Londres para decir adiós a Tony Blair, el hombre de la paz en el Ulster y el de la Guerra de Irak. Tras presentar su renuncia a la reina, el gran prestidigitador sacó un último conejo de la chistera: se fotografió ante la prensa en un triste andén de la estación de King's Cross, despojado de todos los privilegios de su cargo, antes de partir hacia su residencia de Darlington, a las afueras de Londres, y ponerse a pensar en su nueva misión en Oriente Próximo.

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Porque lo cierto es que Blair volvió de nuevo ayer a eclipsar a Brown, cuyo discurso contenido no pudo competir con la parafernalia emocional de las despedidas. En los comunes, en su domicilio, junto a sus colaboradores... Blair se resistió hasta el último instante a dejar el centro del escenario, en el que lleva instalado casi 13 años.

Y, desde luego, no lo dejará. Ayer por la tarde se hacía público lo que era un secreto a voces desde hacía unas horas: su nombramiento como enviado especial del Cuarteto en Oriente Próximo. Según la portavoz de la ONU que hizo el anuncio, Blair «demostró hace tiempo su compromiso» con la misión y «movilizará la asistencia internacional trabajando directamente con los países donantes y los organismos de coordinación».

«La urgencia de los acontecimientos recientes», añadió, «refuerza la necesidad de que la comunidad internacional (...) asista a los palestinos en la construcción de las instituciones y la economía de un Estado viable en Gaza y Cisjordania».

En realidad, a Blair le espera una tarea muy dura. Llega a la zona tan sólo unos días después de la división de la Autoridad Nacional Palestina y con el proceso inmerso en un callejón sin salida.

Sin embargo, sus labores no serán en principio negociadoras. Le tocará más bien asesorar a los palestinos en cuestiones de gobierno, solucionar problemas cotidianos y tratar de canalizar la ayuda internacional hacia los territorios.

Al igual que hiciera su antecesor, Jim Wolfensohn -que dimitió por desavenencias con Estados Unidos-, montará una oficina en Jerusalén y se espera que visite Ramala en los próximos días. Asume el cargo con el escepticismo de Rusia y con las dudas de algunos gobiernos de la Unión Europea, que creen que su papel en Irak puede lastrar el desarrollo de su misión.

Ayer, en su última sesión parlamentaria, Tony Blair aprovechó una pregunta del líder conservador, David Cameron, para remarcar que la paz en Oriente Próximo pasa «inexorablemente por la coexistencia de dos estados».

Por lo demás, la jornada en Westminster fue muy diferente de lo habitual. El tono elegíaco sustituyó por un día a los dardos y los diputados de la oposición reconocieron sin fisuras la talla política del primer ministro. Cameron le deseó lo mejor en su nueva etapa y el líder liberal demócrata, Menzies Campbell, agradeció su amistad y su cortesía.

Pero sin duda la intervención más emotiva fue la del reverendo Ian Paisley, otrora fiero unionista y hoy ministro principal de Irlanda del Norte. Paisley le dijo cariñosamente a Blair que comprendía que en muchos momentos se hubiera sentido desilusionado o enfadado con él. Incluso que hubiera perdido los nervios. Pero que el esfuerzo de ambos había valido la pena. «Lo que ha ocurrido en el Ulster se repetirá en la próxima tarea colosal que le espera», auguró en referencia al nuevo oficio de Blair.

Como no podía ser de otra manera, Irak se coló también en esta última sesión parlamentaria. Y lo hizo de la mano de Blair, que inició su intervención expresando sus condolencias a los últimos soldados fallecidos y ensalzó la labor de sus tropas, «las más valientes y las mejores».

La sesión se cerró con la atronadora ovación de todos los parlamentarios, que se hacinaban en los escaños con la conciencia de estar asistiendo a un momento histórico. Mientras, un adusto Brown, sentado por última vez a la izquierda de su primer ministro, asistía en silencio al último show de su antecesor, cuya desenvoltura se antoja inagotable. Terminada la sesión, la despedida no pudo ser más fría. Dos palmaditas en la espalda y unos ojos huidizos marcaron ante las cámaras el final -o el punto y seguido- de sus infinitos desencuentros.

Brown partió hacia su oficina del Tesoro, de donde poco después de la una y media salió entre los vítores de sus funcionarios para acudir junto a su esposa Sarah a Buckingham Palace. Allí le esperaban la Reina y la limusina acorazada Pegassus del primer ministro, vacía durante casi una hora como testigo de este breve interregno.

Brown estuvo exactamente 57 minutos con la soberana, prácticamente el doble que su antecesor, y muy probablemente cumplirá antes de septiembre con la tradición de pasar un fin de semana con la Familia Real en el castillo escocés de Balmoral.

De vuelta a Downing Street, el nuevo primer ministro prefirió mantener el suspense sobre la composición de su nuevo Gobierno, que en lo esencial se conocerá hoy y del que según todos los indicios no formarán parte ni la titular de Sanidad, Patricia Hewitt, ni la de Exteriores, Margaret Beckett. Se da por segura la designación de Alistair Darling como ministro de Economía y el regreso al Ejecutivo de un viejo conocido, Jack Straw, posiblemente como titular de Justicia.

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